Taxis
En lo que va de año han muerto tres taxistas asesinados. En lo que va de año también, sólo en Madrid, 24 obreros han fallecido en accidentes de la construcción, más de dos trabajadores por cada mes. Veinticuatro hombres con madres, hijos, hermanos, amigos y compañeros. Ningún albañil echó mano del dúmper para taponar la' plaza de Cibeles. Tampoco se concentraron en La Moncloa para gritarle al hombre del puro nada. Ni siquiera han montado una huelga. Y podían haber ido allí o a la casa del líder de los empresarios españoles, José María Cuevas, para charlar un poco sobre la Ley de Reforma Laboral o sobre esos empresarios, conocidos en el argot como pistoleros, que al mando de compañías subcontratadas arreglan todo lo concerniente a la seguridad laboral con un casco por cabeza. 0 sea, que motivos, en teoría, les sobraban. Pero razón, no.A todo el mundo le sobran motivos para montar una huelga. Por ejemplo, a los compaÑeros de Felipe Gómez, el tendero que mataron en Carabanchel el pasado viernes. Pero, por regla general, los profesionales sopesan mucho la cuestión antes de arremeter contra el ciudadano. Los taxistas, no. Piensan que el ciudadano ha de pagar en sus carnes cada tragedia, cada desgracia que afecte a la profesión.
En abril de 1992, al taxista Ángel Bueno le mataron de 13 puñaladas y sus compañeros organizaron otro paro. El pasado octubre, a un taxista de Arganda del Rey le infligieron 53 puñaladadas y sus compañeros del municipio también pararon. Si renuncian a los ingresos de un día por protestar, seguro que el problema les preocupa y no lo hacen por deporte. De acuerdo. Pero eso no justifica nada. ¿Qué buscan? ¿Qué pretenden? ¿Una mampara subvencionada? Tampoco eso arregla gran cosa. Muchos taxistas lo saben; la bala se puede colar por el cristal lateral, sacando la pistola desde la puerta trasera. Además, como algunos dicen, fomenta la incomunicación, la soledad del conductor, ya sin mampara bastante acentuada. ¿Qué más se puede hacer? ¿Colocar un policía en cada taxi? De noche ya los hay; muchos de los taxistas han colgado el uniforme en casa horas antes. ¿Y si después de subvencionar las mamparas, después de incrementar en la medida de lo posible la seguridad dentro del taxi, matan mañana a otro taxista? ¿Qué harán? ¿Paralizar otra vez la ciudad?
El hecho en sí refleja el grado de cabreo político al que está llegando el ciudadano. Sin embargo, no se puede politizar todo; bueno, se puede, claro, pero no se debe. Un hombre que padece cada día 12 horas el tráfico de Madrid, la impertinencia de algunos clientes, la osadía de muchos vespineros de pizza y la desinformación demagógica de muchas tertulias radiofónicas, tiene derecho a decir gilipolleces línea "esto lo arreglaba yo en dos días", "todos los políticos son unos chorizos", "la que los pone bien es la Encarna Sánchez"..., pero no está legitimado para empantanar una ciudad de más de tres millones de habitantes cada vez que un desquiciado mate a un compañero. Por esa regla de tres, los obreros de la limpieza se tendrían que haber movilizado cuando los asesinos del rol mataron a su víctima.
Madrid está acostumbrada a padecer manifestaciones de obreros que llegan desde los puntos más olvidados de España en busca de cámaras y altavoces. Y los ciudadanos, cuando se trata de protestas laborales, no sólo la sufren con resignación, sino que en muchos casos (la marcha del hierro, en octubre de 1992) las apoyan. Éste no fue el caso. Además, ni si quiera aprovecharon la jornada para protestar sobre el nulo respeto con que tratan los automovilistas el carril-bus, o sobre otras cuestiones donde les asiste toda la razón del mundo.
Eso de paralizar la ciudad no es sino la consecución lógica de "esto lo arreglaba yo en dos días". Y por si no fuera poco, nuestro alcalde se deja caer en Antena 3 con unas declaraciones recordando la ido neidad de sus cámaras ocultas. Para completar el si logismo demagógico sólo le faltó declarar lo que su jefe: "Márchese, señor González, márchese".
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