Aniversario, concierto y libro

La defensa de la creación musical española ha de ser objetivo prioritario del Ministerio de Cultura, las universidades y la Sociedad General de Autores. Los tres organismos se han unido para festejar los 60 años de Claudio Prieto, un maestro, de la generación del 31, palentino de Muñeca de la Peña, artista íntegro, mente lúcida y hombre cabal. A veces, la dura profesión crítica nos depara aventuras apasionantes: por ejemplo, la de seguir la carrera de un compositor casi desde el principio hasta su madurez y prestigio. Así, he perseguido, día a día, la evolución del músico Claudio Prieto a partir del mismo momento de su regreso de Italia y después de recibir una carta de su maestro, el grande y entusiasta Goffredo Petrassi: "Ayúdele, no se arrepentirá. Es uno de los auténticos talentos que han pasado por mi clase romana".El resultado, la ya crecida obra de Prieto, abona las prediciones de su maestro, lo que ha podido comprobarse en la experiencia, siempre peliaguda, de un programa monográfico excelentemente defendido por el maestro Ernest Martínez Izquierdo -hacedor de música viva- al frente de la ONE. Puede documentarse intelectualmente en la precisa, rigurosa y utilísima biografía de Víctor Pliego de Andrés, Claudio Prieto, música, belleza y comunicación, presentada antes del concierto homenaje y hecha posible por las instituciones y organismos antes aludidos.

Ante un público muy numeroso, comenzó el programa con el estreno de Ensoñaciones, la última y bellísima aportación de Prieto al acervo más luminoso, afectivo y mágico de la actual producción española. Tuvo siempre Prieto una particular sensibilidad para la luz y en todo momento se produjo como lo que sustantivamente es: un poeta de los sonidos que sabe desentrañarlos, medirlos, rimarlos y trascenderlos de manera admirable.

Víctór Martín protagonizó brillantemente el Concierto imaginante para violín y orquesta, Premio Rei4na Sofía 1984. Obra de particular intensidad por los impulsos que la mueven y los procedimientos resultantes, demanda del público una escucha activa, pues su esencial monumentalidad responde a las complejas necesidades de un pensamiento objetivamente musical y subterráneamente humanístico.

Caso distinto es el de la Sinfonía número 2, de 1982, revisada recientemente, modelo clásico del nuevo lirismo, algo tan generoso y atractivo, tan espectacular en su belleza latina, que parece un largo e imaginativo estudio sobre las luces: la de Madrid, el aire vibrante que tanto ama Petrassi; las de San Felice Circeo, donde dictaba el maestro sus cursos estivales y, al fin, en un salto y una interiorización, las profundas luces de Granada, armoniosa de brillos y distancias.

Como fin del monográfico, volvió el Fandango de Soler en la visión sinfónica que Prieto trazó, en parte por mi insistente sugerencia, en 1984, pero no menos como punto final de una línea biográfico-musical que tiene capítulos primeros en El Escorial al lado del. padre Samuel Rubio. La jornada tuvo algo que merece la personalidad de Claudio Prieto: profunda veracidad.