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Mujer y fascismo

"Disculpe, pero ¿qué ha hecho el fascismo por las mujeres?". Quien me interpela así es una de las universitarias reunidas en el XVIII Encuentro Universitario sobre Europa, cerca de Castelgandolfo. Se refería a una de las desafortunadas incursiones de Irene Pivetti en la historia, cuando la presidenta de la Cámara afirmó que el fascismo había hecho mucho por las italianas cuando declaró que "en Italia hemos tenido una legislación social de vanguardia. Las cosas mejores para la mujer y la familia las hizo Mussolini, y después, no se ha vuelto hacer nada".¿Cómo fue, pues, la mujer bajo el fascismo? Es algo que no está en los libros de historia; más aún, es un tabú. Para entender la ideología fascista en femenino es preciso citar el fantasma demográfico, por el cual el Duce se puede reducir en tres fatídicas emes: Mussolini-macho-marido.

Con una impronta de negro simbolismo erótico que ensalza el vigor masculino del Duce, la marquesa de Casagrande, en el primer congreso de las mujeres fascistas (Venecia, 1923), se dirigía así a Mussolini: "Las mujeres han echado al mundo hijos, pero tú, Mussolini, los has inspirado y concebido". En su discurso a la Cámara del 26 de mayo de 1927, Mussolini inauguraba la "batalla demográfica" con una especie de discurso de la corona "pronunciado con sagrado y profético sentido el día de la Ascensión". El 31 de octubre de 1926 se habían promulgado las leyes de excepción que suprimirían las asociaciones políticas no fascistas, cerraban los periódicos de la oposición e instituían el tribunal especial. Ahora le tocaba el turno a la "defénsa de la raza", y el incremento demográfico se asumía como base de la ética y la política. El destino de las naciones se vinculaba al poder de los números. "Hablemos claro: ¿qué son 40 millones de italianos frente a 90 millones de alemanes y 200 millones de eslavos? Señores, si Italia quiere contar para algo, debe asomarse al umbral de la segunda mitad de este siglo con una población no inferior a los 60 millones de habitantes. Si disminuimos, señores, no haremos el imperio, nos convertiremos en una colonia". En el prólogo a La decadencia de Occidente (1928), del nazi Oswald Spengler, que elogiaba las leyes demográficas de Mussolini, aquél escribía arremetiendo sobre todo contra Milán: "La natalidad milanesa es una de las más bajas de los centros urbanos, sólo superior a las de Berlín y Estocolmo. ¿El orgulloso civismo de los ambrosianos llega a esta primacía de decadencia y muerte? ¿Quieren, pues, que la plaza del Duomo, como el Capitolio en el oscuro medievo, se convierta en un lugar donde pacen los rebaños?".

Con las leyes demográficas, el destino de la mujer se reduce a los embarazos acelerados. La mujer es "esposa y madre, y con eso basta; es más que mucho, es todo. El país quiere, más que sus brazos, sus lomos". Los salarios femeninos se recortan en un 50% en las fábricas y en un 30% en las oficinas con respecto a los salarios masculinos. En el campo, las campesinas son tratadas casi como siervas de la gleba. El Duce apela a las tesis del sociólogo Loffredo, según el cual las mujeres que trabajan se masculinizan: "La mujer que trabaja se encamina a la esterilidad". Pide a los médicos que desautoricen la idea de que "la maternidad atenúa la belleza mujeril", apela a ellos contra la "moda de adelgazar". Y quiere demoler el prejuicio contra la Máter floreciente, toda pecho y barriga , sin pies y sin rostro, que para el Duce es, como la Venus Calipigia, el arquetipo de la raza. Un año después de la firma de los Pactos de Letrán, Pío IX publica la encíclica Casti connubii (31 de diciembre de 1931), que se entrega a los recién casados al contraer matrimonio. Ésta contiene 103 citas bíblicas y de los padres de la Iglesia que remachan la superioridad del hombre y la subordinación civil y patrimonial de la mujer, evocando como un gran desastre toda pretensión de igualdad y recordando el único deber: la maternidad. Con la encíclica se entregaba -aún más agradecido- un sobre con la efigie del Duce y 500 liras, más una póliza nupcial del Istituto Nazionale Assicurazioni (INA) con un seguro y un préstamo del 10% por el nacimiento de un hijo, del 20% por el segundo, del 30% el tercero, etcétera. La gente parecía contenta: "Duce, te damos las gracias", escribe una pareja, "y te prometemos que dentro dé un año regalaremos un balilla a nuestra adorada patria fascista". Así se iba haciá "los ocho millones de bayonetas".

