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Uvas en vez de guisantes 150 niños de Chernóbil pasan las navidades con familias madrileñas

Más de un centenar de familias madrileñas pasan unas navidades especiales descubriendó las tradiciones españolas a niños afectados por la radiactividad de Chernóbil. Ciento cincuenta pequeños ucranios disfrutan de unos días de descanso, recuperan fuerzas, toman vitaminas y, sobre todo, se divierten en hogares de Leganés (178.000 habitantes), Madrid capital y la sierra.El turrón, los dulces y la fruta les han encantado a todos; los villancicos, también*, pero han evitado el marisco por falta de costumbre.

Olga Maximenko tiene 12 años, tez pálida, grandes ojos azules y pocos kilos, a pesar de sus 1,70 metros de estatura. Es la niña que han acogido los Raspeño, Jesús y Conchi, en su casa de Leganés. Las tres hijas del matrimonio Isabel, de 15; Alicia, de 14, y Cristina, de 11- se han convertido en el mejor medio de comunicación. Se entienden en inglés, y si eso falla, los gestos y la mímica son el mejor vocabulario. Así lo explica otra de las madres, Manoli González, al señalar que el mayor problema con el que se han encontrado las familias es el de la barrera del lenguaje. "Yo creo que el cariño hace que te inventes cosas que te salen de dentro".

Todos los niños comen mucha fruta, y la necesitan, porque, según explica John Mobasser, de Niños del Mundo, la organización responsable de la visita, las vitaminas son primordiales para mejorar las defensas de estos niños que provienen en su mayor parte de orfanatos de Kiev.

Olga es tímida y sólo se suelta a hablar (en inglés) un poco más cuando se refiere al origen "muy antiguo" del traje regional que ha traído de su país o cuando muestra la foto de su familia.

En la cena de Nochevieja no hubo problemas para que Olga entendiese la tradición de las 12 uvas. Según explicó, en su país acostumbran a comer guisantes en las últimas campanadas del año. Lo que sí ha cambiado es a san Nicolás por los Reyes Magos. Se llevará a su país muchas cosas, como una cámara de fotos, colonias y un estuche de escritura.

Le gusta poco salir y cumple a rajatabla los deberes del colegio.

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Más revoltoso es Dmitri Bealomich, de nueve años, que "se lo pasa bomba" con Alberto, su hermanó de acogida en casa de Inmaculada Luna. Nada más llegar, Dmitri, que con los otros niños había pasado más de 24 horas de viaje, prefería ir a pasear antes que dormir. Ya es capaz de tararear un villancico en castellano y de pedir cuando se le ofrece un dulce "mazapán artesano" con una erre perfectamente pronunciada.

Dmitri venía sólo con lo puesto y aunque su familia española le ha comprado ropa, él prefiere guardarla a estrenarla aquí. Incluso llega a no jugar al balón, que le gusta mucho, para no estropear las botas que trajo de su país.

En casa de Manoli González ya tienen experiencia. En agosto pasado acogieron a otra niña de Chernóbil. Quizás por eso Elena, de 15 años, huérfana de madre, es ya una más. Elena se muestra reacia a hablar del desastre de Chernóbil. "Si sale este tema, se encoge de hombros y con un gesto muy expresivo dice: 'Olvidar, olvidar". La radiactividad hizo que su madre falleciese de cáncer.

La misma enfermedad que se llevó a la madre de Tania y Ana, las dos niñas que acoge Esther Campos en Collado-Villalba. Esther ha podido hacer realidad -el sueño que se le hurtó a Manoli: hacer regresar a la niña que tuvo en agosto.

Según John Mobasser, a pesar de que han transcurrido ocho años desde el accidente de Chernóbil, la situación es más grave ahora. "Los adultos de Ucrania no van al médico. Dicen: '¿Para qué? Ya sabemos lo que nos va a pasar'. Lo que quieren es salvar el futuro de sus hijos, que vivan o, por lo menos, que duren un poco más". Ése es el espíritu que intentan devolver con cariño las familias madrileñas.

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