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Bofetada al 'emperador'

Enric González

Pierre Mendés-France, la figura más noble de la moderna izquierda francesa, resucitó el domingo por la noche. Mendés-France (1907-1982) vivió lo justo para ver en el Elíseo a su vieja antítesis, François Mitterrand, un hombre inferior a él en lo intelectual y lo moral al que sin embargo, reconoció el mérito del éxito político. Y el domingo se reencarnó durante una hora en uno de sus más leales discípulos, Jacques Delors, para darle una póstuma lección de ética al que fue su compañero de Gobierno en los años 50: "No quiero convertirme en un presidente-rey holgazán con un gran chambelán de palacio en Matignon [residencia del primer ministro], haciendo una política contraria a aquella en la que creo". Con una simple frase asesina, Delors-Mendés dejó desnudo al emperador Mitterrand, mago de la cohabitación y el arreglo.Delors se cobró, de paso, unas cuantas facturas personales. Hombre sin títulos universitarios, hijo de conserje, con el orgullo desmedido de quien sabe lo que es hacerse uno mismo y la sinceridad de quien lo da todo por perdido de antemano, el pequeño Jacques, siempre a un paso de la dimisión, eternamente rechazado en la derecha por izquierdista y en la izquierda por conservador, esperó el momento en que unos y otros le aclamaban, para devolverles todos los desprecios.

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Carné para un cristiano

El pequeño Jacques recordó sin duda, durante sus semanas de "reflexión personal", aquel 2 de noviembre de 1974 en que, en el restaurante parisino Le Tambour, la sección socialista del distrito XII le recibió erigida en tribunal para juzgar durante dos horas mortificantes si un "demócrata-cristiano" como él merecía el carné del partido. Hubo de recordar también aquel congreso socialista de 1992 en que a él, progenitor del tratado de Maastricht y estadista europeo, casi se le negó, como tantas otras veces, la palabra.

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El mazazo fue durísimo. El ex ministro socialista Jack Lang, invitado en el siguiente programa de la misma cadena televisiva, estaba conmocionado: "Pero, ¿es irrevocable?", le preguntó a la presentadora del informativo. Sí, era irrevocable. Delors había quemado todas las naves.

La despedida de Delors, el anti-Mitterrand, adquirió dimensiones casi freudianas. Porque fue mucho más allá de la crítica al "presidente-rey" decorativo: le dejó sin descendencia. Mitterrand había querido dirigir su sucesión, para dejar claro que cualquier poder futuro de la izquierda procedía de su propia mano. Con su negativa y con sus palabras, Jacques Delors regaló la presidencia a la derecha y se erigió en referente moral para los futuros dirigentes socialistas. La cadena dinástica de Mitterrand quedó rota. Y la de Mendés-France, restablecida.

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