El barrendero que colgó la escoba
Una azafata de Iberia hace realidad el sueño de un modesto malagueño
Antonio Cárdenas Carballo, de 52 años, apenas pudo dejar de temblar en toda la mañana. Se enteró de su fortuna cuando barría la calle de Parras, en el centro de Málaga. Poco antes del mediodía, dos fotógrafos de prensa le dieron la noticia de que en el bolsillo tenía 36 millones. Cárdenas, 14 años atado a la escoba, se persignó, sollozo de alegría, soltó el carro de la limpieza, apoyó la escoba en una pared y echó a correr a la oficina de Unicaja a depositar el décimo. "No sé qué voy a hacer. Dejaré pasar unos días hasta decidirlo", comentó ante las cámaras.Su sueño es dejar de trabajar y negociar con la empresa que su puesto lo ocupe uno de sus cinco hijos en paro. De las 112.000 pesetas que gana al mes había gastado 10.000 en la lotería de Navidad con la ilusión de dejar para siempre la escoba. Está a punto de hacerlo, y se lo debe a una azafata que trajo expresamente los números de Barcelona. De momento, todo son parabienes. El director de la sucursal donde ingresó el dinero, Jesús Andrade, se deshacía ayer en elogios con el afortunado: "Es un hombre muy conocido y querido en el barrio, le haremos un regalo muy especial".
Cárdenas es una excepción. Las administraciones de Málaga no repartieron esta vez ni un solo pellizco de los primeros premios. La fortuna le llegó a este veterano barrendero y a otros cinco elegidos, que se reparten 210 millones, gracias a Ascensión Trasierra, una azafata de Iberia de 32 años, a quien su padre, el propietario de la cafetería Alamos, le había encargado que en uno de sus viajes comprara varios décimos.
La experiencia sugirió al pádre de Asunción que le impusiera a su hija azafata la condición de que adquiriera la lotería en una administración de Madrid o Barcelona, "porque el gordo siempre toca en las ciudades grandes", y bajo ningún concepto en el aeropuerto. Ella le hizo caso y no se equivocó. El lunes pasado, Ascensión compró siete décimos del 49.595 en la Travesera de Dalt, de Barcelona, y llevó el gordo en vuelo regular hasta Málaga. Un décimó se lo quedó ella; otros dos su padre, Rafael, que compartió un tercero con Miguel Molina, camarero del establecimiento, y los restantes fueron a parar a tres clientes habituales, entre ellos, el barrendero de la empresa municipal de limpieza, Limasa. Cada uno de estos últimos se ha embolsado 30 millones de pesetas.
La cafetería cerró sus puertas a mediodía. Su dueño no quería hablar con nadie, ni siquiera con los dos cazafortunas de un banco que se apresuraron en presentarse ante él. Decidió dejar el trabajo y celebrar el gordo con su familia, con la que, dijo, repartirá sus 75 millones, al margen de los 30 que le correspondieron a su hija. El camarero, Miguel Molina, espera ahora que Rafael se retire y le arriende el establecimiento. "Con 15 millones no puedo dejar de trabajar, pero podía quedarme aquí".
Molina tiene dos hijos en paro, de 22 y 24 años, y duda si emplearlos con él en el bar o montarles su propio negocio. Su mujer lo tiene claro: "A éste le vamos a comprar una furgoneta para que se dedique a lo suyo", decía señalando a uno de ellos.
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