ANDER GURRUTXAGA ABAD La búsqueda del dosel
La institucionalización autonómica del País Vasco tiene un pasado peculiar. Lo específico del caso es su paradoja fundacional: sectores sociales y políticos que problematizaron la Constitución son los que dirigen la construcción democrática y los encargados de gestionarla. El estatuto consolida el cambio, pero la legitimación se produce, no por la vía prevista, sino por el éxito autonómico y el irrefrenable proceso de institucionalización y racionalización política.El Gobierno y el Parlamento autonómico organizan la sociedad mediante un entramado administrativo que sigue criterios estatistas, bajo el imaginario simbólico de poner las bases del proceso que conduzca a la construcción nacional.
La experiencia autonómica demuestra la fuerza social y electoral del nacionalismo, pero también que las condiciones de su éxito son las de su transformación. Esta situación es nueva; por primera vez en su siglo de existencia controla las instituciones políticas y posee resortes e instrumentos como nunca había tenido. Si la reproducción del discurso dependió de la coyuntura que creó el franquismo, la institucionalización y, la racionalización política quiebran la excepcionalidad. La repercusión más evidente es la rutinización de la propuesta nacionalista. Siendo dominante en la escena vasca, carece de la carga dramática -e incluso mítica- que tuvo en otros momentos. Puede decirse que se convierte en un sistema de creencias normal. Si su carisma se quiebra, la pregunta que surge es: ¿cómo generar nuevas condiciones, cuando casi todos sus mecanismos y lógicas sociales estaban preparados para actuar a la defensiva y en situaciones que poco tienen que ver con las actuales? La normalidad supone desdramatizar hechos, comportamientos y creencias. Hay otros peligros para su formulación: la privatización de la vida, especialmente sentida por las nuevas generaciones; el alejamiento de la calle y su refuncionalización en tareas de gestión, carentes de emoción social, pero de alto valor para sus objetivos políticos.
Una de las probables consecuencias de la tendencia apuntada es la pérdida referencial del nacionalismo como dosel sagrado. Durante años, tal y como fue formulado por Sabino Arana, es el referente obligado en la actividad social y política de amplios sectores sociales. La dinámica histórica cuestiona las lógicas, los procesos y los mecanismos sobre los que se asienta la reproducción de tal discurso, con lo que parecería que pierde fuerza de penetración en el mundo social vasco. Su carácter militante da paso a una formulación más pragmática donde la gestión de los asuntos públicos cobra centralidad.
En todo caso parece que los años de autonomía otorgan un significado distinto al mundo nacionalista. El pragmatismo de la acción política y la racionalización modifican el marco en el que se desarrolla. En tales condiciones exige un nuevo lenguaje comprensivo que acoja la realidad vasca, la cual no puede alimentarse exclusivamente de vínculos tradicionales y pasado histórico. Está por ver de dónde puede surgir una teoría que comprenda los nuevos tiempos, pero lo que está claro es que la mirada atrás en busca de atavismos étnicos o de una doctrina central está superada por el inevitable cambio histórico. Carece de sentido. Si en estos momentos la profundización de la autonomía o la federalización del Estado parece a la mayoría de los vascos un objetivo apropiado, la inserción europea es ineludible y la necesidad de la presencia vasca en tal nivel de toma de decisiones es innegable. Si el éxito social y político se ha de fundar en el pragmatismo de la acción de gobierno, la gestión adquiere un papel central para el futuro del País Vasco.
Estos cambios se generan sobre una estructura material que sufre la crisis del modelo de desarrollo económico. Los vascos encaramos el futuro enterrando la sociedad industrial de la que somos producto. Los últimos años confirman que vivimos, como protagonistas, el final de un tipo de sociedad gestada en la segunda mitad del siglo XIX y que, con las pertinentes transformaciones, ha llegado hasta nuestra época. Se originó en las márgenes del río Nervión y tuvo al hierro y a los barcos como motores del desarrollo económico. Creó una tradición industrial, una cultura obrera, una idea del trabajo como valor con sentido propio y una identidad del trabajador con su entorno y con sus productos. La pregunta que está abierta es: ¿qué queda de la sociedad industrial vasca? Los signos más llamativos son la margen izquierda del Nervión (hierros y barcos), convertida en monumento arqueológico; la desaparición de los símbolos de la industria vasca (AHV, Naval, etcétera); la elevada cifra de parados; el tan usado como dramático paro juvenil; el ejército de jubilados anticipados; la caída de las tasas de crecimiento demográfico; el envejecimiento de la población... Y discursos, muchos discursos, que quieren establecer la identidad desde el vasco de kaiku, txapela, buzo azul, batzokis, casas del pueblo o herrikos tabernas, y miran ensimismados al futuro. Una época se acaba, agotada por su uso y por las mutaciones que sobrevienen, sepamos leerlas o no.
Tales procesos se producen a la vez que entra en la historia una nueva generación que no creció con el franquismo y que no percibe los discursos históricos (nacionalismo y socialismo) con el dramatismo de sus mayores, ni vive la política como mandato generacional. Su mirada es más individual y atenta a su mundo inmediato. Percibe que el relevo generacional no está garantizado, y no por falta de talento, sino por el agotamiento del modelo económico de sus mayores. La juventud expresa en la práctica cotidiana la emergencia de una revolución en los valores que tiene dos características: no renuncia a la autoidentidad; son y se identifican como vascos, interiorizan el valor de su acervo étnico, pero quieren desarrollar su individualidad en pequeños grupos, en comunidades construidas para estar a gusto entre los suyos. Sus actividades públicas no se reflejan en opciones partidistas, sino en formas de participación que definen el sincretismo de sus propuestas, reconociéndose en movimientos sociales (insumisión, ecologismo, pacifismo) o en compromisos con formas de socialidad cercanas a sus preocupaciones cotidianas. El mundo de la política partidista es, para ellos, cada vez más lejano, menos atractivo. La edad y la respuesta generacional puede ser el nuevo dosel estructural.
La sociedad vasca de las elecciones autonómicas anuncia que el regreso a posturas étnicas o a discursos sacralizados por el peso de la historia es problemático. Las tendencias muestran que la creación del sentido político y social de las tradiciones (sean nacionalistas, socialistas o de cualquier otro signo) está sometida a las reglas del mercado y de la acción individual.
es catedrático de Sociología en la Universidad del País Vasco.
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