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El fuego arrasa las chabolas de 400 magrebíes en Peña Grande

Jan Martínez Ahrens

Cuatro mil metros cuadrados de desolación. El fuego arrasó ayer las chabolas de 400 inmigrantes magrebíes del asentamiento de Peña Grande (Madrid), uno de los mayores de España. El incendio, que se desató a las tres de la madrugada, se propagó a enorme velocidad por las paredes de cartón y madera, sorprendiendo a los vecinos en sus catres. Se sucedieron los gritos, las carreras. Y el poblado entero asistió, pese a la persistente lluvia, a la devastación de 86 chabolas -casi la mitad- y de cientos de enseres y sueños. A las 4.30 los bomberos sofocaron el fuego. No hubo heridos.Aunque la policía apunta a un cortocircuito como posible causa del incendio, cuatro horas antes del siniestro el centro de asistencia social del poblado recibió una amenazante llamada anónima. Asimismo, numerosos inmigrantes magrebíes procedentes de otros poblados acudieron a primera hora de la mañana al lugar con la esperanza de conseguir sitio para levantar allí sus chabolas, según la Jefatura Superior de Policía. En este contexto, los investigadores consideraron que la implicación de un inmigrante llamado Hamadú como autor material del fuego se mueve todavía en el terreno del rumor. Este vecino del asentamiento -al que algunos compatriotas acusan de estar ebrio aquella noche- se alojaba en un chamizo cercano al punto donde se originó el incendio. "No hay detención, y mantenemos la hipótesis del cortocircuito especificó un portavoz policial. En la tarde de ayer, la comisaría del distrito de Fuencarral seguía tomando declaración a inmigrantes del poblado. Por la mañana, las excavado ras municipales recogieron los escombros. En su lugar, Cruz Roja levantó dos grandes tiendas de campaña para cobijar a los afectados, que se mostraron hartos de esperar el prometido realojamiento.

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El fuego calcinó en 90 minutos las chabolas. El fuego se inició, según la policía, a las tres de la madrugada cerca de la chabola 180, en pleno centro del poblado, un denso núcleo donde los chamizos contactaban unos con otros por la parte lateral y trasera. Allí, las calles formaban pasillos laberínticos donde apenas cabía una persona. Un esquema que, salvo en la avenida central -de barro-, se repite a lo largo del abigarrado asentamiento.

En el chamizo 180 dormían Fátima, que trabaja en el servicios doméstico los fines de semana, y sus tres hijos. El marido acababa de regresar de su faena diaria: la venta ambulante de alcohol. Las llamas, siempre según el relato de los vecinos, barrieron rápidamente el lugar.

La voz de alarma corrió por el asentamiento. Los chabolistas huyeron de sus casas, sin apenas tiempo para coger nada. "Para salir con velocidad, siempre dormimos con los zapatos puestos, como soldados", contaba ayer Abdel, de 42 años. En la huida, como los demás, perdió no sólo los electrodomésticos, los libros de texto de sus hijos o la comida de la semana, sino también parte de su historia: las fotos de la familia en su tierra natal, Larache (Marruecos).

Las llamas, azuzadas por el viento, alcanzaron en poco menos de media hora unas sesenta chabolas. A su paso, las bombonas de butano y propano empleadas para los hornillos estallaban. Las dos fuentes del asentamiento -un par de grifos- no dieron agua suficiente para frenar el fuego.

Retraso fatal

La llegada de los bomberos se registró a las 3.38. "Nadie nos llamó antes. Y esa media hora de diferencia fue el problema. Cuando alcanzamos el poblado ardían dos terceras partes del área que finalmente resultó devastada", comentó ayer el portavoz de servicio de extinción municipal.

Un total de 72 bomberos se volcó en el incendio. Algunos chabolistas se quejaban de su intervención: "Se quedaron sin agua y actuaron en dirección contraria a la del viento", señalaban. Una imputación que fue rechazada por los bomberos: "Una vez que las llamas se habían cebado en la zona interior de nada servía apagarlas, lo importante era evitar su extensión".

Sobre las 4.30, tras una hora y media de fuego, el incendio quedó controlado. Habían ardido 4.000 metros cuadrados del asentamiento y quedaron destruidas 86 de sus 192 chabolas. Unas 400 personas permanecían a la intemperie. Llovía.

La causa del siniestro se movía ayer en el terreno de las hipótesis. La más aceptada procedía de la Policía Científica, que achacaba el fuego a un cortocircuito originado en el chamizo número 180. Una casualidad. Los caóticos tendidos eléctricos de Peña Grande y la lluvia avalaban esta explicación.

A lo largo del día, estas explicaciones lucharon con la hipótesis inicial de un incendio intencionado, una idea que cobró fuerza a raíz de una llamada anónima que recibió a las once de la noche del domingo el Centro de Acción Social San Rafael, situado a 300 metros del poblado. Una voz masculina amenazó con atacar al centro, volcado desde sus inicios en el asentamiento, si no dejaban de "ayudar a los moros".

Otro motivo de sospecha reside en los siete incendios que han devastado desde 1992 el lugar, una zona sin intereses especulativos que fue expropiada para instalar un colector de aguas residuales. El asentamiento fue controlado en su nacimiento en 1985 por mafias que alquilaban los chamizos a los magrebíes. Los Impagos se saldaron más de una vez con el fuego. Posteriormente, los siniestros han sido relacionados con accidentes fortuitos.

La Cruz Roja levantó anoche dos tiendas de campana para albergar a los chabolistas. Para las madres con hijos, el Ayuntamiento facilitó el alojamiento en pensiones. Los albergues municipales no se abrieron, "por no estar preparadados", en palabras del concejal de Fuencarral, Miguel Martín Vela, del PP.

Promesa en el aire

Los chabolistas, sin embargo, pedían la vivienda que el Ayuntamiento se comprometió a facilitarles antes de junio de 1993. Las administraciones regional y local se culpan mutuamente del retraso.Los inmigrantes magrebís que perdieron sus chabolas se negaron ayer a dormir en las dos tiendas de la Cruz Roja (para unas 50 personas). "No somos animales", decía Abdul Hamid, obrero, de 34 años, para quien resultaba ofensivo que nadie les hubiese facilitado mantas, comida, o colchones para pasar la noche. De hecho, el suelo de la tienda, lejos de estar cubierto, lo formaba la tierra húmeda y renegrida donde hasta ayer se alzaban las chabolas.La tensión de Hamid era compartida por muchos otros inmigrantes. "¡Queremos ayuda no palabras!", gritaban muchos de ellos. Al caer el sol un marroquí cortó, en señal de protesta, los correajes de las tiendas que finalmente fueron retiradas por la policía.

Para pasar la noche los inmigrantes se refugiaron en chamizos de amigos y en coches. Sobre las 23.00 la calma volvió al poblado. De nuevo eran unos olvidados.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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