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La miseria empuja a los afectados de Peña Grande a aceptar dormir en tiendas

Jan Martínez Ahrens

El frío y la miseria ganaron el pulso. Los magrebíes afectados por el incendio del lunes en el poblado de chabolas de Peña Grande decidieron ayer aceptar el cobijo ofrecido por las tiendas de campaña instaladas la víspera por el Ejército a petición del Ayuntamiento. Los inmigrantes, que en su reivindica ción de una vivienda digna se negaban a dormir en unas instalaciones en pésimas condiciones, cedieron empujados por los problemas de hacinamiento derivados de la destrucción de las chabolas. Aunque dijeron sí ante la adversidad, esta vez también gritaron no a la postración: el viernes se manifestarán en el centro de Madrid.

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El incendio originado por un cortocircuito en Peña Grande (Fuencarral) arrasó 86 chabolas y dejó sin techo a cerca de 400 inmigrantes. La primera medida del Ayuntamiento fue socilicitar dos tiendas de campaña a la Cruz Roja. La instalación, en principio sólo prevista para resguardarlos de la lluvia, fue ofrecida también para darles cobijo durante la noche.La oferta fue rechazada. Las tiendas, poco más que un techo de plástico, no reunían las más elementales condiciones: levantadas sobre los escombros, sin suelo, y sin separación entre hombres y mujeres. El Ayuntamiento, no obstante, dispuso hostales para las madres con niños, pero sólo seis mujeres optaron por esa posibilidad.

Un inmigrante enfurecido cortó los correajes y echó por tierra lo que para muchos se había convertido en un símbolo de oprobio. Hartos de sufrir el " olvido de la Administración y el azote del fuego -se trata del séptimo incendio-, pedían una vivienda digna de alquiler.

Al día siguiente, custodiado por la policía, el Ejército levantó, a instancias del Ayuntamiento, seis tiendas con una capacidad de 40 personas cada una. Durante la noche del martes al miércoles, apenas seis inmigrantes, sin otro sitio donde. dormir, aceptaron taciturnos ese techo, sin servicios higiénicos y con tablas de madera por suelo. Entre ellos se encontraba el vivaracho Abderamán, de 15 años, hijo de Mohamed. Sus siete hermanos y sus padres durmieron en la chabola de una amiga. Él no pudo por falta de espacio' Le tocó, por ser el mayor de los hermanos, salir y, bajo el duro mirar de sus vecinos, desfilar por el poblado hasta las tiendas. Para que no pasase frío le prestaron una fina manta gris. Durmió mal pero a las ocho de la mañana ya estaba de pie, correteando por el barro y las basuras del asentamiento. ¿Tú crees que alguna vez os darán una vivienda? "No cre" respondía el chaval, con los Ojos caídos. El padre comentó resignado: "Esta noche dormiremos toda la familia en las tiendas; mi esposa e hijas, en la de mujeres, y mis hijos, con los pequeños".

Lo mismo pensaba Rahma, empleada doméstica, de 38 años, casada y con dos hijos, quien también había pasado la noche en el refugio provisional. "¿Qué le voy a hacer? No tengo otro sitio" murmuraba como intentando que no le oyesen sus vecinos, reunidos en un corro para discutir la situación. Unos hablaban de quemar las tiendas, otros de organizarse para que se les escuche directamente. La mayoría, con todo, se mostraba dispuesta a aceptarlas provisionalmente.

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Esa misma mañana, el presidente de la Comunidad, Joaquín Leguina, aseguraba que el lunes los inmigrantes serían trasladados a unos prefabricados situados en unos terrenos cedidos por el Ayuntamiento junto a la carretera de Burgos, hasta conseguirles pisos de alquiler. Una vieja promesa que nadie de la Administración comunicó esa mañana a Abderamán ni a Rahma.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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