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El coste de la masturbación

Hace unas semanas, el presidente Bill Clinton exigió la dimisión a la doctora Jocelyn Elders del cargo de surgeon general, la máxima autoridad responsable de la salud pública de Estados Unidos. ¿El motivo?: una conferencia en Naciones Unidas, donde esta prestigiosa pediatra manifestó abiertamente que se debería incluir la masturbación entre los temas de educación sexual de la juventud.Para muchos seguidores de Clinton, la decisión de destituir a Elders ha sido inesperada y desconcertante. Después de todo, en las últimas elecciones repudiaron a George Bush, un líder autoritario, impulsivo y anticuado, saturado de principios morales estrictos y absolutos., y optaron por Clinton, un jefe de talante más moderno, prudente, comprensivo y tolerante.

A los estudiantes de la sexualidad, sin embargo, no les ha sorprendido el coste que la doctora Elders ha pagado por hablar en voz alta de la masturbación. No existe ningún otro acto sexual que tenga peor imagen -entre sucia, repugnante y vergonzosa- y del que se hable menos, a pesar de ser practicado asiduamente por la gran mayoría de hombres y mujeres, tanto jóvenes como mayores.

El inconsciente colectivo parece incapaz de sacudirse de la larga y agobiante historia de las proscripciones contra el autoerotismo. Desde el libro del Génesis se nos alecciona ya sobre el pecado de Onán, a quien el Creador condenó a morir por "desperdiciar su semilla en suelo infértil". Esta falta de función reproductora es la razón por la que el onanismo ha sido severamente castigado por las religiones cristianas y otras creencias. No obstante, hay que reconocer que el fanatismo contra la masturbación ha sido impulsado, sobre todo, por los médicos.

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Desde Galeno hasta hace relativamente poco tiempo se creía que la buena salud física y mental requería el perfecto equilibrio de los fluidos del cuerpo, incluyendo los líquidos sexuales. De manera que, si los hombres eyaculaban con demasiada frecuencia o las mujeres malgastaban las secreciones vaginales que se producen durante la excitación sexual, se enfermaban. El famoso médico suizo S. Tissot, en 1741, en su tratado médico señaló que la tuberculosis y otras enfermedades que consumían el cuerpo eran consecuencias del "placer solitario". En el siglo XIX, los libros de medicina advertían con rigor que este "vicio" no sólo era inmoral, sino también perjudicial para la salud. Según opinión médica muy generalizada, el onanismo causaba ceguera, epilepsia, pérdida de memoria, degeneración del cerebelo, "ablandamiento" de la médula y otras enfermedades incurables del sistema nervioso.

En otros textos también se instruía a los padres sobre los signos externos de los hijos masturbadores: aspecto demacrado, espaldas débiles, acné, calvicie, timidez, manos húmedas, orinarse en la cama o morderse las uñas. Para curar el "autoabuso", los expertos incluso sugerían que se vendaran los genitales o se protegiera con una envoltura metálica, que se ataran las manos del joven, o hasta la circuncisión sin anestésico. Para las niñas, una cura recomendada consistía en quemarles el clítoris con ácido fénico.

Sigmund Freud y sus seguidores alimentaron la misma imagen patológica y siniestra de la masturbación al considerarla una acción perniciosa, adictiva y causante de dolencias mentales y trastornos sexuales como la impotencia, la frigidez y la aversión al coito. En 1928, Freud escribió: "No conocemos ningún caso de neurosis grave en el que la satisfacción masturbatoria no haya desempeñado su papel" . Según estos psicoanalistas, la masturbación constituía una actividad particularmente dañina para la mujer, pues era incompatible con el desarrollo de las cualidades femeninas.

Hoy día aún sufrimos la confusión generada por la cruel herencia, tan ignorante como engañosa, que continúa marcando la masturbación con un indeleble estigma social. Aunque cada vez hay más hombres y mujeres que consideran que este acto ni es nocivo ni es un vicio, muchos todavía sienten que, de alguna manera imprecisa, es enfermizo. Entre bastantes adultos, la masturbación tiene un viso de inmadurez, un tono de fracaso social, implica incapacidad para relacionarse o para conseguir, compañía sexual. Otros rechazan sus matices egoístas. Es verdad que en el mundo del onanismo no hay que preocuparse de satisfacer al compañero. El objetivo central es el placer personal.

A pesar de estas connotaciones conflictivas, los estudios más recientes y definitivos demuestran que la masturbación es muy común. En Estados Unidos, por ejemplo, el 90% de los adolescentes varo nes y el 70% de las jóvenes, en tre 15 y 18 años de edad, se masturban por lo menos una vez al año, mientras que el 60% de los hombres y el 90% de las mujeres entre 18 y 60 años lo hacen periódicamente. Hoy también sabemos que este acto no es un remedio para quienes se sienten solos o privados sexualmente, sino más bien una actividad que acompaña a otros comportamientos sexuales. De hecho, las personas que tienen más rela iones sexuales son las que más se masturban. Las mujeres suelen empezar a masturbarse más tardíamente que los hombres. A menudo, después de iniciar las relaciones sexuales.

Estas investigaciones también demuestran que casi el 50% de las personas que se masturban tienden a sentirse culpables. Aunque la culpabilidad no cambia la conducta futura, esta información es una muestra palpable de que la condena social de este acto afecta incluso a quienes lo practican.

Como tantas otras personas, yo pienso que el sexo es una cuestión de y para adultos que lo deciden y consienten libremente, y lo disfrutan a puertas cerradas. Sin embargo, incluir el tema de la masturbación en la educación sobre sexualidad y salud de la juventud es apropiado cuando se evidencia que ciertos comportamientos sexuales ponen en peligro la salud pública. Creo que ya es hora de sacar esta práctica inocua del armario de los prejuicios arcaicos y dañinos. No deja de ser una ironía que cada día son menos los adolescentes que se abstienen de mantener relaciones sexuales, mientras que hay mas líderes que se abstienen de considerar la educación sexual. Cuanto más abiertamente se hable de la masturbación, más temores absurdos se podrán disipar entre los jóvenes y adultos que todavía temen convertirse en "neuróticos degenerados", y más nos aproximaremos al día en que su legión de practicantes deje de sentir aprensión o culpa.

Mark Twain sugirió en una ocasión que el onanismo como placer es demasiado fugaz; como ocupación, demasiado agotadora, y como espectáculo, demasiado aburrido. Es posible que estos reparos contengan todavía una cierta actualidad, pero, desde luego, no se pueden comparar con la ruina que el sexo descontrolado causa en miles de adolescentes embarazadas, con la tragedia de tantos niños indeseados o con el drama del sida.

Luis Rojas Marcos es psiquiatra y comisario de los Servicios de Salud Mental de Nueva York.

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