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¡Europeos natos!

Desde la renuncia explícita por los ministros de Trabajo de la CE a proteger a los inmigrantes de áreas no europeas contra el racismo y xenofobia reinantes (EL PAÍS, 30 de mayo de 1990), la situación de los 12 millones de extranjeros así desamparados y, como vamos a ver, la de los gitanos del Este u oriundos del propio baluarte comunitario, no ha cesado de empeorar.Un simple repaso a los titulares de la prensa española tocante al tema nos dispensa de todo comentario. Espigo al azar en mi archivo personal de ellos: "Expulsión colectiva en autobús de decenas de trabajadores marroquíes detenidos en Barcelona". "Muere un africano refugiado en un sótano juntó a la plaza de España. Sus compañeros aseguran que acudió a la Cruz Roja y no fue atendido". "Dos vecinos de un pueblo de Almería dan una paliza brutal a un negro en un bar alentados por los demás clientes". "Unos desconocidos incendian la casa en la que dormía un trabajador marroquí". o "400 africanos, rechazados en la cosecha de la fruta descaecen sin recursos en Huesca". "Pintadas del Ku Klux Klan en los lugares de atentados racistas en el Maresme". "300 refugiados africanos viven en Madrid a cielo descubierto". "Los vecinos del polígono de La Cartuja dicen que 108 negros dan fealdad al bloque y por su culpa no se valorizan las viviendas". "Pacientes de un hospital de Almería se niegan a compartir la habitación con un marroquill. "La caza al moro en El Ejido". "España maltrata a los inmigrantes pobres, según un estudio en la CE". "Ser negro en Cataluña: centenares de africanos viven discriminados y en condiciones infrahumanas en la provincia de Lérida". "Cinco mil marroquíes duermen a la intemperie en las afueras de Madrid para eludir a la policía". "En libertad los tres acusados de apalear a magrebíes en un pueblo de Huesca". "Agresión de dos guardias civiles y dos policías a un inmigrante árabe en Rosas". "Me sacaron de la jaula y me esposaron. Uno de los cinco policías empezó a pegarme mientras me insultaba. Yo, mareado, pedía perdón a la vez que gritaba que me iba a morir. Me contestó: si te mueres, nadie se enterará", etcétera. Una pregunta nos viene a las mientes después de tan desoladora lectura: ¿en qué clase de sociedad acampamos? Aunque el espíritu inconstituciorial de la Ley de Extranjería -denunciada por inicua y xenófoba por el Episcopado, Comisiones Obreras y más de una cincuentena de organizaciones humanitarias- está fuera de duda, quienes se encargan de aplicarla propenden a juzgarla aún insuficiente y agravan con el secreto y brutalidad de sus métodos su índole retrógrada y bárbara. Ante el creciente acoso social y degradación de las condiciones de vida de los inmigrantes ¡legales, parece que sólo haya una respuesta: la expulsión manu militar¡. Ante la hostilidad y persecución de que es objeto la multicentenaria comunidad gitana, parece que sólo exista otra: la marginalidad y exclusión.

Como en el caso de los inmigrados afroasiáticos, el racismo antigitano no es una triste prerrogativa española: señorea la casi totalidad del Viejo Continente, desde los Urales a Gibraltar. Una histeria antizíngara y antijudía embebe hoy la maltrecha sociedad rumana, azuzada por una prensa amarilla para la que el rum es sinónimo de delincuente, violador y ladrón. Las pintadas de "¡Fuera gitanosl" y "¡Acabemos con la peste!" proliferan en Bucarest y las ciudades transilvanas, según el sobrecogedor testimonio de Hermann Tertsch: centenares de viviendas incendiadas, una limpieza étnica digna de la de Karadzic e incontables muertes y violencias colectivas provocaron un éxodo mas¡vo a Alemania, del que fui testigo en mayo de 1993. Pero, a diferencia de los fugitivos del totalitarismo comunista, las víctimas de una persecución racial que traía a la memoria la de la cruz gamada, no eran acogidas con simpatía ni compasión: ¡ansioso de desembarazarse de aquellos indeseables, el Gobierno del canciller Kohl negoció su retorno a Rumania mediante una sustanciosa ayuda económica a las mismas autoridades responsables de la estampida, destinada en teoría a una dudosísima reinserción! Los gitanos de Bosnia fueron el blanco predilecto de los chetniks, y los que se refugiaron en Croacia sufrieron del mismo trato discriminatorio que sus compatriotas musulmanes. La Eslovaquia independizada avaló todo tipo de atropellos racistas e impuso a los romés un increíble toque de queda. Una reciente ley checa ha privado de esta nacionalidad a 100.000 gitanos de origen eslovaco, convirtiéndoles en apátridas y privándoles de golpe de trabajo, educación y asistencia. (Entre paréntesis, ¿qué dice de ello un gran defensor de los derechos humanos como el presidente de la República Checa, Václav Havel?).

Un breve repaso a cuanto acaece diariamente en España nos convence enseguida de que la situación no es nejor: decenas de colonias gitanas se han visto obligadas a solicitar protección policial ante las repetidas agresiones de que son objeto; tres niños, acorralados por centenares de vecinos, tuvieron que ser evacuados por la Guardia Civil. El número de incendios de chabolas, tentativas de linchamiento y destrucción de grupos de viviendas o edificios escolares destinados a los gitanos aumenta de forma alarmante.

