El arzobispo de Catania denuncia ante Juan Pablo II que la Mafia mantiene su fuerza en Sicilia
La fuerza del mal, la Mafia, mantiene su poder en Sicilia, con toda su "capacidad de colusión y de camuflaje" dijo ayer ante el Papa el arzobispo de Catania, Luigi Bommarito. A pesar del cambio político registrado, sobre el territorio siciliano siguen pesando "los mecanismos sociales perversos y a veces los poderes alternativos, así como la crónica y, por desgracia, creciente desatención del Estado". Bommarito teme incluso que "por egoísmo regionalista disfrazado de federalismo ambiguo alguno quiera y pueda atentar contra la comunión y la solidaridad nacional".
"Trabajaremos para que eso no ocurra", afirma el prelado en alusión a esa tradición de un separatismo de inspiración mafiosa que se hizo sentir en la posguerra tras la presencia en Sicilia de los norteamericanos, y del que se han oído nuevos ecos a raíz de la revalorización del papel estratégico de la isla en el contexto de la desestabilización del mundo árabe y del desarrollo del discurso federalista de la Liga Norte.Pero algo ha cambiado en Catania. Hace sólo tres años, era una ciudad de noches desiertas por el miedo durante las refriegas y asesinatos promovidos por Nito Santapaola, el capo que encuadró a la delincuencia catanesa en una estructura mafiosa piramidal, como la de los palermitanos. Hoy, Santapaola está en la cárcel y el poder democristiano se disolvió, dejando el poso de importantes políticos cataneses sometidos a diligencias judiciales por su implicación con la Mafia. Tal es el caso del ex ministro socialista de Defensa, Salvo Andó, o del ex democristiano Nino Drago, que fue el hombre de Giulio Andreotti en esta capital oriental de Sicilia.
La opresión "de minorías aguerridas y violentas que dominan" la ciudad no ha cesado, afirma Bominarito. Aún reconociendo que "la situación presenta elementos que indican una seria voluntad de redención y renovación" el prelado enumera los males que persisten en la ciudad, como síntoma de una enfermedad más grave incluso que lo que la palabra Mafia sugiere inmediatamente: El fraude organizado, la extorsión de los comercios y establecimientos públicos, representa una sangría que ha mandado a la emigración a cataneses ya casi ancianos; la violencia de la delincuencia, organizada o no el "vampirismo" de los usureros que en esta zona de Italia tienen un volumen de negocios sólo comparable al de Nápoles, y el paro, tres veces superior al que sufren los italianos del norte. Juan Pablo II que por primera vez fue visto ayer mientras le alzaban hasta el altar donde se celebraba la misa con un montacargas, para evitarle los escalones, escuchó al obispo. El Pontífice sabe que al incremento de la tensión han contribuido manos anónimas entre ellas, al parecer, las de un hijo adolescente del callo mafioso Totó Riina que en días pasados se han dedicado a destruir sistemáticamente en Sicilia las placas conmemorativas de los jueces asesinados hace dos años por la Mafia, Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.
Está también informado de que días atrás los feligreses de una iglesia siciliana abandonaron casi en masa el templo cuando el párroco atacó a los mafiosos. Es el precio que paga un clero que ha mantenido un silencio objetivamente cómplice del crimen organizado hasta que el cardenal Salvatore Pappalardo, arzobispo de Palermo, lo rompió hace una década. El propio Juan Pablo II marcó un hito hace 16 meses, cuando en Agrigento gritó que la Mafia es lo mismo que el demonio.
[La Mafia colocó ayer un cordero degollado del, que colgaba un cartel que decía "Tendrás el mismo fin" ante la puerta de la casa de Gino Sacchetti, capellán de la prisión de la ciudad, informa Efe.]
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.