Chocante
Resulta Chocante. A Ramón Irigoyen le ha molestado la crítica que se publicó en este periódico de su traducción de Cavafis. Él, en cambio, encuentra natural despedazar en su prólogo, de una megalomanía delirante, a todos los traductores de Cavafis que llegaron antes que él a este coto, y fueron muchos. Algunos, desde luego, son mejores que el propio Irigoyen. Que se le tosa a él, en cambio, le parece intolerable. Yo ni siquiera cuestionaba el rigor de tal traducción, simplemente sostenía que era áspera como la piedra pómez. Fray Luis o Diez Canedo fueron buenos traductores no por conocer la lengua de la que vertían, sino, sobre todo, a la que vertieron los textos de Horacio o Jammes, a veces traicionándolos. Entonces, citando a Goethe, decía que no hacía falta saber una palabra de griego para leer ciertas obras clásicas. No lo supe cuando escribí aquella reseña, pero hoy sé que en realidad lo que hay que saber para leer a Irigoyen no es ni siquiera castellano, sino marciano. Y a ello me he puesto con entusiasmo.
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