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EL 'CASO BANESTO'

Seis años que arruinaron Banesto

Conde siguió una política suicida de expandir el crédito, pagar caro el iorro y aumentar los gastos del banco

Jesús Mota

La gestión de Mario Conde al frente de Banesto fue perfectamente descrita por su sucesor en la presidencia de Banesto, Alfredo Sáenz, con exactitud y economía de medios: "Actuaba con malas prácticas bancarias que transgredían sistemáticamente las normas contables". La percepción de Sáenz coincide en lo sustancial con una apreciación en la que se pusieron rápidamente de acuerdo el Banco de España y el resto de mundo bancario español y es que Mario Conde distaba mucho de ser un banquero. Buena parte de sus decisiones se explican por el afán de relumbrón político, el ansia de notoriedad o un indisimulado mesianismo. Ni era un banquero ni se cuidaba de serloLa gestión de Banesto durante la época Conde (10 de noviembre de 1987 hasta el 28 de diciembre de 1993) fue ruinosa para la entidad bancaria y carece de explicaciones desde el punto de vista del estricto negocio bancario. Por ejemplo, lo que desde una perspectiva estrictamente profesional puede ser definido como "excesiva concentración de riesgo en operaciones que no tenían un claro futuro desde el punto de vista bancario, como es el caso de la Corporación Industrial (150.000 millones)", desde la

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posición de Mario Conde podía ser entendido como la reafirmación de una coartada económica particular, en la cual la banca apoyaba la industria y contribuía a la regeneración del tejido empresarial; coartada falsa, ya que su auténtico sentido era la posibilidad de ejercitar impunemente las "operaciones singulares a través de fiducias, aparcamientos... " (la definición es de Sáenz) y obtener pingües beneficios, mientras se alardeaba en foros y cátedras de una nueva idea económica salvadora.

La variedad de tropelías de gestión cometidas por el equipo de Conde y que provocan la crisis de la entidad y la intervención del Banco de España, se resumen en dos (no podía ser de otra forma). La primera es la política de expansión del crédito. Mientras el resto de los bancos retrocedían apresuradamente en el mercado de los créditos para no acrecentar sus pérdidas, sabedores del fin del ciclo de prosperidad económica, Banesto expandía la concesión de créditos en una táctica suicida. El gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, cuantificó esta expansión en un aumento de la inversión crediticia del 109% hasta 1991; crecimiento que en otros bancos, en el mismo periodo no había pasado del 60%.

La segunda prueba de inepcia es la "alocada y cara carrera de captación de pasivo". El resultado de la carrera fue un pasivo excesivamente caro para las posibilidades del banco. La autoridad monetaria estimó que el coste medio del pasivo para Banesto pasó del 5,15% en 1988 / 89 al 7,8% en 199 1. El resto de la banca rozaba el 7% como mucho.

Un factor de intranquilidad para el Banco de España era además el hecho de que buena parte de la inversión crediticia se concentrara en la Corporación y empresas del grupo. El riesgo de impago y de autocartera era elevado y, sobre todo, sin control.- El fraude de gestión que explica el hundimiento de Banesto, presenta un banco que no obtiene rentabilidad porque tiene una gran concentración de inmovilizado con alto riesgo de impago o con empresas de su propio grupo (activo esterilizado) y porque su pasivo es demasiado caro; al mismo tiempo, sobre esta incapacidad de generar beneficios, se añade la carga de gastos improductivos o simplemente extravagantes. Alfredo Sáenz, la opinión más cualificada en el análisis de la gestión de Banesto en la era Conde, apunta en su larga enumeración de sombras los "gastos desproporcionados en consultorías, informática y algunas contrataciones de personal" y la "política expansiva en gastos de inmovilizado", que se plasmó en un gasto de 65.000 millones en remodelaciones durante los cuatro últimos años de su gestión o en 18.000 millones invertidos en publicidad.

Banesto careció durante casi todo el periodo Conde de equipos gestión adecuados en el nivel de Director General e inmediatamente por debajo. Esta ausencia, que se demuestra con la nula defición de productos financieros sofisticados, es otro indicador de la despreocupación técnica de Conde y el equipo de dirección del banco por la buena gestión. Cuando Enrique Lasarte, como consejero delegado, intentó imponer una organización y, al tiempo, aumentar el volumen de provisíones y reservas, ya era tarde.

La despreocupación se manifiesta sobre todo en los gravísimos problemas de gestión y control, que impedían un conocimiento exacto de la morosidad del banco. Incapaz el banco de hacer frente a las elevadísimos tasas de morosidad que su propia política había generado, impedía el traslado, infórmático y en papel, de las cifras de morosidad de las oficinas de provincias, en un intento de controlar la morosidad por el procedimiento de desconocerla. De hecho, la evolución de la morosidad que se refleja en el gráfico adjunto es una estimación realizada con las cifras oficiales del banco. De nuevo aparecía ese veta de ilusionista, rasgo fundamental del carácter de Conde, antitético con los ademanes e intenciones de un buen banquero.

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