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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La "Comision Santer"

LA SUCESIÓN de Jacques Delors al frente de la Comisión Europea ha comenzado efectivamente este fin de semana. Los augurios eran pesimistas. El precipitado nombramiento del luxemburgués Jacques Santer como nuevo presidente -tras el veto británico al belga Jean-Luc Dehaene-, la comparación con la fuerte personalidad del presidente saliente y el exiguo voto parlamentario de investidura a Santer hicieron vaticinar a algunos que el nuevo Ejecutivo comunitario sería débil e ineficaz.Se decía también que el nuevo colegio se ahogaría, preso en la pinza del nuevo Parlamento -desde Maastricht, dotado de más poderes-, y el Consejo, formado por unos Estados cada vez más celosos de su papel, al compás de la oleada renacionalizadora. Por eso, la reunión constitutiva -aunque informal- del sábado ha sido importante. Era imprescindible que el nuevo presidente demostrase ser capaz de tomar la primera gran decisión: el reparto de carteras. Se trataba,de un difícil encaje de bolillos. No es lo mismo una Unión Europea a 12 que a 16, ni un Gabinete con 17 miembros que otro con 21. Santer lo ha logrado. Pero si superar esa prueba era condición necesaria, no es suficiente garantía de liderazgo. Deberá demostrar en otros retos inmediatos que está a la altura.

En el equipo de Santer, los dos comisarios españoles han empezado a acreditar influencia política, que debe permitir una mayor fluidez de tratamiento a los problemas españoles concretos en la UE, desde el vino hasta los tomates, los trenes de alta velocidad o el desarrollo regional. Habrá que evaluar su gestión no por alabanzas o animosidades previas, sino por sus resultados. Las carteras encomendadas a Manuel Marín y Marcelino Oreja son importantes por su cercanía al presidente. Y sobre todo desde la perspectiva de la política exterior española y del diseño institucional, que también afecta -y mucho- a nuestro país. En relación con lo último recuérdese la pelea de loanina sobre las minorías de bloqueo.

Es cierto que las dos carteras encomendadas a Marín y Oreja tienen también traducción económica. Pero también lo es que no tienen un control directo sobre los problemas económicos cotidianos que afectan a la economía española en relación con la evolución comunitaria. Entre el derrotismo típicamente hispano y la alegría irresponsable hay que concluir en que el nuevo organigrama es bastante correcto para España y tiene en cuenta el peso mediano de nuestro país.

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Lo que conviene ahora es que el peso y la influencla españoles aumenten. Y ahí se plantean dos cuestiones urgentes. Una, la primera vicepresidencia, a la que Marín, el comisario más antiguo y actual vicepresidente, es candidato. La efímera ex primera ministra francesa Edith Cresson ya la reclama. Lo ha hecho con una de sus salidas del tiesto al anunciar en la televisión francesa que sería designada en la cumbre de Essen, cuando la elección corre a cargo de los comisarios. Calidades de la aspirante aparte, será lógico que este cargo no recaiga en una ciudadana francesa, tras 10 años de mandato francés en la Comisión.

La segunda -y no menos importante- cuestión es la recolocación de altos funcionarios españoles en responsabilidades decisivas. La promesa parlamentaria del ministro de Asuntos Exteriores, según la cual se comprometía a velar estrechamente por este asunto, debe dar paso a realidades. Porque si es cierto que los funcionarios españoles están dejados de la mano de Dios en las instituciones europeas, también lo es que la principal culpa recae sobre el Gobierno español, carente hasta hoy de una verdadera estrategia en este ámbito.

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