¿Puede renacer el sindicalismo?
Apenas se habla ya del sindicalismo. En muchos países ha perdido casi toda su fuerza. Así ocurre en Estados Unidos, donde sólo queda un 12% de trabajadores sindicados; en Francia, donde la proporción desciende al 8% e incluso al 6% en el sector privado, o en España, donde, no obstante, la debilidad de los efectivos sindicales no evita que UGT y CC OO desempeñen un papel político importante. Este debilitamiento masivo, que afecta también al Reino Unido y Japón, pero no a Alemania y de forma mucho menor a Italia, tiene una causa general: la mundialización de la economía ha hecho estallar las economías nacionales y, en consecuencia, el terreno donde, se ejercía la acción sindical.¿Qué podían hacer los sindicatos norteamericanos del automóvil, atados además por los convenios colectivos de empresa, cuando la competencia japonesa había llevado la ruina a Detroit? ¿Qué podían hacer los sindicatos franceses de la siderurgia cuando la suerte de las empresas en quiebra y de los obreros amenazados por el paro dependía del Estado, y no ya de unos empresarios arrastrados a su vez por la catástrofe?
Lo que es más grave: después de largas décadas durante las que los obreros y empleados, habían pasado de ser clase obrera a ser clase media, la competencia mundial y el desarrollo de nuevas tecnologías se hicieron tan amenazadores que las luchas se volvieron defensivas más que ofensivas, y movilizaron sobre todo a las categorías mejor defendidas por su estatuto. Los pilotos de avión se defienden con más facilidad que las obreras del textil, con lo que el sindicalismo defiende cada vez más a categorías relativamente privilegiadas.
En el plano internacional, la Confederación Europea de. Sindicatos pesa poco frente a la libertad de movimientos del capital y los centros de poder representados por el Bundesbank o la Reserva Federal.
Pero este periodo negro para el sindicalismo podría terminarse rápidamente. Se anuncia la salida del ciclo; el producto distribuible vuelve a aumentar, con lo que las negociaciones sociales se pueden reanudar. Aquí y allá surgen huelgas reivindicativas, por ejemplo en Francia, en la empresa Alsthom, de Belfort; en Italia, sobre todo, han sido los sindicatos, y no una oposición política en plena descomposición, los primeros en parar los pies a Berlusconi. Esta evolución favorable a los sindicatos se asocia a veces a la recuperación de una izquierda que ha admitido la economía de mercado, pero que se esfuerza por restablecer el equilibrio de una balanza social que se ha inclinado fuertemente del lado del capital en el transcurso del último decenio. En Alemania, en el Reino Unido, en Francia, incluso en Suecia, se asiste a un nuevo auge de la izquierda cuya amplitud es todavía difícil de medir, pero que por lo menos marca el fin de un largo periodo de debilitamiento y crisis interna.
Pero la recuperación del sindicalismo sólo será real si tiene el valor de no seguir identificándose con las categorías profesionales mejor protegidas y pagadas y si se plantea como prioridad, tanto en el plano nacional como en el internacional, la reintegración de los excluidos y de los que se ven más amenazados por el paro y la disminución del nivel de vida. Esto hace que sea muy importante la elección del próximo dirigente de la Confederación Internacional de Sindicatos Libres (CISL), que de hecho es la única central realmente internacional tras el desmoronamiento de la Federación Sindical Mundial (FSM), que ya no era más que un elemento de la estrategia internacional de la Unión Soviética. Si triunfa la candidatura de Bill Jordan, apoyada por los sindicatos estadounidenses y alemanes, estará claro que la CISL quiere identificarse con los países y los trabajadores más favorecidos y es incapaz de romper con la imagen de sí misma impuesta por la guerra fría. Si, por el contrario, vence el candidato Luis Anderson, apoyado especialmente por los italianos, estará claro que la prioridad para a CISL es acortar la distancia entre el Norte y el Sur, entre los que pertenecen a categorías privilegiadas y aquellos que se ven amenazados por la marginalidad y la exclusión. Por otra parte, si no triunfa esta solución, existiría, un grave riesgo de que se asistiera a un renacimiento de la FSM, que buscaría un nuevo vigor en su alianza con sindicatos del Tercer Mundo, lo que intensificaría la oposición entre Norte y Sur. Los sindicatos europeos contribuirían a su propio renacimiento apoyando a un candidato que representa un vínculo entre unos mundos que la evolución económica tiende a separar cada vez más.
Lo que es válido en el plano internacional lo es también en el plano, de cada país. El sindicalismo debe dar prioridad no al aumento de los salarios reales, sino a la lucha contra el paro y la exclusión social. Esta conclusión dista mucho de ser aceptada por todos. En Francia, por ejemplo, la CFDT, bajo la dirección de Nicole Notat, ha aceptado abiertamente ese cambio de prioridad, pero la CGT y especialmente FO siguen oponiéndose y piden sobre todo aumentos salariales para las categorías que ya son las más protegidas.
Los sindicatos corren serio peligro de convertirse en instrumentos de integración en la clase media de una gran parte de la ex clase obrera mientras abandonan a su suerte a las categorías frágiles no cualificadas, afectadas por el paro. Los sindicatos deberían, por el contrario, recuperar su papel de sostén de los más débiles y de freno a las desigualdades sociales. Sobre todo, hace falta que su renacimiento manifieste la voluntad de los países industrializados, en particular de los europeos, de recuperar el sentido de la solidaridad social y comprender que no puede existir un desarrollo duradero que descanse en la exclusión de un 15% o un 20% de la población. En la actualidad, la debilidad de los sindicatos es uno de los principales obstáculos a la modernización económica y social. Con motivo de la elección del nuevo secretario general de la CISL, hay que subrayar la urgencia de una reconstrucción de la acción sindical.
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