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Reportaje:

Cenicienta no quería ser princesa

El príncipe azul de Mari Paz Barca, heroína en 1963 del famoso cuento, fue Alfonso de Borbón

Una pareja de motoristas y un piquete de la guardia montada, vestida de gala, paró la circulación en la Puerta de Alcalá y en Sol para dar paso a una carroza, guiada por dos palafreneros, en la que antaño la realeza acudía a los toros. Dentro del regio carruaje, una muchacha de 18 años saludaba con soltura al gentío que la vitoreaba en su camino hacia el Ayuntamiento. Era Mari Paz Barca, la modistilla de La Guindalera, que en aquel octubre del 63 se había convertido en Cenicienta gracias a la varita mágica, no de Disney sino de Pueblo. Este diario, deseoso de rendir "un homenaje a todas las muchachas sencillas y que saben sonreír" había convocado un concurso al que se presentaron 217 madrileñas para reescribir línea a línea el cuento de Perrault, con príncipe incluido. Como la realeza entonces no abundaba fue Alfonso de Borbón, futuro duque de Cádiz, el encargado de personificar al príncipe azul y bailar con Mari Paz en el palacio de Montjuich, ante la mirada envidiosa de las 60 niñas bien que se presentaban en sociedad durante la Gran Gala de la Seda de Barcelona.Treinta y un años después, Mari Paz, ama de casa en el pueblo soriano de Almazán, parece tener la memoria entumecida en todo lo que respecta a ese episodio, como ella llama al concurso, que durante un mes la arrancó de Prosperidad para llevarla a los me ores salones del reino. "Aquello sucedió cuando tenía 18 años, ahora tengo casi 50, cómo quiere que lo recuerde. Fue un momento de mi vida, nada más".

Mari Paz había escrito a Pueblo "un poco a lo tonto" sin saber que iba a convertirse en Ia jovencita, no solamente bella, sino también laboriosa, buena y sencilla" que buscaba el periódico. "Me hizo mucha ilusión, aunque lo de Cenicienta no me gustaba nada. Que me llamaran la modistilla no me importaba, porque lo era, pero Cenicienta, no".

"Su padre -contaba Abc- es guardagujas. Ella ha nacido a la vida en Coscurita, un pueblo de Soria; tiene 18 años, la melena sencilla y los ojos claros; trae este nombre, Mari Paz, nombre que sosiega, y es modistilla en un taller de Vallecas". Aunque este retrato periodístico y otros muchos que le siguieron se empeñaban en demostrar que modista y heroína eran almas gemelas, el único parecido real era su belleza y en que ambas precedían de la clase humilde, que quedaba mucho más poético que decir pobre. Por lo demás, el cuento hacía aguas. Mari Paz no tenía una malvada madrastra, sino una familia, bienvenida repartida entre Soria y Madrid. Su vida tampoco estaba condenada a lustrar los baldosines de la cocina, sino que trabajaba en el taller de costura de Feli, la tía que la acogió cuando a los 14, años decidió venirse a Madrid.

"El departamento de alta costura de Galería Preciados abre sus puertas a la elegida", contaba un periódico, mientras que otro relataba una larga lista de regalos de joyerías, perfumerías o floristerías. De todo ese ajuar, Mari Paz apenas guarda un puñado de cosas, entre ellas el broche de oro que le regaló el alcalde de Madrid.

Lista para su debú en sociedad, Cenicienta voló a Barcelona para cumplir con las últimas páginas del relato. Vestida con un modelo de noche blanco, exclusivo del modisto Marbel, Mari Paz bajó las escaleras de Montjuich, entre cientos de flashes, para encontrarse con un príncipe que carecía de trono. Alfonso de Borbón no iba a desviar su destino, sino que sería tan sólo un gentil acompañante prestado para unos bailes y una corrida de toros al día siguiente.

Después de codearse con gentes como la Begum, Pilar de Borbón, o Dalí y Gala -dos excéntricos- Mari Paz regresó a la Guindalera. Se había roto el hechizo y la alta sociedad se esfumó. Su vida no había cambiado salvo por la beca que le concedieron para estudiar corte' y confección.

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"De la escuela salí colocada en el taller de doña Camino en la Gran Vía. Estuve allí 15 años trabajando hasta que me casé y me vine a Almazán". Su marido no tenía sangre azul. Lo conocía mucho antes del concurso y jamás dio importancia al breve reinado de su mujer. Tampoco lo hace ahora su hija de 15 años. "Es que yo me lo tomo con mucha tranquilidad y, por lo tanto, ellos también. Aquello fue sólo un mes en mi vida. ¡Qué importancia vamos a darle!".

Un cuento de hadas

En la redacción de Pueblo se trabaja a destajo desde que se publicó la convocatoria del concurso. La centralita se bloqueaba, y el cartero devolvía diariamente todas las ilusiones que se habían encargado de despertar en forma de lacrimógenas cartas. En una palabra, estaban desbordados por su brillante idea. Había tantas cenicientas en el Madrid de los sesenta que a los pocos días tuvieron que publicar la siguiente puntualización."Nos apresuramos a aclarar que la jovencita designada no hará falta que sufra el cruel trato por parte de una madrastra despiadada y el desprecio humillante de unas hermanastras egoístas, o haya de pasarse todas las noches de su vida buscando lentejas entre as cenizas".

Por tanto repitieron, esta vez con mayor minuciosidad, os requisitos que debía reunir la perfecta Cenicienta: tener entre 17 y 20 años, ser soltera, contar con la autorización paterna y, además, ser trabajadora", discreta en su decir y en sus modales; atractiva y esbelta, porque no en balde, para ella crean en estos momentos, modistos y joyeros, galas que sólo alcanzarán su pleno esplendor sobre un cuerpo hermoso y bajo el imperio de una sonrisa agraciada". Rigor ante todo, dado que el concurso prometía abrir "insospechados caminos de felicidad a la joven que más se acerque al ideal protagonista del más bello cuento de hadas".

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