Poesía de Víctor Hugo
Cifuentes/Cruz, Hugo, TrigoNovillos de Mariano Cifuentes, con trapío, encastados excepto 3º. y flojos excepto 6º.
Cruz Ordóñez: silencio tras aviso en los dos. Víctor Hugo: ovación tras aviso; ovación. Alejandro Trigo: silencio tras aviso; palmas.
Plaza de Las Ventas, 8 de octubre. Novillada final de la escuela taurina. Floja entrada
La más bella poesía taurina que pueda escribirse sobre cualquier ruedo, el toreo al natural, alboreó ayer en Las Ventas Víctor Hugo, como no podía ser de otra forma con semejante nombre de guerra. Este aventajádísimo alumno de la Escuela de Tauromaquia de Madrid, un meteorito desprendido de la amplia saga torera de los Saugar/Pali/Pirri, causó sensación por la cantidad y calidad de sus naturales.
La cantidad fue tal que el vate táurico produjo toreo con la mano izquierda en mayor número que el que hayan sumado Ponce o Jesulín, por poner dos claros ejemplos, en sus larguísimas campañas preñadas de derechacismo. Más importante fue la calidad: dando distancia y ventajas a sus dos bureles, cargando la suerte, embozándolos en la muleta planchá y ofrecida por delante, y rematando en la cadera con el engarce suficiente para ligar el siguiente muletazo. Vamos, una auténtica lección de ortodoxia para solaz y disfrute de los escaso parroquianos. El coletudo, inspirado y variadísimo con el percal, cascabeleó también redondos, pases de pecho y adornos diversos. Aunque a la hora del balance estadístico engorrianara todo con los aceros.
Como engorrinó el triunfo al ganadero la supina endeblez de sus erales, de gran trapío y con el milagroso don de la casta. Una cualidad que desbordó los trasteos de Cruz Ordóñez, aseado pero verde. A Trigo le correspondió el único manso y lo lidió con bizarra quietud. Desigual en banderillas con el sexto, apuntó buen toreo de interesante corte clásico con la flámula.
Babelia
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