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Tribuna:
Tribuna
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Los gritos y las voces

Los actores trabajan delante de los focos. En el teatro, en el cine, en la televisión, se ponen allí para representar: su trabajo consiste en la representación, y cuando termina, se apagan los focos y desaparecen.El espectador pide de ellos, en esencia, que hagan una buena representación; viven del favor del público, del juicio que éste emite, día tras día, sobre su trabajo. Los focos duran lo que el trabajo, y no se les exige más; en el resto de su vida pueden ser leales o desleales, generosos o tacaños, ejemplos de virtud o prototipos del vicio. De muchos de ellos es posible que ni se sepa; como tampoco cuáles son sus opiniones, ni, siquiera sobre la cosa representada, o sobre los gestos y palabras que emplean a foco abierto, de modo que el agnóstico puede hacer de beato, y el bondadoso, de criminal. Por tanto, están ante los focos un rato, o unas horas al día, y el juicio que merecen no depende de lo que representan, sino de cómo lo hacen.

Los políticos también representan: hacen su papel, y lo hacen, más o menos, ante los focos. Pero las diferencias con los actores son abismales: se representan a sí mismos, o todo lo más a, su grupo o partido, y de tal modo que lo que dicen y hacen no sea la ejecución de una ficción, sino la expresión de una realidad: no debe haber discordancia entre las convicciones e ideas del sujeto y la representación que hacen ante las candilejas; o, si se quiere, la representación ha de ser, eso al menos se espera, presentación. El público no sélo los juzga por el cómo, sino por lo que representan o presentan; no sólo se espera que aparezcan bien, sino que sean todo uno con su apariencia. No se admite que un político haga un día de comunista y al siguiente de fascista, y otro de racista, y otro de angustiado defensor de los derechos humanos. El público, que es incluso muy comprensivo, admite a veces la conversión, o el suave deslizamiento, pero no la veleidad acomodaticia a las exigencias de supuestos guiones cambiantes.

Otra diferencia entre actores y políticos es que en éstos la representación es permanente, o casi permanente. Un político está puesto para realizar un trabajo, que puede ser incluso muy complejo, pero sin que, en principio, el desempeño del mismo requiera la actuación permanente, sin descanso, noche y día, sucesivamente. La realidad es muy otra: por ejemplo, en ninguna de las prolijas normas que rigen la vida y funciones del político, que contienen condiciones para ser designado, reglas para desempeñar el cargo, incompatibilidades, etcétera, se dice nada, que yo sepa, sobre cómo y con quién tiene que dormir. Pues bien, será prudente el político que cuide la realidad o apariencia del sueño o el insomnio compartido, pues aunque el público suele mostrar grados de tolerancia variables según países, épocas y sujetos afectados, en cualquier momento, cuando cree que le cubre la oscuridad de lo íntimo, pueden encenderse los focos, y a lo mejor el público se disgusta por lo que ve. Y no vale decir que a esa hora estaba fuera de servicio.

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Porqué otra cosa que distingue a actores de políticos es que éstos están rodeados no ya de focos, sino de trampas focales. Y uno, pongamos, de segunda fila, que lleva una vida placentera entre el disfrute de su poder y la satisfacción por el cumplimiento de su deber frente al público, se encuentra de repente iluminado, sin saber por qué, quizá con una ráfaga fugaz, quizá con el peso de una persistente y cegadora luz.

Hay que precisar, sin embargo, que la 6posición del político a los focos varía sustancialmente de: unos a otros. En España hay miles y miles de políticos, pero el alcalde de una Población mediana o pequeña, que no cuenta con prensa, radio y televisión propia, está poco expuesto a los focos; su grado de exposición no ha cambiado mucho del de sus homónimos de hace noventa años, por ejemplo, mientras que los políticos con responsabilidades más amplias viven rodeados de focos por todas partes, hasta el punto de que no les queda ni un portichuelo para hacer mutis y descansar un rato. Y no es lo mismo ser diputado del montón que jefe de la cohorte, y ministro de una cosa que de otra. O sea, que la cantidad de focos e intensidad de la luz varían mucho de unos a otros.

Y hay otra diferencia mas llamativa. El actor está sometido a juicio cada vez que estrena una película o una representación teatral; luego, lo dejan en paz. Al político no; el político está sujeto a juicio permanente, todos los días, y aun en todas las horas del día y de la noche, y no se trata sólo de juicio repetido por los medios de comunicación, sino de juicio nuevo, sobre la representación de una nueva pieza, aunque el guión o libreto tenga escasa variación sobre piezas anteriores y posteriores. Y es que, además de los juicios globales sobre piezas, el político está sometido a juicios pormenorizados sobre cada tina de las partes o fragmentos, sobre lo que hace y, sobre todo, sobre lo que dice.

Podríamos hablar de plebiscito permanente, y no ya de una manera metafórica: la presencia masiva, agobiante, de los, medios audiovisuales, aparte de los periodísticos, unida a la proliferación de las encuestas de opinión, al alcance de cualquiera que las encargue, y por precios razonables, someten al político a un verdadero estado de sitio plebiscitario, que no cesa a ninguna hora del día o de la noche que se expresa en imágenes, sonidos, letra impresa, como una no se sabe si plaga o bendición de la que: disfruta nuestro mundo, pero que no siempre ha sido así. Todavía no hace muchos años no había televisión, radiotransistores ni encuestas de opinión, y aun en la más exigente democracia el político estaba sometido al control de otros políticos, que se ejercía reglamentariamente, a sus horas y fechas, y a diario en los periódicos, que no leía (ni lee) la inmensa mayoría de la gente.

