GAL: Las sorpresas del atajo
"Comprendo que el instinto de defensa busque medios extra legales... Una redada, un traslado, un intento de fuga y unos tiros empezarán a resolver el problema". Esta frase, entrecomillada fue escrita en 1920, cuando arreciaba el pistolerismo anarquista, por un general español y constituye la méjor prueba de que la tentación de liquidar el terrorismo mediante determinados procedimientos no es de anteayer. Ese mismo general, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de Estado tres años y medio después, lo que da idea de donde se acaba con tan sólo pensar en la posibilidad, de violar los fundamentos del Estado de derecho. La verdad es que casi todo en el asunto de los GAL resultaba previsible, porque cuando se elige un atajo con la voluntad de resultar expedito al margen de cualquier legalidad y, sobre todo, de cualquier moralidad, hay que tener en cuenta al menos los precedentes. Desde el principio resultaba imaginable que el estallido final fuera estruendoso y aconteciera en el peor momento, aunque tardara: los 12 años transcurridos desde el inicio son los mismos que duró el affaire Dreyfus. Era previsible también que esa voluntad de acabar con el terrorismo por medios drásticos no concluyera en nada. La disminución de muertos por actos terroristas es anterior al GAL y resulta más que dudoso que éstos hayan servido siquiera para facilitar la colaboración francesa. También se podía esperar el estremecedor océano de cieno que nos ha invadido en estas últimas semanas. Amedó y Domínguez no producen ya asco, sino directamente el vómito. En sus revelaciones está ausente, aunque fuera por disimulo, no ya el arrepentimiento, sino cualquier resquicio de piedad retrospectiva por ,aquel a quien torturaron. El nivel de suciedad no se contiene en esos protagonistas, sino que lo impregna todo. Se ha sacado a relucir, con generosidad, la palabra hipocresía, aplicándosela a la sociedad española. Sin embargo, la verdadera hipocresia consiste en que uno o varios políticos asuman la supuesta aceptación por los españoles de lo que sólo ellos pudieron decidir y que ahora la administren en su beneficio para resultar impunes y para polucionar de ignominia todo el entorno.
Previsible resulta también el futuro del caso GAL. Las responsabilidades judiciales serán sustanciadas ante los tribunales; son deseables en toda su plenitud y resultan imparables. Las responsabilidades políticas, más sutiles, deben ser exigidas también en.su plenitud. De entrada, al señor Barrionuevo le afectan de modo. pleno estas últimas y con los datos que ya existen le obligan a ausentarse de la vida pública para el resto de. sus días. Cuanto más lo dilate mayor daño hará a su partido, al que solo salvarán en esta materia los Belloch, Onaindía y Pérez Mariño. Las sorpresas no residen,pues, en cuanto antecede, sino tan sólo en tres aspectos precisos. Ese criminal llamado Amedo, que ahora pretende pasar por un patriota algo patoso, ha hecho imputaciones a personas, pero también ha revelado la conexión entre un clima ambiental, que era de prepotencia política y no de impotencia policial, y la elección del supuesto atajo. Esto debiera hacer pensar hasta qué punto resultan peligrosos a veces los políticos, autocon vencidos de su mesianismo y dispuestos a salvamos a pesar de nosotros. mismos.
La segunda sorpresa se refiere al impacto que ha tenido el reciente estallido de esta cuestión. La verdad es que los escandalos económicos ni remotamente han causado tal impresión en el cuerpo dolorido de la conciencia nacional. Ahora (y sólo ahora) existe la doble, sensación de que estamos haciendo equilibrios al borde del abismo y de que nada en toda esta cuestión va a ser perdonado. Pero, ¿es éste el indicio de una sana reacción moral o la conciencia de un vacío? Es imposible estar muy seguro de cuál es la buena respuesta. Si en eso hay, por lo menos, una sombra de esperanza anotemos, en tercer lugar, un último aspecto que no la hace crecer. Asombra la combinación entre la ausencia de cualquier vibración de piedad humana por la veintena de asesinados y el entrecruzamiento de reproches que sólo buscan el beneficio partidista, el radical cambio de juicio sobre personas concretas (Garzón, Amedo ... ) y la familiaridad en el trato con criminales de algún periodista. Todo esto parece demostrar que el síndrome GAL ha penetrado profundamente en nuestra colectividad porque revela que se sigue pensando que, de algún modo, el fin justifica los medios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.