La espera de los bárbaros
Después de la caída del muro de Berlín, dice alguien, el mundo se tribalizó. Todo se transformó, en contra de lo esperado, en una guerra de tribus, de facciones, de fanatismos opuestos. Se tribalizó, me digo, y se trivializó. El fin de las ideologías coincidió con un deterioro del pensamiento, de la reflexión filosófica, de la cultura. Subsisten grandes niveles de inteligencia, pero falta sabiduría. Alguien cree que las luces tan europeas del llamado Siglo de las Luces se han extinguido precisamente en Europa. Observamos un panorama general de barbarie parecido al del siglo IV de la era cristiana. Con un matiz, con una variante digna de ser tomada en. cuenta: los peores bárbaros son los de adentro, no los que llegan desde las tinieblas exteriores.El orador que mencioné al comienzo había citado a Jorge Luis Borges. Pasé el boom, pasaron las modas literarias e intelectuales, y Borges es uno de los pocos clásicos latinoaméricanos que ha conseguido sobrevivir a niveles universales. Pues bien, Borges sostuvo en una oportunidad que los europeos de hoy somos nosotros, los de América Latina. No siempre, contesto yo: no nos pasemos de optimistas. Por lo demás, Borges fue un humorista y un poeta. Tomar cualquier afirmación suya al pie de la letra es una ingenuidad y un error. Eso sí, la naturaleza y la forma de su pensamiento, el único que ha podido adquirir una categoría verdaderamente clásica, demuestran que la poesía es rigurosamente necesaria y que el humor es una cosa muy sena.
¿Cómo interpretar la frase de Borges sin, equivocación? ¿Cómo interpretarla, sobre todo, sin arrogancia? Hace poco me ocurrió un pequeño suceso bastante revelador. Cité, un verso clásico de Mallarmé en un periódico; al día siguiente, un funcionario francés me es cribió dos líneas para explicarme, con amabilidad, con supe rioridad condescendiente, que el verso pertenecía a Paul Verlaine, el autor más diferente de Mallarmé que uno podría imaginarse. Respuesta mía: lea usted, estimado señor, el primer verso del poema, Brise maritime, en la página tal de la edición de Mallarmé de la Biblioteca de La Pléiade, y compruebe que he citado con la más rigurosa exactitud. Conclusión provisional: conocemos mejor la obra de Stépliane Mallarmé en el Santiago de Vicente Huidobro, de Teófilo Cid, de Enrique Lilin; en el Buenos Aires. de Jorge Luis Borges; en La Habana de Lezama Lima; en el México de Octavio Paz y de José Emilio Pacheco, que en la Francia de la prosperidad, de la sociedad de consumo, de la Unión Europea, Francia, Alemania, Europa, tienen una memoria desfalleciente de sus grandes clásicos, mientras que nosotros, enamorados de Mallarmé, de Rimbaud, de Franz Kafka, de Goethe, somos en alguna medida, de un modo metafórico (¡se entiende!) los europeos de ahora. Es lo que quiso insinuar con su frase, medio en broma, medio en serio, el autor de Historia de la eternidad. ¿No han observado ustedes que hasta los títulos de Bórges suelen ser una broma, una discreta e irónica tomadura de pelo?
El comentario de la frase borgeana puede llevamos lejos. En Europa, primero en la Europa protestante, después en todo el resto, se impuso la ética rigurosa, racionalista, árida, del capitalismo. Los románticos más tarde los simbolistas, los precursores de la gran revolución estética de comienzos de este siglo, percibieron el peligro con gran lucidez. Los ingleses y los alemanes fueron especialmente sensibles al tema de la destrucción de la naturaleza por desgracia, y como dignos herederos de cierto caudillismo ibérico, la cultura de la muerte. El asunto tiene una enorme actualidad para todos nosotros, desde México hasta Tierra del Fuego. Hemos empezado a desarrollamos, esto es un hecho indiscutible, pero hemos empezado de inmediato a conocer todos los inconvenientes del desarrollo, aparte de. algunas de sus ventajas. Es un desarrollo todavía incipiente y que plantea toda clase de preguntas. En el siglo XIX europeo se produjo un divorcio drástico entre la sociedad organizada, ordenada, y sus poetas, sus pensadores, sus soñadores. Ese divorcio fue el origen de todo el desgarramiento revolucionario, de la violencia, de las guerras, de las confusiones del siglo XX. Ahora, con la experiencia de nuestros antecesores, tendríamos la oportunidad única de seguir un proceso de desarrollo más humano, más culto, menos destructivo de la naturaleza.
No se sabe si vamos a conseguir aprovechar la experiencia de los otros, y hay muchas razones para dudarlo. Si los europeos de ahora fuéramos nosotros, si las 'luces del siglo XVIII, extinguidas por lo visto en Europa, hubieran empezado a encenderse en América Latina, no estaría tan mal. Pero Borges, por desgradia, era un personaje demasiado eniginático. Adivinamos su sonrisa escéptica, recordamos que optó por regresar.al Viejo Mundo y que está enterrado en la ciudad de Ginebra, y nos quedamos llenos de dudas y de preguntas.
Jorge Edwards es escritor chileno.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.