Sin despedida

El pasado 9 de octubre, a la hora de cenar, me senté, como tantas otras veces en los últimos años, frente al televisor para ver el capítulo de la serie Aquellos años maravillosos. Del placer y la curiosidad con que me preparaba siempre para ver dicha serie fui pasando esa noche a la inquietud, el asombro y una honda emoción que me dejó sin cenar cuando fui comprobando, según avanzaba el capítulo, y después de un extraño intermedio en el que se anunciaba "continuará", que aquél era el último episodio en que iba a acompañar a Kevin Arnold en su adolescencia, casi paralela en el tiempo a la mía. La congoja que sufrí al final prefiero guardármela para mí. Es algo muy personal, que tiene que ver con ciertas coincidencias (después de todo, como dice la voz en off de la serie, la suya "era una calle como todas las calles"). Después del golpe emocional vino la rabia y la ira. Ningún medio de comunicación me había avisado de que allí finalizaba una de las series más largas y entrañables de la historia de la televisión. Ni siquiera La 2, única cadena de televisión por la que siento cierto respeto, se preocupó del hecho, y días después compruebo que nadie ha dejado constancia de dicho final, ni una palabra. Demasiado ocupados quizá con el comentario sobre programas morbosos, peliculitas de Andy García y Meg Ryan o tentaciones por el estilo. Si ya las despedidas son tristes, qué decir de aquellas en que no te dan ocasión de decir adiós.- Fernando Garcín.