La sangre de Tamesguida
Los vecinos de un pueblo argelino recuerdan el asesinato de 12 croatas a manos del GIA
"Nunca olvidaremos la matanza de! Tamesguida". Lo asegura uno de los vecinos de esta localidad argélina, a media voz, pero con respeto y dolor, refiriéndose al asesinato de los 12 ciudadanos croatas, trabajadores en una empresa de obras públicas, que fueron degollados a sangre fría y en una misma noche, por los miembros de un comando del Grupo Islámico Armado (GIA) también en las vísperas de Navidad, pero de ahora hace un año. La muerte de los croatas se produjo exactamente el 14 de diciembre, dos meses después de que finalizara el ultimátum decretado por los integristas radicales para que los extranjeros abandonaran Argeliá.Tamesguida está en plena zona roja. A poco menos dé un centenar de kilómetros de Argel, muy cerca de la ciudad de Medea, convertida desde hace unas semanas en la falsa capital de un hipotético Califato Islámico de Argelia, que sólo existe sobre los papeles y la propaganda integrista. Son los mismos panfletos en los que se anunciaba la fúsión del Ejército Islámico Armado (AIS) con el GIA, las dos fuerzas más importantes del movimiento radical fundamentalista. Otra mentira salida, seguramente de algún despacho de Argel.
Para llegar hasta este punto del mapa, hay que dejar la capital por el suroeste y adentrarse por una carretera hasta ahora temida y maldita, repleta e curvas, que después de cruzar la ciudad de Blida, serpentea por las gargantas de la Chiffa y aparece finalmente ante las colinas suaves y los viñedos de Medea. Al llegar hasta este punto sólo quedan media docena de kilómetros para Tamesguida.
Carros de combate
La cinta de asfalto, desde la sa lida de Blida -la ciudad de los treinta cuarteles y de las rosas- está desde hace unos meses controlada por las fuerzas -de seguridad y especialmente por el Ejército, que ha logrado desembarazarse, por el momento, de los grupos guerrilleros integristas, que se escondían en las montañas, merodeaban por la zona, asaltaban y robaban a los automovilistas.
Los carros de combate, los tanques y los soldados se alternan a lo largo de la ruta con los trabajadores de obras públicas, que tratan por todos los medios de adecentar la carretera, ampliar los arcenes, encauzar los riachuelos y mantenerla siempre abierta y transitable, antes de que llegue el pleno invierno y la! primeras nieves. Todo eso lo hacen por la mañana, porque por la tarde vienen el frío y el miedo.
Tamesguida es algo indefinible. Entre una aldea y un pueblo. Tiene poco más de tres centenares de habitantes, que en su mayoría viven en casitas bajas de adobe. Los edificios más importantes del lugar son entre otros el salón-café, con una pequeña terraza, algunas sillas donde se sirven muy pocas cosas y donde no hay, no hace falta preguntarlo, bebidas alcohólicas. El otro edificio singular es una mezquita local, de una sola planta y de tejas verdes, dotada de un potente alta-voz, por el que suele llamar a la oración el almuédano local. El resto es un inmenso barrizal.
El escenario del crimen de los doce ciudadanos croatas se encuentra a la misma entrada de Tamesguida. El catafalco de los ex yugoslavos es una diminuta ciudad de bloques prefabricados y compactos de cemento, dispuestos de manera ordenada, rodeado cada uno de pequeños jardines. La ciudad está ahora olvidada. Algunos de los chalecitos han sido saqueados. Pero en cualquier rincón pueden encontrarse aún las huellas de los antiguos vecinos; como ese periódico de la ex Yugoslavia, que a modo de cristal permanece pegado enel marco de una ventana.
Aquí sucede, en pequeña escala, lo que pasa en otras zonas de Argelia, donde los radicales fundamentalistas aparecen sólo cuando quieren, aunque preferentemente lo hacen por e, atardecer o por la noche, una vez iniciado el toque de queda. Todo ello con la intención clara de dejar sentado que ellos controlan la zona.
"Pero en realidad esta tierra no es de nadie, ni siquiera de los ciudadanos", recalca pragmaticamente un vecino, algo más hablador.
La matanaza de Tamesguida fue recordada con respeto y dolor por la comunidad católica de los monjes cistercienses, que habitan en el Monasterio de Nuestra Señora del Atlas, situada a pocos kilómetros, en línea recta. Pero para llegar con mayor seguridad y sin ningún riesgo hasta el convento, hay que dar un gran rodeo, volver a Medea y preguntar por Tibhirine, que en lengua árabe significa El Jardín. "Aquí no recibimos periodistas", ha asegurado un monje, alto y delgado, vestido con los hábitos de lana burda, quien ha entreabierto la puerta después de mucho aporrear y tocar el timbre.
Tras una pequeña discusión me ha acabado enseñando la capilla, un pedazo de jardín y la hospedería, donde solían alojarse todos los años los ciudadanos croatas una vez celebrada la misa de Nochebuena, para no volver a casa cerrada la noche. Este es el segundo año que faltaron a la cita. Pero los monjes cistercienses los recordaron a todos el pasado día de Navidad en sus oraciones e incluyeron en ellas al vecino olvidado de Tamesguida, un joven de religión musulmana, cuyo cuerpo jamás fue encontrado.
"Esto es lo que más me duele. Todos suelen rezar por los doce croatas, pero se olvidan del musulmán desaparecido. Como si el no fuera también un ser humano", me ha susurrado al oído uno de los siete monjes supervivientes de esta comunidad diezmada por el tiempo y la historia, formada hace 57 años, cuando Argelia era una colonia francesa. -
Ellos son los últimos católicos de Tamesguida. Ésta es también su tierra. Esto es también Argelia.
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