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Ya a finales del turbio 1927 se habían tomado medidas contra los solteros, con un gravoso impuesto sobre el celibato. "He aprovechado este impuesto", precisa Mussolini, "para dar un latigazo demográfico a la nación". Los filósofos del régimen colaboran haciendo provenir la maldad e impureza ancestrales de la mujer del dualismo entre el principio masculino espiritual (Yang) y el femenino terrestre (Yin), representados ambos en el "mito de la caída". El decálogo de la niña italiana reza así: "A la patria se la sirve también barriendo la casa". Mussolini juzga que la mujer es, indiscutiblemente, menos inteligente que el hombre. (...) Yo soy, más bien pesimista (...). Creo, por ejemplo, que la mujer no tiene gran capacidad de síntesis y que, por tanto, le están negadas las grandes creaciones espirituales". Y aquí viene la famosa expresión misógina: "A una mujer no hay que dejarle construir no ya un templo, ni siquiera una cabaña". En esta atmósfera de negación de las capacidades femeninas, el porcentaje de niñas que en 1934-1935 cursaban estudios primarios era del 80%; pero quienes pasaban al bachillerato descendían al 16%, y sólo llegaba a la Universidad en torno al 10%. ¿Y el votó? ¿Y la política? Mussolini había liquidado, ya desde el principio, el asunto del voto de las mujeres, reivindicado tímidamente incluso por las fascistas de primera hora: "Si la mujer ama a su marido, vota por él y por su partido. Si no le ama, ya ha votado en contra". En 1931 confiesa al periodista Ludwig: "Si concediera a la mujer el derecho electoral, me pondría en ridículo. En nuestro Estado ellas no tienen cabida". Por no hablar del nuevo Código Penal elaborado por Alfredo Rocco, que entró en vigor en 1930 y cuya parte más indigna -como el oprobioso artículo 578, que dejaba prácticamente impune el uxoricidio honoris causa castigándolo con tres o, a la sumo, siete años de reclusión- fue cancelada por la actual Constitución. En la familia fascista todo está subordinado al llamado honor. El problema es debatido en Crítica fascista (1933), donde se lee: "El italiano es partidario de la familia. Jamás ningún pueblo ha sentido de forma más honda la poesía del hogar. La familia lo es todo para nosotros, para el hombre a quien mil fuerzas empujan hoy lejos". ¿No se asemeja esta lírica prosa a la berlusconiana, sobre la familia durante la última campaña electoral, cuando se habló de un Ministerio de la Familia, que después se creó?

Para el fascismo mussoliniano, gran defensor y protector de burdeles, el celo erótico es de lo más normal. "Mussolini está en perpetuo estado de agitación", confia a Ciano el jefe de la policía, Bocchini. Las mujeres para él sólo cuentan en la cama. "Durante veinte años, salvo algunos intervalos en la época de Clara Pettacci", cuenta en sus Memorias Quinto Navarro, su ayuda de cámara, "Mussolini recibió casi con regularidad a una mujer distinta todos los días. No le gustaban las flacas, pero le importaba poco que fueran rubias o morenas, altas o bajas". Le decía a la visitante de turno: "Hasta ahora has visto al político, ahora verás al hombre", e iniciaba sin más ceremonia el coito. La actividad sexual de los jerarcas no era menor. Pero la campaña demográfica marchaba mal. Y Achille Starace, el secretario del partido, despotricaba: "Si todos los órganos del partido funcionan, deben funcionar también los órganos genitales".

Entre tanto, la Italia pobre viaja en tren con un descuento del 70% para ir a Roma a ver al "sol Mussolini" y descubrir el mar. Después, además de los trenes populares que llegan 11 en punto", el italiano descubre también el Topolino de la FIAT, y, luego, el Balilla. Pero si la campaña para que los italianos viajen y se motoricen funciona al 70%, la demográfica está perdida. Las parejas se embolsan la póliza pero rechazan la paternidad prolífica. Mussolini saca sus cuentas: ha derrochado más que para una batalla. Entre marzo y julio ha distribuido 77.576.920 liras en 43.000 primas de natalidad y 9.704 primas de nupcialidad. ¿Es que los italianos son tan poco viriles? En los diarios aparecen anuncios de un misterioso producto hormonal contra la impotencia, para dar nueva vitalidad. Lo cual hace pensar que la arrogante juventud fascista tenía algún problema. ¿Serían pederastas como los alemanes? ¿Dónde se ha metido la itálica virilidad?

Cuando la política mussoliniana se derrumbe con su secuela de desastres, las mujeres serán las primeras en tener que enfrentrarse con la autarquía tras las "inicuas sensaciones". No hay ya café, salvo en el mercado negro. Se acabó la confección elegante para las italianas fascistas, vestidas de lúgubre negro, el color del Duce; comienzan las telas "nacionales". Más adelante, las mujeres cultivarán el "huerto de guerra". Desaparece la carne, no hay pan, y tratarán de saciar a sus hijos con gachas de harina de castañas. Y así sucesivamente. Después de las sanciones, Mussolini les había arrebatado a las mujeres la alianza de oro, y se desposó con todas, él, con un simbólico anillito de hierro El último toque genial. Pero las bodas fueron de sangre, como sabemos.

María Antonietta Maccioechi es periodista y ensayista italiana. Traducción de Esther Benítez.

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