Caballeros ilustres

ANDRÉS CAMPOS Los ecologistas de despacho son terribles. Algunos, por ejemplo, han elaborado un índice de deportes contra natura que condena a arder en la misma hoguera desde los pilotos de 4x4 hasta los caminantes de garrota y morral. Poco senderismo han practicado estos chicos... Como les hagan caso, para ver la sierra vamos a tener que reservar plaza los domingos en el vuelo Madrid-Santiago de las diez y veinte.

Claro que, antes de llegar a tales extremos, siempre quedará la opción de acercarse a la montaña a lomos de un caballo: no contamina y es ciento por ciento biodegradable. Por la calzada milenaria de la Fuenfría -luego camino real de la corte a Segovia- han cabalgado romanos, moros y cristianos, reyes, arciprestes, buhoneros, trovadores, buscones, monteros y cuantos han tenido necesidad de franquear el Guadarrama por puerto seguro. Ya dejó constancia Cervantes de tanto trasiego en Rinconete y Coriadillo: "Yo, señor hidalgo, soy natural de la Fienfrida, lugar conocido y famoso por los ilustres pasajeros que por él de continuo pasan; mi nombre es Pedro Rincón".

Y han cabalgado, más que nadie, vaqueros. Como óscar Jiménez, un parrao (o sea, natural de Cercedilla) para quien salir en busca de las reses desperdigadas a lo largo y ancho del valle y de las tránsfugas que se mudan a Segovia en pos de pastos estivales, no es un divertimento de rodeo, sino el pan nuestro de cada otoño.

Con él salen a montar, siempre que se presenta la ocasión, grupos de capitalinos deseosos de trocar el skyline de la Castellana por Siete Picos, los plátanos de sombra cenicienta por los pinos de Valsaín, el motorola por la plática inagotable de arroyos y fuentes, y la zona de la, ORA por las muchas y mullidas praderas.

El tour para urbanitas principia en Camorritos a eso de las once de la mañana, internándose en el monte por la vereda de las Encinillas y luego por la de Enmedio, para arribar, pasada una hora, al Chalé Peñalara. Aquí, los jinetes noveles pueden dar una tregua a sus posaderas con la excusa de adquirir en el bar vituallas para el almuerzo. El albergue, mole berroqueña sobre la pradera de los Corralitos, recuerda al hotel de El resplandor, y sus huéspedes -un matrimonio de jubilados- asisten a las evoluciones de las bestias y los forasteros como si de un western se tratara. Probablemente no pase nadie más en lo que resta de día..., o de semana.

Una trocha zigzagueante aúpa a caballeros y caballeras, por la ladera occidental del valle hasta el collado de Marichiva, desde cuyos 1.750 metros se obtiene, hacia el este, una excelente perspectiva de Siete Picos. Curioso macizo éste. Aunque todo el mundo da por sentado que consta de siete riscos, no a todo el mundo le cuadran las cuentas. El número mágico sólo sale si, a las seis cumbres evidentes, se les suma una primera, Majalasna, más chica que sus hermanas y diríase que relegada por ellas a poniente.

La caravana reanuda la rríaircha por la antigua senda del Infante, cruza el puerto, se dernora en el mirador de la Cal va -ojo al valle- y, sin dejar la carretera de la República, desemboca en Navarrulaque. So bre: el césped más famoso de la sierra se han escrito un montón de cursilerías. Baste decir que si el cielo de Platón existe, Nava rrulaque Figura en él como el arquetipo cabal de la pradera.

Para colmo de dichas, a dos pasos se halla el mirador que los, parraos regalaron a un buen poeta. Apenas son las tres, pero uno desearía permanecer aquí hasta muy tarde para recitar: "Las noches de Cercedilla / las llevo en mi soledad / y son la última linde / que yo quisiera mirar". Lo cantó Luis Rosales, otro ilustre caballero...