Los medios modernos han modificado la naturaleza de la actividad política y de sus controles y enjuiciamiento. Si en un tiempo en las democracias parlamentarias los políticos rendían cuentas en el Parlamento, ahora lo hacen en la televisión, incluso utilizando el Parlamento como decorado; si en un tiempo a esos políticos les interesaban las opiniones parlamentarias, ahora les importan mucho más las encuestas de opinión, y el eco interminable de sus palabras a través de medios inalámbricos y por cables, y la respuesta de los medios, machacona e inacabable, a través de las mismas vías, elevadas incluso al rango de autopistas, con el juicio permanente, que martillea nuestras mentes y sentidos, y más aún los de los políticos.

Estas no son políticamente alteraciones adjetivas; afectan a la sustancia de las cosas, de las instituciones, del Parlamento sin duda alguna. Hace ya muchos años, en unas conversaciones bilaterales, en su país, con un ministro de Hacienda de una democracia supereuropea, el colega, también diputado, me comentó que evitaba, si podía, hablar en el Parlamento, "donde lo que se dice que a sepultado en el sepulcro llamado Diario de Sesiones", en tanto que se mostró muy riguroso con la hora de terminar la reunión, porque sólo así la presencia conjunta ante la prensa tendría cabida en los noticiarios televisivos vespertinos, a la hora de más audiencia.

Y es que me pregunto a veces cómo hay que hacer para gobernar en estas antedichas circunstancias. Porque el político depende de los votos, y los votos dependen de los votantes, y los votantes están en el mismo bombardeo, y ya no se trata de las próximas elecciones, sino de ganar cada hora la guerra de eso que se llama la opinión, que se manifiesta en la epifanía de las encuestas y en la inacabable sucesión de imágenes, sonidos y palabras, y hasta ideas, que también las hay. Nada hay tan consolador, para los medios en general, como la metedura de pata, el renuncio, el ridículo o la intemperancia de un político. Es lo que hace saltar la trompetería y retumbar los tambores. ¡Ha sido cazado; loado sea

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Jaime García Añoveros es catedrático de Hacienda de la Universidad de Sevilla.

Los gritos y las voces

Viene de la página anteriorDios! Ya tenemos el gazapo salvador, digo vendedor. Y por eso se les rodea de asechanzas mediáticas: es como la caza con reclamo.

Los políticos, así, manipulado! por los medios, devuelven en la misma moneda, se visten de manipuladores, filtran, hablan a la oreja, dan pistas falsas y ejercen otras gracias del juego de la representación. El hecho es que, además de estos juegos, sometidos a altibajos de horas en la apreciación de los futuros electores, tienen que gobernar, programar, decidir, lo que requiere lucidez, larga perspectiva y firmeza. Como en esta barahúnda lo que se dice es más importante, en cuanto efecto inmediato y, portanto, electoral, que lo que se hace, y es lo que más mueve los ventiladores plebiscitarios, tienden a producirse tres efectos que no me atrevo a calificar.

Uno es la disociación entre lo que se dice y lo que se hace. De algún modo, parece que, para actuaciones que se consideran convenientes, o necesarias, o coherentes con las convicciones y aun con los mandatos de los electores, hay que ocultar la verdad, o ser prudentes a la hora de hablar, o engañar, teniendo presente que por este camino los Políticos acaban a veces engañándose a sí mismos y pueden llegar a transformarse en comunicadores de la vaciedad, eso sí, muy buenos. Lo. que conecta con el segundo efecto, que es el de acomodar los hecho! a las palabras del juego tramposo; en su forma más cruda, esto es actuar según el vaivén que originan encuestas, y vocerío de los medios. La consecuencia es que, para salvar, los votos futuros, hay que olvidarse del largo plazo, que no es electoralmente rentable, aunque sea vitalmente imprescindible. Un ejemplo de estos días, y aun meses: la querella de las pensiones, donde todo despropósito tiene su asiento, que ríanse ustedes de la medieval querella de las investiduras. Para afrontar el problema real, si es que quedan fuerzas para abordarlo, habrá que iniciar, al fin, conversaciones secretas entre unos y otros, envueltas en el más profundo sigilo, conciliábulos y otras nocturnidades.

Por donde venimos al tercer efecto: el predominio efectivo de lo secreto, o de lo discreto, para resolver los problemas de. la gobernación de un país. Después de tanto foco, tanta luz," alharaca, imagen y sonido, resulta que la comedia real se ha trasladado a los camerinos, o, todo lo más, al foyer del teatro, donde sólo tienen cabida, como se sabe, los amigos, los vips y algún personaje de los medios que sea de fiar a la hora de respetar el off the record. El desenfreno de las luces, el griterío de los medios, en el que las voces del mercado, el culto a difusiones y audiencias predominan sobre las de la razón, conducen, al final, a este resultado. ¿Y qué hacer? Pues gritar más: a ver si revienta esta canalla política, irresponsable, huera, maliciosa. ¿Y después?

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