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Nada de eso puede sorprendernos: dignos descendientes de los cristianos viejos, los españoles somos los ciudadanos más xenófobos de la CE, según se deduce de un sondeo sobre el racismo efectuado en noviembre de 1989. Conforme a un estudio de la Asociación Pro Derechos Humanos en España, publicado el 31 de julio de 1991, los gitanos constituyen el grupo étnico que mayor rechazo suscita entre los madrileños: "camellos", "delincuentes", "vagos", "falsos" y "mentirosos" son los estereotipos más comunes respecto a esta comunidad. ¡Una encuesta reciente revelaba que un 37% de los jóvenes se mostraban partidarios de su expulsión de la Península, frente a sólo un 26% tocante a los moros y un 1% a los judíos!

El que a estas alturas haya todavía una considerable proporción de españoles partidarios de la expulsión de una minoría de compatriotas distintos que, contra viento y marea, han conservado su identidad cultural, usos y costumbres tras cinco siglos ds persecuciones abyectas, ¿es una muestra patética de la incapacidad de mejora de la especie humana, magistralmente expuesta en las páginas de La Celestina? ¿O desconocen los españoles el infame decreto de expulsión, de los Reyes Católicos referente a los caldereros y su amenaza de cortarles las orejas en el caso de que intentaran regresar a sus reinos? El bien documentado libro de Antonio Gómez Alfaro consagrado a La gran redada de gitanos llevada a cabo durante el reinado del "benigno" Fernando VI debería ser de lectura obligada en institutos y colegios: ello nos ayudaría a refrescar la memoria de un pasado culpable que no fue en absoluto el que suponemos. El holocausto gitano obra de los nazis encuentra claros precedentes en el racismo de Estado de nuestros respetados monarcas.

El incumplimiento sistemático de las leyes y compromisos internacionales destinados a prevenir y castigar toda forma de discriminación racial fomenta actuaciones como la del Ayuntamiento de nuestra capital de realojar a 52 familias gitanas en la Cañada Real, junto al vertedero de residuos tóxicos de Valdemíngómez, en donde vertidos de toda índole contaminan tierra, agua y aire. El gueto, descrito por un periodista "como un lugar fétido, campo abonado para las infecciones, en el que las ratas pululan entre el polvo, la mugre y un hedor irrespirable", ¿es todo lo que puede ofrecer un Ayuntamiento democráticamente elegido a una comunidad acreedora de una inexcusable reparación histórica después de tantos siglos de abusos, atropellos e intolerancia?

Del mismo modo que la sociedad norteamericana blanca aplaude las proezas deportivas y expresión musical de un puñado de compatriotas. negros para mejor odiar y despreciar a los restantes, el fervor de muchos payos por el flamenco y los artistas gitanos es la coartada o compensación ideal de sus profundos sentimientos racistas. En vez de "en

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mendar yerros y rumbos, cambiar radicalmente mentalidades, actitudes y comportamientos", como reclama Manuel Marín Ramírez, de la Asociación de Desarrollo Gitano, las autoridades españolas parecen oscilar, como en otras épocas, entre una política de asimilación impuesta (sin dotarse de los medios de ponerla e n práctica) y una segregadora exclusión (como forma atenuada de "solucion final").

El fracaso de la política "normalizadora" del Estado, resultado de las contradicciones de una sociedad proclive a rechazar a los gitanos por su "diferencia" y a impedir a la vez su integración en ella -así como de la resistencia de los interesados a ser "normalizados" a la fuerza-, conducen hoy no al reconocimiento de la comunidad como una minoría étnica -única solución durable y justa, de acuerdo a las convenciones internacionales firmadas por España en 1969-, sino a una marginación absoluta. El ocaso de los medios de existencia tradicionales y el retroceso del nomadismo han enclavado a los gitanos en barriadas y guetos dignos del Tercer Mundo, empujándolos al negocio y consumo de drogas, con la consecuencia de generalizar la abusiva identificación popular de gitano y camello. La exclusión del mundo moderno lleva en derechura a la autodestrucción de sus víctimas: la miseria, el sida, el caballo, crean pequeños campos de exterminio en, los que la juventud más desprotegida económica y culturalmente se hunde sin remedio.

Los gitanos viven dispersos en todo el ámbito de la Península. La España heterogénea y plural a la que con tanta dificultad nos encaminanos no los tiene aún en cuenta: no disponen de un espacio regional propio, ni grupos de presión político-económicos, ni armas de chantaje frente al Esta do de las autonomías. La fuerza, de sus reivindicaciones es única mente moral. El año 1999 debería ser, no obstante, la fecha elegida -¡otro Quinto Centenario de muy distinto signo!- para convertir la exigencia ética en realidad jurídica: poner punto final al largo ciclo de persecuciones y aceptar su enriquecedora extrañeza e identidad. Ellos, son la sal de una sociedad paulatinamente embotada y amnésica: sin su presencia, España sería infinitamente más chata, sosa y conformista.

La amenaza que se cierne sobre el mundo gitano, indiferencia del Estado bonsái y agresividad de nuestra sociedad de nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos -caldo de cultivo de filesas, roldanes y rubios-, exigen un cambio integral de conducta. El autismo y la mirada llena de prejuicios con la que los juzgamos deben ceder paso al respeto y admiración de su ancestral sentido de la libertad: "Universo sin Estado ni jefe, libre circulación de personas y bienes, territorio común, pastoreo, pura impulsión centrífuga", escribí de ellos un día. "Bueno sería, como dice Günter Grass en su Discurso de la pérdida, que nos tiñéramos un poco de esa forma de vida que ellos van soltando. Podrían enserñarnos la inanidad de las fronteras, pues para los romé y los sinté las fronteras no existen. Los gitanos se sienten en su casa en toda Europa. Son lo que nosotros presumimos de ser: ¡europeos natos!".

Juan Goytisolo es escritor.

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