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Sostenes

Enrique Gil Calvo

Dicen que los antiguos aires feministas, que proclamaban la huelga de sostenes caídos en nombre de la androginia y la libertad sexual, están en decadencia, y que ahora regresa el culto sexista al pecho femenino. ¿Significa esto que nos invade una nueva ola de machismo, dispuesta a volver a poner a las mujeres en su lugar? Quizá, pero realmente la misoginia nunca llegó a abandonarnos. En cambio, lo que sí es nuevo es el retorno de la natalidad: en Norteamérica y el norte de Europa se hallan ahora en pleno baby boom, con alzas sostenidas de la fecundidad que podrían explicar que de nuevo se impongan como modelo a imitar las imágenes de las mujeres hipermaternas, dotadas con abundante generosidad pectoral. Y por eso regresaría el sostén: para apuntalar las reservas de los lactantes, al igual que ya sucedió durante el anterior baby boom, cuando imperaban reinas del busto como la Bardot, Jane Russell y Marilyn.Pero como es sabido, la historia no se repite nunca: y este nuevo baby boom no parece que vaya a suponer ninguna regresión hacia aquel modelo de familia patriarcal (la mujer, la pata quebrada y en casa) que hacía las delicias de la vieja misoginia. Puede que ahora regresen las madres pechugonas. Pero desde luego no parece que vayan. a regresar las santas esposas sacrificadas y sumisas. En cambio, este ascenso de la fecundidad viene acompañado de una mutación en el modelo de familia, que ahora ya no sería patriarcal sino matrifocal. Así lo revela el ejemplo de Suecia, cuyo boom de natalidad está compuesto por una mayoría de nacimientos producidos fuera del matrimonio, con madres profesionales mayores de treinta que sostienen su hogar como únicas cabezas de familia. Esto no es todavía el matriarcado, como se temen los misóginos, pero sí es, desde luego, la consolidación de una reciente tendencia familiar: la basada en la figura del padre ausente.

Este Año Internacional de la Familia ha visto multiplicar los congresos, simposios, seminarios y cursillos de verano sobre la familia. Y en casi todos los que asistí surgió como tema central la figura del padre ausente. Esta tendencia tendría dos causas principales. Ante todo, la pérdida de propiedades familiares a causa de la progresiva salarización: los patriarcas se despreocupan de su prole cuando no tienen herencia que transmitirles. Y en segundo pero más importante lugar, la creciente probabilidad de divorciarse, que desvincula a los hijos de sus padres para quedar casi siempre a cargo de las madres (lo que no debe ser atribuido tanto al afán posesivo de éstas como al desinterés de aquéllos). Ahora bien, ésta es la mejor (aunque paradójica) realización práctica del modelo cristiano de sagrada familia, centrada en la relación del Niño-Dios con la Virgen-Madre, quedando la figura masculina relegada al papel periférico de padre nutricio o padre ausente.

¿A qué intereses obedece esta nueva tendencia? Algunos sospechan conspiraciones feministas, pero los más claros beneficiarios parecemos los varones, que preferiríamos desentendernos de la carga de los hijos dejando que sean las mujeres quienes la costeen con su propio trabajo. Y la razón sería la conveniencia de financiar nuestra vejez, antaño confiada a los hijos y hoy a nuestras cotizaciones. Y así, en lugar de invertir nuestros recursos en mantener hijos, los varones preferimos ahora financiar nuestra jubilación, permitiendo que las mujeres reduzcan su maternidad al no poder costearlas solas.

El debate parlamentario sobre los Presupuestos del Estado debe abordar la cuestión. Como aquí no hay (todavía) baby boom, sino todo lo contrario, parece prioritario proteger el derecho a formar familia, lo que exige incentivar indirectamente la maternidad subvencionando parte de su sostén, Pero eso pudiera reforzar la cada vez más irresponsabilizada figura del padre ausente, ahora suplido por el Estado marido o el Estado nutricio. Y si los varones continúan delegando en el Estado su responsabilidad progenitora, pronto habrá que subvencionar con fondos públicos hasta la lencería de los sostenes.

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