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Negrura

Enrique Gil Calvo

Por primera vez desde que estallaron los escándalos, el Gobierno ha tenido reflejos para coger el toro del caso Palomino por los cuernos y adelantarse a ofrecer a la opinión pública toda clase de explicaciones (aunque no se sepa de momento si será suficiente para desactivar el caso definitivamente). Esto mismo es lo que habría tenido que hacer con las anteriores denuncias de corrupción, empezando por el caso Guerra y siguiendo por Filesa. Pero entonces no se supo o no se pudo hacer, dándose con ello lugar a que se crease el actual clima de sospecha generalizada. Y ahora es quizá demasiado tarde para volverse atrás, pues el mal ya está hecho y resulta irreparable.Como sostiene Susan Sontag, lo peor de la enfermedad son sus metáforas, lo cual resulta particularmente aplicable al caso que nos ocupa, pues la metáfora de corrupción envenena mucho más el ambiente que el propio problema de ilegalidad política al que se alude con ella. Así que conviene acostumbrarse a la idea de que la opinión pública siempre va a seguir haciendo presunción de culpabilidad, en lugar de hacerlo de inocencia. Y esta, desnaturalización del prejuicio popular también cabe atribuirla a la responsabilidad de los socialistas (ya que no supieron prevenirla ni curarla), más que a la malevolencia de ciertos sectores de la prensa que se han limitado a sacar provecho de ella.

Metáforas al margen, si consideramos los hechos con fría objetividad advertiremos que nos hallamos en presencia de graves infracciones de la ley por parte de los mismos responsables políticos (de la Administración o de los partidos) que precisamente debieran garantizar su cumplimiento: comisiones fraudulentas, trato de favor, financiación irregular, etcétera. Ahora bien, unas infracciones estrictamente análogas se producen también al otro lado de la valla, pues la sociedad civil incumple la ley en mucha mayor medida de cuanto pueda hacerlo la clase política: y no me refiero sólo al tráfico de influencias, la información reservada o la ingeniería financiera, sino sobre todo a la economía sumergida, el dinero negro y la evasión fiscal, que vienen a sumar según las estimaciones menos alarmistas entre un quinto y un tercio del producto nacional. Al lado de es-Lo, la corrupción política parecería irrelevante a no ser por algo que la distingue: es pública, visible y notoria, mientras la corrupción civil es privada, secreta y clandestina.

Pero lo cierto es que, antaño había una especie de entente cordiale por la que cada una de ambas partes (clase política y sociedad civil) toleraba y consentía las irregularidades de la otra a cambio de conservar las manos libres para proseguir con las propias. Así es como se aceptaba la existencia de un auténtico Estado sumergido, producto de las irregularidades financieras de la clase política y que se asumía como una especie de impuesto revolucionario o tributaclón paralela que había que sufragar para que el Estado visible hiciese la vista gorda ante la economía sumergida. El resultado era un espurio contrato social de negrura mutua pactado entre la sociedad civil y la clase política.

Pues bien, hoy este pacto implícito entre el dinero negro y la política negra se ha roto como consecuencia de las interesadas denuncias formuladas por los chantajistas como amenaza que busca vender silencio para comprar impunidad. Pero una vez roto el contrato social de negrura, no por ello ha desaparecido la corrupción social, por mucho que se persiga o denuncie la corrupción política. Hoy se procede por fin contra los políticos o funcionarios que más negros parezcan. Y también caen, de paso, algunos de los chantajistas financieros más significados que habían actuado como intermediarios de este negro pacto contra natura. Pero, sin embargo, la mayoría de la sociedad civil continúa disfrutando ole su dinero negro con plena impunidad fiscal. Y además lo hace con la buena conciencia de ver cómo pagan los platos rotos unos pocos advenedizos y otros cuantos socialistas. ¿Cabe imaginar un final feliz más conveniente para los intereses de nuestra confortable y biempensante burguesía?

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