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La renuncia de Delors convierte la elección presidencial en Francia en una guerra interna de la derecha

Enric González

La derecha francesa ya no tiene rival. Puede dedicarse desde ahora a su actividad preferida: la guerra fratricida. La renuncia de Jacques Delors a ser el candidato socialista abre la posibilidad de que por primera vez desde 1969, sean dos conservadores quienes se disputen la presidencia en la segunda vuelta, y acaba, por tanto, con los argumentos a favor de la unidad. Los gaullistas Jacques Chirac y Édouard Balladur pueden despedazarse a gusto, ante un electorado que, impresionado por el discurso ético de Delors, tenderá a contemplar el espectáculo como un festival de cinismo.

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La decisión de Delors tendrá largas consecuencias en el panorama político francés. Más de doce millones de personas siguieron en directo Sept sur sept, el programa de televisión en que el presidente de la Comisión Europea anunció su negativa. Y nadie quedó indiferente. Para la izquierda, decepción terrible. Para la derecha, un éxito anticipado. Para todos, una lección inolvidable: no todos los días se ve a un hombre renunciar a ser presidente de Francia, un cargo con un poder ejecutivo que en Occidente sólo es superado por la presidencia de EE UU, por razones fundamentalmente éticas.La sombra de Delors se proyectará sobre la próxima campaña, y sus acusaciones a diestro y siniestro (contra Mitterrand, contra la derecha, contra los centristas, contra los socialistas y contra el inmovilismo de los propios franceses) flotarán sobre cada discurso y cada promesa. Ahí queda el testamento de Delors: "No desearía, tras ser elegido, verme obligado a cohabitar con un gobierno que no compartiera mis orientaciones. Tendría la sensación de haber mentido a los franceses, habiéndoles propuesto un proyecto que no podría aplicarse. Ahí está mi deber, que concuerda con la necesidad de aportar más transparencia y coherencia a la vida democrática. No dar ilusiones a los franceses: en efecto, las decepciones de mañana serían peores que los lamentos de hoy".

Bajo el peso de esta reflexión tendrá que vivir el próximo inquilino del Elíseo, sea Edouard Balladur, Jacques Chirac o cualquier otro. La izquierda gana, con la despedida de Delors, un tesoro para su patrimonio moral. Pero queda terriblemente huérfana y condenada en la práctica a una larga temporada en la oposición. El Partido Socialista consultará a su militancia y, en enero, elegirá un candidato testimonial: quizás Pierre Mauroy, un histórico sobre cuyas espaldas inmensas puede cargarse el fardo de una campaña sin esperanza; quizás Jack Lang.

Otros nombres

Hay otros nombres: Michel Rocard, Lionel Jospin, Henri Emmanuelli (procesado), Laurent Fabius (procesado)... Importa poco, porque el resultado es ya conocido. A las 19.40 de la tarde del domingo, los socialistas despertaron de un sueño y se reencontraron con la realidad: se hundieron en 1993 y tardarán años en recuperarse.

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En la periferia. socialista, alguien se llevó una alegría: el multiprocesado y quebrado empresario Bernard Tapie tiene pista libre para anunciar su candidatura, sin que nadie pueda culparle de dividir algo que ya está irremediablemente roto. Es posible que hoy mismo anuncie su entrada en campaña bajo la bandera de los radicales. En la derecha, que no se libró de la lección de ética de Delors ("cuando Chirac y Balladur prometen reformas sin fracturas, yo digo que ambos mienten a los franceses") reinaba ayer un sorprendido alivio. "Yo ya me lo imaginaba", fue el único comentario del primer ministro y candidato in pectore, Edouard Balladur, quien contaba con la amenaza de Delors para forzar la renuncia de Jacques Chirac.

Este último se sentía feliz. Y tenía razones para ello. Primero, porque fue el único líder político que durante los dos últimos meses repitió hasta la saciedad que Delors no se presentaría, y organizó su campaña en base a esa hipótesis. Segundo, porque Chirac, casi desahuciado hace dos días, se convirtió de pronto en un candidato con muchas posibilidades. Chirac representa a la derecha pura y dura, y en la primera vuelta le robarán votos los ultraderechistas Jean Marie Le Pen y Philippe De Villiers.

Ya cuenta con ello. Pero a Balladur podría quitarle votos mucha más gente, toda la que se sentirá tentada a ocupar un pedacito del espacio abandonado por Delors: Valéry Giscard d'Estaing, Raymond Barre y cualquier centrista que quiera empuñar la bandera del europeísmo.

En las instituciones de la Unión Europea en Bruselas, la negativa de Delors ha sido recibida con enorme decepción, informa Xavier Vidal-Folch. La consecuencia que peor se encaja es que "no habrá un candidato europeísta con posibilidades de llegar al Elíseo", comentó ayer a este diario un alto funcionario de la Comisión Europea, "ya que ni Chirac ni Balladur son creíbles en materia europea".

Esta preocupación resultaba común a distintos círculos de dirigentes de la Unión Europea (UE). El mismo canciller alemán, Helmut Kohl, había dado pruebas de su simpatía por una candidatura de Delors. Los británicos se sentían secretamente satisfechos por la desaparición de la escena comunitaria de quien ha venido siendo su principal bestia negra, al encarnar la "burocracia de Bruselas".

Otras fuentes subrayaban que la evolución previsible en Francia "deteriora aún más el eje franco-alemán, que ha sido fundamental en la construcción europea". Para un diplomático de la OTAN, sin embargo, esa relación París-Bonn está ya tan bajo mínimos que "no puede hablarse propiamente de eje franco-aleman sino, en todo caso, de eje germano-francés".

Paso a la presidenta

Jacques Delors lo había comentado con sus más próximos: una de las razones que le inclinaban a no querer ser presidente era Martine, su hija.Delors creía que su hipotético mandato perjudicaría la carrera política de Martine, para la que siempre había soñado un destino histórico: el de la primera mujer presidenta de Francia. Y Martine cuenta mucho para su padre, quien se volcó sobre ella desde que en 1981 murió de leucemia su otro hijo.

¿Puede cumplir Martine Aubry, algún día, el sueño de su padre? Si alguna mujer en Francia está en situación de alcanzar el Elíseo es ella. A los 44 años tiene tras de sí una carrera de Economía (la que no pudo cursar su padre), una experiencia ministerial con la cartera de Trabajo de la que salió bien parada, y un prestigio político ganado al estilo Delors: fidelidad a las ideas propias por encima de todo.

En un sondeo realizado hace diez días y publicado ayer por el diario Libération, en el que se preguntó al público quién podría ser el candidato socialista en caso de renunciar Jacques Delors, Martine Aubry obtuvo el segundo puesto después de Jack Lang.

A esa popularidad propia podría sumarse, por un efecto de transferencia, el inmenso prestigio de su padre.

Más a la izquierda que él, más enérgica, tan testaruda como él e igualmente inexperta en el manejo de campañas electorales, fue la estrella del pasado congreso socialista de Liévin, a pesar de alinearse con los derrotados renovadores del Partido Socialista francés.

La hija de Jacques Delors compagina su militancia política con la presidencia de una asociación contra la marginación social, lo que le permite situarse relativamente al margen de las riñas partidistas.

Martine Aubry tiene en su horizonte la elección presidencial del año 2002, y las siguientes. El tiempo, por ahora, juega a su favor.

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