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Tribuna
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No

Rosa Montero

A menudo me pregunto por qué se aferra de ese modo al cargo, por qué insiste en perpetuarse en el poder como si fuera eterno. Él y los suyos dan unas cuantas razones: todas inquietantes, algunas perversas. Por ejemplo, lo de presentarse a sí mismos como defensores de la causa del bien frente al terror de las derechas. La verdad, cuesta creerse que ellos mismos se crean tan necio argumento: por fortuna para todos, las derechas españolas no son hoy un terror, sino un fastidio, y además un fastidio rematadamente democrático. Muy mal tendrían que haberlo- hecho él y los suyos, muy trágica tendría que ser la situación de este país, para que, a los 20 años de la muerte de Franco y tras tantos esfuerzos, la simple alternancia de partidos en el Gobierno supusiera el pánico general y el acabóse. ¿Pero qué democracia sería ésa?También le he oído decir que no convoca elecciones ni dimite para no desestabilizar la situación, lo cual me parece ya tan irrisorio que no me voy a molestar ni en rebatirlo. A menudo me pregunto (con progresiva angustia) por qué se aferra al cargo, y sólo se me ocurre que es apego al poder: aguanta ahí quieto porque hoy perderían las elecciones, aguanta para ver si la gente se aburre y la peseta mejora, y así, sobornando a los votantes con lo económico, consiguen otro pellizco de años en la poltrona. Claro que estoy segura de que él no se lo plantea así, que piensa que le está haciendo un servicio al país. Eso, disfrazar nuestras necesidades de ideología y en ganarnos en nuestra percepción del mundo cuando nos conviene, es algo muy humano: por ejemplo, basta conque alaben una de mis no velas para que tipos que hasta ese momento me habían parecido unos completos majaderos se revistan súbitamente de unas cualidades intelectuales extraordinarias. En fin, somos muy poca cosa.

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