Un paseo
Ayer salí a pasear. Y ¡Santo Dios lo que vi! Pero no crean, no se relaman de gusto pensando que les voy a contar algo extraordinario. Lo que vi fue terriblemente vulgar y si a mí me pareció nuevo y extraordinario fue porque lo miré con los ojos de un habitante de otro planeta. Salí dispuesto a ver las cosas como si nunca las hubiese conocido, como si fuera nuevas. Algunas cosas me extrañaron y les pregunté a los que las hacían porqué lo hacían. Ninguno lo sabía. Hacían las cosas porque sí. Como el cerdo que, se tumba o se levanta o deambula por la cochiquera sin ninguna razón. Primero vi a un chiquillo que se dedicaba a romper las paredes con un cortaplumas, le pregunté por qué lo hacía, si es que tenía odio al propietario de la finca y me contestó que no, que ensuciaba las paredes y esculpía frases obscenas en ellas no sabía por qué, por distraerse, por pasar el rato. Otro, este un hombre tiraba papeles sucios en la calle, y latas de sardinas vacías, éste las tiraba porque le molestaban en su casa, pero no le importaba que molestasen a los demás. Un viejo hacía ruidos con su moto sin ninguna necesidad. Un jovenzuelo se meaba en un portal como si fuera un perro. Un hombrecillo dirigía frases de poco gusto a las mujeres que pasaban y dijo que lo hacía por reírse, aunque no sé de qué se reía. Una señora gorda sentada en una silla en medio de la acera miraba pasar a las mujeres jóvenes con odio y gruñía de rabia. Una enorme multitud escuchaba a un sacamuelas que vendía no sé qué fantásticos productos que no servían para nada. Un motorista culebreaba por la calle con su artefacto toreando a los automóviles. Un guardia ponía multas a los tenderos. Unos mozalbetes estropeaban los coches aparcados, unos descuideros robaban a los paletos. Un chiquillo lanzaba ruidos inarticulados gruñendo como un gorrino. En fin, vi cosas extrañas que me hicieron pensar que, en verdad, el hombre ha nacido para altos destinos.
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