Asco generalizado
Durante las últimas semanas, por primera vez en mi vida, he descubierto que he dejado de leer el periódico diario o de comprarlo- tan siquiera, como protesta admitidamente inútil contra el curso de los acontecimientos, anno domini 1994. ¿Por qué leer más detalles bochornosos sobre Bosnia, la peor contemporización con agresores racistas desde la traición de los años treinta de las repúblicas española y checoslovaca? ¿Para qué leer acerca de los planes estadounidenses de emitir sellos de correo en conmemoración del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki como si fuera algo de lo que estar orgullosos? ¿Para qué leer más sobre las treguas rotas en Angola, el robo de los suministros humanitarios en Ruanda, las guerras civiles alimentadas por los odios étnicos en el extranjero próximo de la recientemente disuelta Unión Soviética, etcétera?Pero no sirve de nada llorar simplemente. El mundo es como es. Las capacidades y motivaciones medias de la raza humana y sus dirigentes no varían mucho de una generación a otra. En este artículo me gustaría intentar identificar algunas de las presiones subyacentes que pueden ayudar a explicar por qué hay esa concentración de malas noticias, hablando política y moralmente, en la actualidad.
Un denominador común de los muchos conflictos espinosos que hay en el mundo es la revolución de las expectativas crecientes, combinada con la creciente amenaza del desempleo tecnológico. Durante los dos últimos siglos en Occidente, y durante al menos los últimos 50 años en el resto del mundo, se ha enseñado a la gente a creer que la libertad individual es un derecho de nacimiento, que las oportunidades económicas existen y que el trabajo duro se verá recompensado, independientemente de los antecedentes étnicos o de clase de cada uno. Hoy no existen pueblos dispuestos a resignarse al sufrimiento y las privaciones como a una condición natural de la existencia.
Al mismo tiempo, la complejidad tanto de la tecnología como de la organización empresarial, la rápida expansión de los ordenadores y la automatización han puesto a las clases medias del mundo en una situación inestable y contradictoria. Por una parte, su capacidad aumenta su poder de negociación. Por otra, todo el proceso les amenaza con el desempleo estructural De ahí que tanto las masas no cualificadas como las clases medias con formación técnica estén exigiendo me ores condiciones de vida en unos momentos en que su poder colectivo de negociación está siendo recortado por más progresos técnicos.
Un segundo común denominador es la creciente disparidad de remuneraciones entre los sectores público y privado en todo el mundo. Hace medio siglo, una elevada proporción de graduados de las mejores universidades elegían la enseñanza, o el cuerpo de funcionarios del Estado, o la política, como carreras remuneradoras. En general, sabían, en el mundo capitalista, tanto occidental como oriental, que las remuneraciones económicas no serían tan elevadas como en el sector privado, en la industria y la banca. Pero la diferencia no era excesiva, y la satisfacción personal y el reconocimiento público compensaban esos ingresos menores. En cuanto a la Unión Soviética, a pesar de todos los esfuerzos de Stalin por destruir todos los talentos independientes, siempre hubo un amplio grupo de personas de ambos sexos que se enorgullecía de haber sido bien educado por los soviéticos y que estaba dispuesto a dedicar todos los esfuerzos a un proyecto colectivo de mejoramiento humano.
¿Pero quién elegirá el funcionariado en Estados Unidos o el Reino Unido, por ejemplo, si cada campaña electoral proclamará sus pecadillos sexuales en los titulares de la bendita prensa libre? ¿Quién elegirá administrar escuelas, o universidades, u hospitales, si cada decisión cuestionable que tome estará sujeta no sólo a la crítica y revisión de sus superiores, sino a la acción legal, o a amenazas de acción legal, por parte de estudiantes, empleados, pacientes o colegas que crean que sus derechos se han. infringido de algún modo? Además, la diferencia entre las instalaciones técnicas y las ganancias entre los trabajos comparables de los sectores público y privado se ha agrandado en las últimas décadas.
Un tercer factor de desorientación ha sido ciertamente el final de la guerra fría. ¿Dónde está el malvado imperio cuando necesitamos su amenaza para mantener los rudimentos del capitalismo con rostro humano? Las pensiones de los ancianos y la seguridad social mínima empezaron con la legislación social de Bismarck en Alemania en la década de 1880. El Canciller de Hierro no era un liberal de gran corazón (uno de los epítetos favoritos de los conservadores norteamericanos), sino un gobernante pragmático que esperaba evitar que los obreros industriales se volvieran socialistas. Medio siglo más tarde, el new deal estadounidense, y después los Estados de bienestar europeos desde los años cincuenta en adelante, fueron todos conscientes de la competencia del modelo soviético, que puede ser autoritario y primitivo en sus métodos, pero que no permitió que sus ciudadanos se quedaran desempleados estructuralmente sobre una base permanente.
Los vencedores de la guerra fría han utilizado los gigantescos fracasos económicos y humanos de la Unión Soviética para desacreditar todo el pensamiento socialista, incluso el que ha sido la base de los Estados de bienestar democráticos de los últimos 40 años. Actualmente vivimos en un mundo en el que la automatización de la industria y la reducción del personal de las empresas incrementan el desempleo permanente, tanto entre los obreros industriales como entre la clase media, desempleo por el que no sienten ninguna responsabilidad los caciques del capitalismo de mercado.
Otro factor más de desorientación ha sido la crisis de identidad de los pueblos de todo el mundo. Cuanto más se internacionaliza la economía, y más la controlan fuerzas incomprensibles para la mayoría, más gente necesita recuperar su identidad de lo que sienten es su combinación local única de elementos étnicos, religiosos y nacionales. Los ideales universales no pueden competir con el tribalismo cuando las fuerzas universales existentes tienen un impacto extremadamente negativo sobre la vida de las gentes.
A mí me parece evidente que las malas noticias empeorarán aún más, hasta que, o a no ser que, las clases medias profesionales y empresariales, los intelectuales y los científicos (es decir, aquellos sectores de la población con la suficiente educación y experiencia como para influir en el comportamiento político) vuelvan a aprendan la necesidad de la solidaridad, la compasión, el sentido de que precisamente sus talentos superiores suponen una mayor responsabilidad moral para pensar y actuar en nombre de la humanidad como un todo. La cuestión, para mí, como historiador, es saber cuánto tiempo costará llegar a esta nueva conciencia necesaria. No faltan magníficos precedentes: Spinoza, Kant, los enciclopedistas, los Thomas Jefferson, John Stuart Mill y Bertrand Russell, como contrapeso esencial para las amorales fuerzas económicas y técnicas que están creando un asco generalizado.
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