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Periferia o espacio telemático

Si tuviera que precisar los rasgos esenciales de la ciudad, diría que son la acumulación de informaciones de diversa especie y la fácil e inmediata accesibilidad a lo suministrado por aquellas informaciones. Este mecanismo se ha logrado hasta ahora con el proceso de acumulación humana y la centralización de actividades de la ciudad tradicional, entendida como el ámbito físico de la vida colectiva. En consecuencia, todo lo que intenta negar o reducir la acumulación y la centralización, abre un proceso contra la eficacia de la ciudad y contra su razón de ser. Estos procesos son de índole muy diversa. Unos se vehiculan en la suburbialización y la degradación de la periferia, cuyos orígenes están en una voluntad de segregación social y, a la vez, en la presión del mercado del suelo que, en el liberalismo económico y sus imitaciones socialdemócratas, obliga a alejar del centro las funciones menos rentables. Otros aparecen con la participación ingenua de los ideistas de la nueva Ciudad Funcional -luego reinterpretados a su favor por los promotores de la expansión de las viejas ciudades-, con dos principios radicales: la ciudad verde y la zonificación de funciones. Otros son consecuencia de la incomodidad producida por la excesiva densificación de la información y la accesibilidad: la ciudad, aplastada por los dos sistemas, pierde su forma leíble y, por tanto, su capacidad de comunicación directa, pero, además, se crean en ella tantos grados de inconfortabilidad que algún ciudadano puede preferir los suburbios o las periferias.Así, la ciudad europea se encuentra hoy carcomida por diversos elementos que alteran su justificación histórica: la desintegración de la forma, sin la cual el ciudadano pierde las referencias de vida colectiva; la presencia de guetos en los que se zonifican determinadas funciones, con lo cual se reduce la posibilidad de interferencias; la dispersión en suburbios residenciales que implica ya una negación casi absoluta de la ciudad; el crecimiento caótico de una periferia densa, en la que las tipologías urbanas se organizan sin adecuarse a la permanencia morfológica de la ciudad.

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Quizá esta sea una visión demasiado catastrófica de la actual estructura urbana europea. Hay que aceptar que, a pesar de estos cánceres estructurales, nuestras ciudades no han entrado en coma y que siguen cumpliendo un rol fundamental en la política, la economía y la cultura. Con matices diversos y con diferencias a veces abismales, siguen siendo los lugares donde se vive mejor y donde las rentas son más elevadas. La razón parece evidente: las funciones de información y accesibilidad que se resolvieron históricamente con la concentración y mezcla de las actividades humanas en un ámbito territorial limitado, hoy, en la ciudad descoyuntada, han encontrado otras pistas en las nuevas técnicas de comunicación. La ciudad puede empezar a entenderse como un espacio telemático prácticamente ilimitado. Si los sistemas de comunicación alcanzaran una absoluta eficacia técnica, podríamos asegurar la desaparición de las ciudades. Los suburbios serían el nuevo sistema universal, enmascarado con las ideas de la ciudad-territorio y del retorno -¿ecológico?- a un uso individual de la naturaleza. Desde cualquier punto lejano, las grandes pistas telemáticas nos ofrecerían las mismas ventajas que la ciudad tradicional. Pero también esta perspectiva me parece exagerada. No es seguro que la tecnología a tales extremos de perfección, ni que el género humano renuncie a su natural sistema social que en el mundo moderno se encarna y se simboliza en la ciudad como obra de arte. Pero hay más: los medios artificiales no podrán sustituir nunca un tipo de información que es característica de la ciudad: el del encuentro casual, factor básico de la vida social. Hay quien va a buscar empleo y encuentra una esposa y una familia. Otro, en busca quizá de testimonios culturales, se entrega a la política y a la revolución. No imagino redes telemáticas tan complejas.

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La crisis de la ciudad no se puede resolver volviendo a las excelencias de la urbe renacentista, pero tampoco, extremando la utopía del espacio telemático ilimitado. Hay que aceptar la crisis y sus circunstancias.

La ciudad descoyuntada no obedece ni a la nostalgia renacentista ni a la utopía telemática. Es una bofetada a la colectividad, entendida en los términos de libertad, igualdad y fraternidad. Para que el espacio telemático ilimitado pueda ser una realidad abierta y no otra forma de opresión hay que recomponer antes la estructura física de la ciudad. No valen los conformismos hipócritas que apoyan el carácter "artístico" de la fealdad y la marginación de las periferias porque están al servicio de los grandes intereses especulativos disfrazados por el laissez faire y por la modernidad de lo anárquico en la forma aunque no en el gobierno. No añadamos ahora a estos alibis el de los teléfonos, la TV, los fax y las redes de ordenadores. En el fondo, la estética de lo depauperado y las excelencias de la tecnología coinciden en los mismos intereses mercantiles que hoy gobiernan toda Europa.

es arquitecto.

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