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El líder militar checheno dice que está dispuesto a negociar, pero no a capitular

Ramón Lobo

ENVIADO ESPECIAL, El cuartel general de Aslán Masjádov, jefe de Estado Mayor de la República de Chechenia y líder máximo, de la defensa de Grozni, parece una granja. Hay una docena de ovejas en pose de trasquile, no más de cuatro vacas pardas abrazadas por los huesos del hambre y una manada de cerdos ñatos que olisquean entre una marea de mierda. Está en el sur, a tres kilómetros de la martirizada plaza Minutka. Allí se urden planes y estratagemas para evitar la caída de la ciudad, el último símbolo de la resistencia chechena.

Masjádov y su lugarteniente, Samil Basaíev, que fue comandante de la fuerza expedicionaria chechena enviada a luchar junto a los separatistas abjazos, van armados con Kaláshnikov, dos cuchillos capaces de rebanarle el alma a un incauto y unos walkie-talkies última generación. "Estamos listos para sellar cualquier acuerdo con los rusos, pero no estamos dispuestos a la capitulación", advierte Masjádov. Sobre el futuro inmediato de Grozni y de la temida ofensiva final rusa, el jefe checheno responde seguro:"A pesar del bombardeo intensivo de ahora no han podido avanzar en ningún frente".

Sentados sobre una sucia mesa de madera, en un cuartucho pegado a unas cocinas de colegio estalinista, los jefes de la resistencia chechena discuten, con rostro de cansancio, el plan de la jornada y las instrucciones para los defensores de la ciudad.

"Antes de que Pável Grachov, ministro ruso de Defensa, dijera aquello de que iba a tomar Grozni en dos horas con un solo regimiento de paracaidistas debió consultar el mapa y leer un poco de historia", dice Masjádov. Abajo, en Minutka, los bombardeos son continuos. Mortíferos. "Después de sus éxitos

[del Ejército ruso] en Tayikistán, Moldavia y Georgia, pensaron que aquí era lo mismo. Y se equivocaron".

Basaíev, vestido de uniforme blanco de camuflaje para la nieve, barba negra, nariz romana con una herida en el puente, escucha callado, como un confesor. Cabizbajo. En la frente porta una cinta verde, ancha, con una inscripción ribeteada en árabe: "Libertad o muerte". "No hay avance ruso... Lo único que hacen es destruir la ciudad de una manera caótica, sin orden alguno", dice Basaíev mientras mastica un pan de harina. Su jefe, Masjádov, prosigue la conversación. "Ellos

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[los rusos] tienen que demostrar al mundo entero que son un ejército invencible, y lo tienen que demostrar a las otras repúblicas autónomas". Por eso no pueden detener la guerra. Y si intentan el asalto final, ¿volverán a fracasar? "El tiempo lo enseñará , responde seco Basaíev.

"Hemos mantenido conversaciones con los rusos para intercambiar prisioneros, heridos o cadáveres y sobre un alto el fuego", dice el jefe de Estado mayor checheno, "pero Moscú siempre pone la misma condición: que saquemos bandera blanca, que nos despojemos del uniforme y entreguemos las armas. Y eso es innegociable para nosotros. No capitularemos".

Sin miedo a morir

Ni Masjádov, ex coronel del Ejército soviético, artillero de profesión, ni Basaíev, un temible, guerrillero experto en lucha urbana, tienen miedo a morir. Su granja-cuartel general, donde en el momento de la entrevista comen los máximos jefes de la resistencia de Grozni, es un objetivo prioritario para los rusos. Dos o tres bombas pasan de largo. Silbando como locas. Es como si los artilleros rusos aún no tuvieran el lugar exacto. "No es que me quieran matar a mí; es que, quieren matar a todo el pueblo checheno", responde rápido Basaíev.

Masjádov ya sabe lo que va enseñar a la delegación de los derechos humanos de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE) que está en Grozni: "Las bombas de fósforo y las de fragmentación" de los rusos. La llegada de la delegación extranjera no disuadió a los rusos de seguir bombardeando la capital chechena. Los cinco miembros de la misión dijeron que planeaban conversar con los habitantes de la ciudad a pesar de los combates e independientemente de sus ideas.

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