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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pírrica victoria

BORÍS YELTSIN asegura que la guerra en Chechenia ha concluido. En esta ocasión no hace falta siquiera esperar a que el paso del tiempo le desmienta. Cinco semanas después de que el presidente ruso ordenara al gigantesco Ejército soviético acabar a sangre y fuego con la independencia de la minúscula república de Chechenia, la desigual guerra continúa y las montañas de cadáveres -de luchadores y civiles chechenos, por un lado, y reclutas adolescentes rusos, por el otro- siguen creciendo.Dos días después de que Moscú anunciara la toma del palacio presidencial checheno en Grozni, las tropas rusas aún no habían sido capaces de izar su bandera sobre las ruinas de este edificio. Los combates continúan en una ciudad cuyo perfil recuerda la imagen de Dresde después de los ataques aéreos de la RAF, y las fuerzas de Dudáiev no responden a las exhortaciones de sus enemigos a entregarse. Anuncian una larga lucha en la ciudad y, cuando tengan que abandonar ésta, en las montañas.

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En Moscú hierven los cenáculos en esfuerzos por dilucidar quién ha podido salir beneficiado por la catástrofe militar, política y moral que ha supuesto esta operación. ¿Quizá el propio Yeltsin por haber hundido en el descrédito y la vergüenza al mando militar? Es difícil de creer que ello compense el enorme daño que ha sufrido su imagen ante la población rusa y la opinión pública internacional.

La invasión de Chechenia ha sido una operación ruinosa. Sus costes económicos han hecho ya descarrilar todas las previsiones financieras y las perspectivas crediticias de Rusia. Sus costes humanos han provocado un profundo resentimiento en amplias capas de la población rusa, que ha visto cómo de nuevo son sacrificados sus hijos en aventuras militares gratuitas o al menos evitables. En el terreno militar, Yeltsin ha hecho el ridículo por su mal asesoramiento, y sus tropas, por deficiente mando, pésima logística y nula moral de combate. El resentimiento de los militares se podría volver pronto contra sus autoridades en Moscú.

Pero el presidente ruso ha demostrado además que tiene exactamente los mismos. escrúpulos que los viejos líderes soviéticos a la hora de imponerse por la fuerza a quienes le desafilan, esto es, ninguno. Ha llegado a decir públicamente que los derechos humanos sólo son aplicables a los pueblos civilizados, entre los que no considera a los chechenos.

Después de lo sucedido en Chechenia, difícilmente pueden extrañar los crecientes temores de los vecinos de Rusia y sus redoblados llamamientos a ser aceptados como miembros en la OTAN. Yeltsin sigue, al parecer, ejerciendo el control en el Kremlin y por ello es el interlocutor válido para Occidente. Pero ya es hora de dar por concluida la ilusión de que es un demócrata en el sentido cabal del término y de que Rusia es un país en el que predominan espontáneamente los mismos intereses y valores que en Occidente. Hay que ayudar a Rusia a salir de su grave situación económica, pero también a entender que para ello debe asumir los códigos de conducta civilizada que ha firmado repetidamente y que excluyen aniquilar a la población civil, dentro o fuera de sus fronteras.

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