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Hombres de pie

Juan Cruz

Enjuto, sabio, un poco desdeñoso con las arrugas que representan su pasado, apareció esta semana en Madrid el editor Giulio Einaudi- como si la edad no le hubiera traspasado con el cuchillo de los días. Con un vigor similar, rabioso con el mundo y con las noticias, preocupado por su país y por los otros, herida su mirada por la enfermedad y por el miedo al tiempo, atravesó nuestro túnel el argentino Ernesto Sábato. Dos hombres de pie, dos personajes a los que no ha podido vencer la historia.Einaudi fue tajante y risueño, todo en una pieza; habló al lado de sus recuerdos, en la . exposición que le organizó el Instituto Italiano de Madrid, como el editor que hizo causa común con la resistencia española y contribuyó desde su país a darle modernidad a las oscuridades de la posguerra; desde esa experiencia reflexionó sobre el sentido que tiene elegir libros para decir no al tiempo que vive. Su figura fue fundamental. en nuestro país, y eso justificaba la audiencia, pletórica de nombres -el editor Jaime Sallinas, que en España es un superviviente del espíritu de Einaudi; los escritores Julio Llamazares, Bernardo Atxaga y Francisco Rico, entre los que son sus autores de ahora en Italia, y muchos otros a los que él no ha editado- que saben que durante muchos años la cultura española sobrevivió gracias a la amplificación que obtuvo en el extranjero a través de editores como éste. Con él estaban, en el acto en el que le vimos el citado Francisco Rico, académico que en España tanto ha hecho por hacer de lo clásico una apuesta moderna, y Vito Grasso, el director del Instituto Italiano, que definió la labor de Einaudi en el mundo con una frase que puede aplicarse a poca gente: "Hizo la cultura en su país". Impertérrito, el viejo Einaudi se fijaba en el público, le reprochaba sus distracciones, se reía de sí mismo y hablaba como si estuviera en una tertulia de amigos pendientes de un buen plato de pasta.

Este hombre trabajó asesorado, por personajes, como Italo Calvino y Natalia Ginzburg, y de ellos obtuvo el beneficio de la duda: cuando ambos querían que Einaudi hiciera una apuesta le hablaban bien de un autor y enseguida le aclaraban que no vendería más de cien ejemplares de su libro; pues Einaudi lo publicaba. Fue muy hermoso su recuerdo de Carlos Barral, el editor español que le convenció para hacer juntos aquella aventura europea que fue el Premio Formentor; instalado en el pedestal del italiano que domina como un clásico y que habla con la misma voz que tiene el mexicano Octavio Paz, dudó entre todos los adjetivos que habría para Barral y halló al fin uno que dijo como si se mirara al espejo: "Seductor". Mario Muchnick, colega de ambos, publica el próximo lunes el resultado de una larga conversación de Einaudi con Severino Cesari; ellibro es una hermosa disertación con partida sobre el proyecto cultural que representa Einaudi en Europa. Fuera de toda solemnidad, el viejo-editor dijo a los que le escuchaban en el Instituto Italiano: "Pero lo bueno de ese libro es que no lo he escrito yo".

Einaudi es vigoroso e irónico, y con ese espíritu dejó un reguero de frescura en esta aparición fulgurante; Sábato, que vino a pesar de que le rendían homenajes anoche fue el último, en el Círculo de Lectores , representa también el espíritu de la experiencia, pero su figura tiene la apariencia de las sombras, huidizas y frágiles; ya de cerca Sábato cobra su propia fortaleza, su sentido del humor y su capacidad para reirse de las solemnidades del mundo. Sus años y las delicadezas de la salud le han convertido en un débil hombre fuerte. El secreto, dice, es que está flaco, y entonces te invita a que le golpees en el estómago para que compruebes que en efecto este ex futbolista que ahora pinta en secreto mientras en el exterior el universo grita sigue siendo un atleta. Venía de Valladolid, de contribuir a la defensa del castellano que todo el mundo considera herido, y estaba camino, cuando le vimos, de unos de esos. compromisos ineludibles que se le cruzan a los escritores veteranos cuando ya la notoriedad les ha convertido, también involuntariamente, en personajes a los que la gente quiere tocar como si en efecto fueran atletas famosas.

Él sigue siendo el mismo, el anarquista , que escribió Sobres héroes y tumbas, el autor de El tunel, el quijote argentino que dijo nunca más a los que pisotearon en fechas recientes, con la intolerancia y la sangre de las botas, la historia de su país. Ante un plato de espárragos navarros, frente a un vino que aquel mediodía tenía que ser el mejor posible, este asceta de Santos Lugares se pronunciaba sobre sí mismo como si fuera un espectador de lo que ha hecho. Porque en el fondo lo, que quería era aparecer en vaqueros y en camisa de cuadros, colocarse una gorra de aficionado al fútbol y acudir al estadio a ver un partido dirigido por Jorge Valdano, su compatriota. Ambos se estaban buscando ayer por Madrid y a lo mejor se han encontrado para hablar del pasado y el futuro común de cualquier argentino: la historia del balompié.

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