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París recibe una colección egipcia de arte francés de 120 cuadros

Los "olvidados de El Cáiro" dejan por primera vez sus museos

Para un artista no es fácil convivir con las pirámides. La sombra de su historia lo cubre todo. La experiencia la han vivido artistas que, en cualquier otro lugar que no fuese El Cairo, figurarían en todas las guías turísticas. Ese es el caso de Daumier, Degas, Delacroix, Gauguin, Ingres, Millet, Monet, Pissarro, Renoir, Sisley o Toulouse-Lautrec. Todos estos nombres, y otros menos célebres, están representados a través de su obra en los museos de El Cairo, sobre todo en el Mahmoud Khalil y en el Guézireh.

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Son en total 120 cuadros seleccionados para formar un museo ideal. Las obras de arte son ahora rescatadas del ostracismo en el que les tenemos los occidentales. La ocasión y el descubrimiento es la muestra que mañana se abre al público en el Musée d'Orsay (M0) de París y que ha sido ba utizada como Le oubliés du Caire (Los olvidados de El Cairo).La exposición es fruto de una serie de intereses coincidentes: los museos egipcios implicados querían emprender una labor de reforma de sus instalaciones y proceder a la restauración de sus colecciones; el ministerio' de Asuntos Exteriores francés, a través de la AFAA, se preocupa por la imagen de la cultura francesa en el extranjero y, por consiguiente, vio con buenos ojos asumir parte del trabajo de restauración a cambio de una exposición en París.

El resultado de esas dos conveniencias de política cultural son, por una parte las mejoras sustanciales de los equipos de restauración de los museos egipcios, y por otra estos novelescos pintores y escultores de Les oubliés du Caire que cruzan. el Mediterráneo de nuevo por primera vez.,

Un total de 120 obras, en su gran mayoría compradas por coleccionistas egipcios entre 1920 y 1940, componen la muestra. Son pocas las obras de carácter orientalizante, aunque no faltan algunas telas que retoman temas célebres, como el del suicidio del Jenízaro, las bíblicas esclavas al borde del Nilo o las inevitables odaliscas.

El resto son marinas atlánticas, paisajes de París o Barbizon, flores convertidas en naturaleza muerta o ensoñaciones tahitianas de Gauguin. Es más, no falta ni tan sólo un Don QuYote y Sancho Panza, un óleo extraordinario de Daumier.

Estas obras de artistas franceses viajan a París y lejos del Nilo por primera vez. El gran coleccionista que fue Mahmoud Khalil -senador, ministro, presidente del Senado, académico, entre otras actividades- había ido comprando telas y bronces a lo largo de los años y las guardaba en su villa de Guizeh, junto al rio.

Eran una suerte de "museo ideal" de un afrancesado, no sólo por los nombres de los artistas y los temas escogidos, sino también por la disposición misma del edificio, de arquitectura burguesa, sólida, y con ligeras incrustaciones arabizantes. Khalil murió -en Paris- en 1953 y fue su mujer -francesa-, Emilienne Luce, la que decidió, en 1960, donar al Estado egipcio tanto su suntuosa villa como los cuadros que guardaba.

Egipto sigue siendo para todo el mundo el país de las pirámides y los faraones, un país en el que no hay lugar para los modestos pintores de telas destinadas a decorar los muros de salones y despachos. En 1922 se descubría -en el Valle de los Reyes la tumba de Tutankamón y eso bastó para que hoy sólo los propios egipcios recuerden lo que era la vida cultural en sus ciudades, cuando Alejandría aún existía al margen de las páginas de Durrell.

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