Pringue
Hace muchos años, el ya fallecido novelista alemán Hubert Fichte me explicó en Hamburgo cómo la mayor dificultad que habían tenido los escritores de su país tras los largos anos del III Reich había sido el de recuperar la lengua alemana, absolutamente mancillada, contaminada, ("pringada" fue una de sus palabras) por la vehemente retórica de Hitler y sus secuaces. La manipulación, el abuso, la tergiversación, la desnaturalización de los vocablos la ha bían dejado casi inservible, plagada de connotaciones ineludibles y desagradables, de ecos inmediatos y criminales que impedían la utilización de muchos términos, de cierta elocuencia oratoria, de giros sintácticos o énfasis que le eran propios pero habían sido exacerbados', empleados hasta la náusea por los propagandistas del régimen nazi y cuyo recurso recordaba inevitablemente a ellos, lo que nadie quería. En España, le dije, ese problema no iba a ser tan grave (era 1978), ya que el franquismo había desdeñado tanto la cultura que ni siquiera se había molestado en apropiarse convincentemente de la lengua y, por fortuna, tanto los literatos "imperiales" como los "realistas sociales" y "tremendistas", que convivieron en armonía, habían manejado todos, cada uno a su modo, una lengua literaria tan anquilosada que no iba a dejar grandes secuelas. Es curioso que sea ahora cuando se está produciendo una contaminación considerable, que no afecta al conjunto de la lengua -no podría-, pero sí al lenguaje periodístico y a determinados vocablos o expresiones que fueron fundamentales hace no mucho y que hoy van quedando, como aquel alemán del que hablaba Fichte, casi inservibles. Hasta cierto punto repugna hacer uso de ellos, están tan manoseados o ensalivados, tan usurpados, tan trivializados, pertenecen ya también a tantos miserables, que se siente la tentación de no volver a emplearlos o de cogerlos sólo con pinzas y guantes esterilizados. Todos sabemos que la mejor manera de desvalorizar y destruir una palabra es repetirla hasta la saciedad y abusar de ella (quién no ha jugado a decir una muchas veces seguidas hasta verle perder su significado); la segunda mejor manera es su apropiación por parte de quienes no creen en ella, su consiguiente rebajamiento, su inexorable envilecimiento. Para ello, claro está, hacen falta grandes dosis de cinismo, pero de eso no andamos faltos hoy en España. El griterío es además una buena ayuda para este tipo de operaciones falseadoras, y de eso andamos también sobrados, o es más, se podría decir que casi no hay más que eso desde hace bastante tiempo, en la prensa, la radio y la televisión, que -no nos engañemos -es lo que se hace oír, no desde luego el Parlamento. La confusión empieza a ser absoluta y no es sólo que cada vez sepamos menos lo que queremos (lo cual es normal), sino que ni siquiera sabemos ya qué no queremos (I,D cual es del todo anómalo y de lo más preocupante).
Como de tantas otras calamidades, los responsables iniciales de esta situación son los socialistas, pero no son ellos quienes completan la tarea. Lamentablemente,, han creado escuela entre sus enemigos más encarnizados, que, como suele suceder en los combates largos, se van pareciendo más cada vez, se van asimilando a sus adversarios. Fueron los socialistas los primeros en apropiarse en exclusiva de la palabra "democracia" o del adjetivo "demócrata", hasta el punto de que se creyeron los únicos artífices de la transición y aún es más del derrocamiento de Franco que jamás acontenció. Con ellos -según ellos- se inauguró la democracia, y no se sabe, por tanto, qué tuvimos hasta 1982. Tampoco se sabe dónde estuvieron ellos hasta 1976, no vi a un solo socialista salir de la alcantarilla hasta esa fecha, y desde luego salieron sin cicatrices. Ahora es más "demócrata" que nadie (y además tepublica no) quien se hizo célebre como consejero de un brutal dictador africano o quien escribió un libro de encargo para otro dicta dor sudamericano; quizá lo es más aún quien dirigió con complacencia y mano de hierro (según hacia quién mirara) el periódico de los sindicatos verticales franquistas; lo son muchos escritores que apoyaron a Franco al principio, cuando era más grave hacerlo, y no sólo eso, sino que con el mayor desparpajo -ofendiendo la memoría de lo que recuerdan y saben- cuentan cómo fueron perseguidos o sufrieron exilio; también son privilegiados "demócratas" los responsables de algún diario que sirvió con entusiasmo a la dictadura y en el que ellos ya colaboraban alegremente en aquellos tiempos, gente que aparecía como "ministrable" en los estertores del franquismo; ahora les disputan el título -santo cielo- los monárquicos rancios, por una parte, y los herederos del comunismo, por otra: ambas cosas, monárquicos demócratas, comunistas demócratas, recuerdan a aquella maldad de Baroja hacia sus vecinos: "Ese periódico, El Pensamiento Navarro", decía, "resulta una contradicción en los términos".
