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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton republicano

CLINTON CONFESÓ ayer sus pecados y anunció propósito de enmienda ante el Congreso norteamericano, en el tradicional discurso del Estado de la. Unión que marca la mitad del mandato presidencial. Tras la llegada a las dos cámaras de una mayoría republicana, hecho sin precedentes en los últimos 40 años, el discurso de ayer suponía poner el contador de la presidencia acero y lanzar el programa para culminar el mandato e intentar la reelección dentro de dos años. El propósito confesado por el presidente era ocupar el centro ideológico, entre la mayoría conservadora que le empuja hacia la derecha y el electorado progresista que le llevó a la Casa Blanca hace dos años y que se ha visto frustrado por el fracaso de sus proyectos de más alcance social, como la reforma sanitaria.No es fácil graduar el alcance de los desplazamientos ideológicos, y más todavía cuando se cuenta con una imagen de presidente dubitativo y errático. En su afán de enmienda, Clinton se adhirió así ayer a buena parte del catecismo republicano, representado por la disminución de impuestos, de burocracia pública y de presupuesto, aun a costa de las ayudas sociales. Mientras, los congresistas de la nueva mayoría le aplaudían con un entusiasmo próximo a la chirigota al ver a un converso recitando la palinodia.

Las miradas complacidas del presidente de la Cámara y líder de la nueva mayoría, el ultraconservador Newt Gringich, flanqueando al presidente, apuntuaban el discurso de este Clinton tan moderado que se ha visto obligado a concentrar en unos pocos símbolos las ruinas de su programa presidencial. El incremento del salario mínimo, la defensa de su programa de lucha contra el, crimen y de limitación de las armas de fuego y la reivindicación para su presidencia de los beneficios del crecimiento económico son las escasas bazas en las que concentró su defensa. No fue ajeno a ello, ante un auditorio proclive al ensimismamiento en política exterior, el claro aunque breve recordatorio del liderazgo mundial al que está obligado Washington.

Lo que queda de su programa presidencial fue presentado en clave conservadora, derivada directamente de la presión republicana. Su propuesta de renovación moral, con más énfasis en la responsabilidad individual que en los derechos del ciudadano, su defensa de las clases medias o sus proyectos de lucha contra la inmigración ilegal tenían el claro objetivo de tocar las fibras más sensibles de la mentalidad conservadora que se impuso en las elecciones de noviembre.

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El resultado, al decir de las primeras encuestas y valoraciones, no es malo para el presidente. Los republicanos están contentos, y los demócratas consideran que ha recuperado la iniciativa y la capacidad de articular un discurso político de síntesis, A Clinton le queda así alguna posibilidad de plantearse la reelección. Tiene para ello que saber aprovechar esta nueva imagen más centrada y creíble, de un presidente que no tiene escrúpulo en encabezar el programa de la mayoría, pero actúa a la vez como elemento atemperador de ímpetus excesivos.

Para llegar con éxito al final de trayecto deberá contar también, como es obvio, con el fracaso de sus adversarios. Del discurso del Estado de la Unión se desprende por ello que el segundo tramo de presiden cia será minimalista. La mayoría republicana asumirá la gestión política. efectiva y arrostrará el desgaste mientras la Casa Blanca busca su nuevo terreno de juego en una presidencia menos ejecutiva, casi a la francesa, en cohabitación con su oposición. Dentro de dos años se sabrá si Clinton ha superado con éxito esta prueba de equilibrismo programático a que le obliga la nueva mayoría en el Congreso.

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