Dicotomía
En EL PAÍS del 21 de septiembre aparecen dos textos en la misma página sin nexo aparente, pero real, firmados uno como carta por el señor Andrés Suárez (El mundo en que vivimos) y el otro como artículo de fondo por el señor Lasaga (La mosca en el coche), donde se producen quejas (por la insolidaridad y por la eliminación de la filosofía en la educación) sin entrar en el fondo de la cuestión. Quizá el hacerlo implique verse reflejado en un espejo lleno de interrogantes, y las dudas..., ya se sabe. ¿Por qué denunciamos una sociedad dondePasa a la página siguiente
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se superficializa el entendimiento, o ése es el fin, ya que de otra manera la manipulación de los vendedores no podría existir? ¿Cómo se podría vender un producto inútil, una idea nefasta o un sentimiento falso si hubiera personas inteligentes?
La clave es que no se note que no lo son; así que se empieza por desarrollar campos de conocimiento con altas dosis de dependencias y tan complejos como innecesarios para la mayoría: todo el que se precie tiene que comulgar con la informática, comunicarse en varios idiomas y estar a. la moda.
Hay que reconocer que los ideólogos de este tipo de sociedad han tenido éxito; parece que han suprimido los estímulos generados por el orgullo, la dignidad, el esfuerzo sin más recompensa que la propia estima, la singularidad, por otros generados por la competitividad donde vale todo, la falta de ideas propias, la identificación con el rebaño aunque vaya a precipitarse en el abismo y con todo lo que ello conlleva de soledad, egoísmo, explotación, etcétera.
Quizá, en el fondo, el problema sólo esté en aquellos que pensamos que el ser humano es racional; que tengamos que rendirnos a la evidencia de que lo único que lo motiva es el poder y el sexo -a lo mejor es lo mismo-; que todo lo demás son sólo instrumentos. Pero si esto es así, ¿no habría que cambiar algunas cosas? Por ejemplo, leyes, dogmas, discursos, bases sociales, etcétera. Al menos algunos dejaríamos de vivir en una dicotomía deprimente.
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