En cuanto a la "libertad de expresión", la pobre está tan sobada que su sola mención hace ya torcer el gesto. Por un lado, se la invoca continuamente para los menesteres más mezquinos, hasta haberle hecho perder su sentido: para insultar, para difamar, para calumniar, para acusar sin pruebas, para vociferar más y acallar al prójimo. Por otro, se pide -con el Ministerio de Asuntos Sociales a la cabeza, emparejado con los obispos- cada vez más censura y más limitaciones, para la inicua televisión principalmente. El concepto quedó ya inservible del todo cuando apeló a ella hace un año un sacamuelas rufianesco que tenía por costumbre sentar a personas en su sillón de ortodoncia televisiva para que escupieran veneno contra ellas mismas y sus semejantes. Mayor cinismo y trivialidad no pudo darse, la "libertad de expresión" quedó para el arrastre.
¿Y qué decir del adjetivo "independiente", que este periódico tuvo la mala idea de poner en su cabecera un día? ¿Qué significa ya esa palabra que reclama para sí todo el mundo como si fuera un certificado de buena conducta? Hace poco se creó una así llamada "Asociación de Escritores y Periodistas Independientes" (AEPI), presidida por un señor que al parecer se pasó media vida recibiendo para sus proyectos financiación de las grandes familias de banqueros, una de las cuales, por cierto, sufragó asimismo el alzamiento de 1936; la integran directores de potentes diarios y semanarios y telediarios, periodistas que disponen de un foro perpetuo en la televisión del primer ministro italiano Berlusconi, quien no sabe nada de dependencias ni monopolios;, mandarines radiofónicos y columnistas que desde hace lustros tienen en la prensa su espacio para escribir sus diatribas o sus cursiladas todos los días de la semana. Se sienten amenazados, casi casi amordazados. Me pregunto de qué serán "independientes", sobre todo ahora que están tan concatenados, vinculados por la adulación mutua y los chascarrillos. "Independientes asociados": parece otra contradicción en los términos, pero hoy ya no importa.
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Me doy cuenta ahora -ya notaba que me temblaba el pulso, vean- de que me estoy metiendo con los actuales intocables, los medios de comunicación. Me romperán los cristales de la tienda, según el reciente y adecuado símil de Javier Pradera para señalar el temor que hoy inspira la prensa y el porqué de que tantas personas en principio "improbables" le estén rindiendo pleitesía. Quizá los tenga ya rotos hace tiempo, buenas pedradas "independientes" y "dependientes", así que, sigo con mi temblorosa mano. Es muy curioso que en un país en el que tantos están siendo acusados de corruptos, y a menudo con razón políticos, banqueros, agentes de bolsa, empresarios, directores de- la Guardia Civil-, nadie haya intentado ni logrado corromper a un periodista, según parece. Es de suponer que el gremio investiga a todos menos a sí. mismo, pese a su creciente poder y a lo interesante que va siendo controlarlo e influir en él. Ya sé que los rumores no son noticia, pero a veces sirven para ahondar en ellos y convertirlos en lo segundo.. -No es muy grave que cada medio ensalce a sus colaboradores o aliados o negocios adjuntos o siervos o acólitos -y este periódico no será excepción, me temo-, pero si lo es, y corrupto, que se dediquen a denostar o a calumniar a quienes han declinado colaborar con ellos o los han criticado: más o menos lo que ha hecho el Gobierno socialista y que tan mal parece. Todos tienen su pesebre y su celda de castigo, y que sean privados no los hace más nobles, sólo menos indignantes, cada cual hace lo que quiere con su propio dinero. Pero nunca he visto denunciadas ciertas prácticas quizá no infrecuentes, y pongo un ejemplo -por favor, no pretendo que me hundan también el techo- tan sólo hipotético: un allegado a un diario posee o poseía una agencia de imagen; aquellos personajes públicos que contrataban sus servicios eran automáticamente jaleados por ese periódico, viniera o no a cuento, con justicia o sin. ella. Pero no es sólo eso: aquellos otros personajes a quienes se trataba de captar como clientes de la agencia y no aceptaban -políticos o cantantes o actores-, pasaban a ser sistemáticamente maltratados por dicho periódico. La práctica no sería muy distinta de las de ETA, es decir, de las de la Cosa Nostra: páganos o -una vez más- te romperemos los cristales. Esto, ya digo, es tan sólo hipotético. Quizá yo sea un pesimista y nuestra prensa sea la única institución a la que no se investiga simplemente porque es la única limpia. Sería perder el tiempo y malgastar palabras. Quizá sería atentar contra la libertad de expresión, contra la democracia, contra la independencia. Esta vez no les pongo comillas, es decir, las cojo sin pinzas ni guantes, para ver hasta dónde pringan.
Javier Marías es escritor
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