Movida
Hacia la mitad de los años ochenta Madrid se puso de moda. Con cuatro camiseros de la calle de Almirante, dos pintores mediocres con un garfio en la oreja, un fotógrafo anfetamínico, una cantante con los labios pintados de negro, dos travestidos de un bar de la calle de la Libertad, un edil de Cultura que sustituyó los mítines políticos por los conciertos de rock y un alcalde cínico que para congraciarse con los jóvenes les animó a drogarse públicamente hablándoles en latín desde un. escenario rodeado de macarras, con toda esta tropa montaron aquel tinglado que se llamó la movida. El ministerio socialista del ramo arrojó subvenciones a mansalva sobre cualquier cretino que aportara una idea rara. Sólo un cineasta con talento supo extraer una estética cutre de aquel disparate. Almodóvar descubrió a las nuevas tribus urbanas y con ellas edificó su mundo, pero el resto fue un artificio cultural sin consistencia y no hay nadie que no abjure hoy de aquel engendro. La movida fue un fenómeno sólo madrileño. Llegaban a la capital de España periodistas y sociólogos de todo el mundo a presenciar el espectáculo. La vida madrileña se convirtió en materia de tesis doctoral. ¿Qué pasa en Madrid? Ésa era la pregunta que te hacían en todas partes a mitad de los años ochenta. Con un interés zoológico parecido, hoy la pregunta se repite cuando llegas a cualquier ciudad. ¿Qué pasa en Madrid? La gente se refiere ahora a la grave crisis política que el país atraviesa, pero te interroga como si la disputa histérica y agresiva entre jueces, políticos, periodistas, ministros, diputados, asesinos arrepentidos, banqueros y subsecretarios encarcelados fuera también un fenómeno típicamente madrileño que al final siempre acaba en un restaurante de cinco tenedores. Esta es la segunda movida de Madrid. Ignoro si quedará como la otra, en una idiotez subvencionada y pasajera, o se convertirá en la extracción del último pus franquista que quedaba amparado por los socialistas debajo de la democracia.
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