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Nueva York inspira el último arte español

El cruce étnico y la libertad creativa mantienen a Manhattan como el París de los 90

Andrés Fernández Rubio

Txomin Badiola, de 37 años, se instaló en Nueva York hace cinco años, porque dice que necesitaba respirar. Pellu Irazu, de 31, porque quería "un cambio radical". Guillermo Paneque, de 31, buscaba concentración. Todos, Pedro Mora, Juan Uslé, Francisco Leiro, Victoria Civera, Juan Galdeano, Darío Álvarez Basso, emplean términos similares: etnias, energía, cruce. A juzgar por sus opiniones, Manhattan sigue ofreciendo posibilidades inesperadas, y su irrealidad multicultural continúa actuando como un imán sobre los artistas españoles.

Al pintor Pedro Mora, de 33 años, Nueva York le influyó a través de los catálogos de venta por correo. Descubrió una empresa, Wards, que suministra insectos. Y se dedicó a comprar por teléfono miles de mariquitas vivas que le enviaban en una caja, las criaba y, una vez muertas, se convertían en material orgánico para sus obras.Este rápido acceso a extraños procedimientos artísticos es una de las muchas facilidades que ofrece Nueva York, y Pedro Mora cuenta que visitó hace días uno de los enormes supermercados Home Deepo, dedicados al hogar, y se quedó impresionado con las máquinas de jardinería sopladoras de hojas. En la próxima feria de arte de Madrid, Arco, presentará una instalación en la que máquinas soplahojas metidas en urnas formarán un criadero de larvas de mariposas.

Esa libertad de medios y de juicio es una de las cuestiones que más le han sorprendido de Nueva York a Darío Álvarez Basso, de 28 años. "El artista americano tiene una idea y la hace, sin ninguna relectura. A mí eso me ha dado una mayor libertad para juzgar y producir, me ha quitado el peso que creo tenemos los artistas europeos de la tradición y la historia".

Lugar único

Álvarez Basso acaba de llegar a España después de dos años de estancia en Manhattan y ya se plantea volver. Su conclusión es que todo artista debería pasar por aquella isla, capital del arte igual que le parece obligada la visita a Italia para sentir todo el peso de la tradición canónica occidental. "Manhattan es una cápsula bastante irreal", dice, "porque es una ciudad multirracial, en la que se mezcla el planeta. Y eso no responde a la realidad social, es una particularidad de ese lugar que lo hace único".

Cinco de los artistas de la galería Solelad Lorenzo de Madrid viven en Nueva York (Badiola, Irazu, Mora, Civera y Uslé). "Me parece la ciudad más viva para un artista que vaya allí con modestia", dice Lorenzo, "no en plan de conquistar Nueva York, porque entonces va de ala. Es una ciudad donde el artista extranjero lo único que hace es trabajar, porque no le aturden las pequeñas anécdotas".

Tales anécdotas parecen haber pesado en la decisión de marcharse de España de Txomin Badiola. En su opinión, visto desde Nueva York, el ambiente artístico español tiene, "a niveles oficiales, un cierto aire de familia mal avenida bastante agobiante; hay un conflicto perpetuo de poderes enfrentados sin que surja un debate profundo". Badiola primero se hartó de España, luego quedó "un poco harto" de Londres, donde vivió un año hasta que comprobó que la ciudad ya no le interesaba, y ahora parece haber encontrado su lugar en Nueva York, donde vive desde hace cinco años y "cada vez está un poco más lejana la idea de volver".

Badiola considera que ya no es imprescindible pasar por Nueva York, y que la aproximación debe ser vivencial. "Quizá funcionara más como una esponja en otros tiempos", dice. "Ahora, con toda la información que existe, no tiene sentido estar un mes, chupar y volver. El interés de Nueva York es vivir aquí, entrar en una relación más cotidiana y amplia".

La mezcla de medios (fotografía, escultura, instalaciones) le ha influido. Al igual que a Pedro Mora, la facilidad para acceder a los materiales ha convertido sus próximas obras en productos "más híbridos, más mezclados", dice.

Pellu Irazu comparte estudio con Badiola. Lleva casi cinco años viviendo en Nueva York y sigue sorprendido por su mecánica, "un modo de funcionar que te absorbe, una corriente extraña que te hace ir a los sitios, producir tú mismo, relacionarte con otro tipo de personas y medios, y todo en. el ámbito de una ciudad", dice. "No creo que haya otra que pueda suplantar a ésta; puedes ver cualquier cosa fácilmente, en todos los campos de la cultura: lo más impensable o inimaginable está aquí. En ese sentido, es fantástica e irreal, porque te da más que cualquier reality show, lo tienes todo en vivo. Esa experiencia no la he vivido en ninguna otra parte, y en España es impensable".

"Madrid estaba muy aburrido y la situación artística era muy uniforme, sin nada especialmente nuevo e interesante", dice Juan Galdeano, de 39 años, refiriéndonse al momento en que dejó España, hace dos años, para instalarse en la calle Grove de Greenwich Village, en el mismo edificio en el que también ha vivido Álvarez Basso y Tono Carbajo. "Me interesaba el multiculturalismo, el lado duro, mezclarme y aprender, convivir con distintas gentes y culturas", dice Galdeano.

Ciudad obsesiva

Juan Uslé, de 40 años, lleva ocho años viviendo en Nueva York y forma pareja con otra artista, Victoria Civera, de 39. Uslé tiene una visión muy precisa y exacta de la ciudad. "Es muy dura y puede pesar mucho" dice. "La sensación igual te permite estar muy cerca de las cosas como aislarte de los demás. También es muy peligrosa porque puede convertirse en una especie de gran obsesión. Aunque el peso peor es el de la ciudad aburrida, monocorde, que es lo que te encuentras más cuando vas a España. No sólo en Madrid, sino también en París o en Amsterdam. Es el peso de la vieja Europa. Esa especie de piedra en la que se amontona la experiencia, el tiempo, la historia... puede ser mucho más difícil de soportar".Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) se establece en Nueva York con el cambio de década. Coincide con una nueva etapa de su trabajo escultórico, en el que incluye nuevos materiales menos rotundos que los grandes troncos de madera, combinados con la misma intencionalidad de ironía y cambio de escala. Sus últimos trabajos viajaron en noviembre con motivo del recientemente clausurado Salón de los 16, en el Museo Nacional de Antropología, de Madrid. Con ese motivo, el escultor declaraba que no estaba "marcado" por la ciudad, ya que pasaba medio año en su ciudad natal.

Victoria Civera dice que al llegar a Nueva York tuvo una sensación abierta, por las enormes posibilidades que ofrece la ciudad, que la llevó a plantearse todo radicalmente en su trabajo: materiales, formato y contenido. "Fue un cambio fuerte y bello, se fueron desarrollando cosas que llevaba dentro", dice, "y de ahí se han ido encadenando cosas".

Nueva York le parece un lugar en el que "va todo muy rápido, se generan muchas cosas en poco tiempo, y tienes que estar continuamente alerta. Te llega a cansar, llegas a tener una necesidad de naturaleza, de tranquilidad..., pero estamos muy contentos".

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