Tímida 'perestroika' en el Trono del Crisantemo
La modernización se abre paso en la milenaria corte japonesa
ENVIADO ESPECIALLa emperatriz Michiko luce un quimono beis de seda que resalta su imagen de frágil muñeca de porcelana. El emperador Akihito viste un sobrio y solemne traje negr. que constrasta con su característico cabello blanco. El paso de ambos, cuando entran en el salón de audiencias del palacio imperial de Tokio, repleto ya de chambelanes y damas de honor, reviste la lentitud solemne que justifican más de 2.000 años de dinastía y que chocan, aparentemente, con el dinamismo de un país convertido en la segunda potencia económica del globo a partir de las cenizas de una derrota total en la 11 Guerra Mundial.
Es un infrecuente honor el que la pareja imperial japonesa otorga a un pequeño grupo de ll0iriodistas con ocasión de su próxima visita oficial a Francia y España, del 3 al 13 de octubre. Y, sin embargo, pese a ser ésta la corte más ceremonial y protocolaria de cuantas aún subsisten, Michiko y Akihito conversan por separado durante varios minutos con cada uno de los informadores. Los suficientes para mostrar que la emperatriz, que se expresa en un perfecto inglés, ha recuperado por completo el habla, que perdió misteriosamente el 20 de octubre de 1993, día de su 590 cumpleaños, tras ser objeto de críticas sin precedentes desde algunos medios de prensa.
Ni ella ni el emperador introducen en la conversación ningún elemento que ni remotamente pueda interpretarse como político. El parque español de Nagoya, el órgano de la catedral de Salamanca (que Michiko contribuyó a restaurar), la música de guitarra, los peces góbidos (en cuya clasificación Akihito es una, autoridad reconocida internacionalmente) y el recuerdo del emperador de su primer viaje a España, en 1953, como príncipe heredero, forman el núcleo del diálogo.
Constitución impuesta
La Constitución impuesta por los vencedores norteamericanos bajo la ocupación de las tropas del general Douglas. McArthur no sólo dejó en claro en 1947 que el emperador ya no es el dios vivo en que el fallecido Hirohito se encarnó al servicio de una dirección política agresiva. El texto precisó además que es "el símbolo del Estado y la unidad del pueblo", que su posición se deriva de la "voluntad popular, en la que reside el poder soberano", que "no tiene poderes relativos al Gobierno" y que es éste el que en definitiva toma las decisiones a las que ha de dar su automático refrendo.A lo más que se atreve un alto funcionario del Ministerio de Exteriores es a decir que en los viajes de Estado existe una "armonía de interés mutuo" entre el Gabinete y el Trono del Crisantemo. El propio Todayaki Nonoyama, vicegranmaestro de ceremonias en la Casa Imperial y antiguo embajador en Jordania, reconoce que "el emperador nunca dice que quiere ir a tal o cual sitio", que "nunca ejerce acciones políticas o negociadoras" y que siempre "es el Ejecutivo el que decide".
Sin embargo, las visitas imperiales tienen con frecuencia objetivos muy claros, como la de 1992 a China, utilizada por el Gobierno para empezar a poner bálsamo en las ampollas que la ocupación en los años treinta y cuarenta de diversos países asiáticos, y las atrocidades cometidas entonces, levantan aún.
Akihito es el mejorembajador de un Japón que quiere que se borre la memoria de la guerra y que se presenta como un país militantemente pacifista, pero que aspira a un papel internacional más activo (como muestra su candidatura a un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU) y a convertir cada vez más a los antiguos enemigos en socios comerciales. En todo caso, el papel del emperador es tan suave y discreto como el reflejado en la wakas que compone, por ejemplo, para las reuniones poéticas del Año Nuevo. Los responsables de la Agencia, Imperial se ponen de los, nervios cuando leen que Akihito y Michiko son sus prisioneros. También cuando se dice que entre los descendientes de la antigua clase nobiliaria y los burócratas descendientes de diversos ministerios -entre las dos categorías unos 1.100- que rodean a la imperial pareja hay tantas diferencias como las existentes entre la Edad Media y la era de la sonda Huble.
Los unos, supuestamente, defienden el enclaustramiento, el cerco de misterio, el ceremonial riguroso y el conjunto de tradiciones de la corte milenaria. Y en ello radica una de las claves de la supervivencia de una aristocracia que, sobre el papel, ya no existe. Los otros defienden la apertura y la modernidad, una cierta perestroika, aunque sin despojar por ello a la figura del emperador de su peso tradicional como referencia última del alma japonesa.
Puertas adentro de palacio no se sabe muy bien lo que ocurre. Akihito es un misterio. Se dice que McArthur impuso que fuese su institutriz una cuáquera pacifista norteamericana, Elisabeth Vinig, quién tal vez intentó inculcarle algunos principios cristianos. No hay ninguna prueba de ello. Tampoco de que la emperatriz Michiko sea una especie de católica secreta, aunque se graduó en la Universidad del Sagrado Corazón.
Shumoto Miura, ex director general de la Agencia Cultural Japonesa y conocido novelista, católico él mismo, no se atreve a pronunciarse, pero sí señala que, cuando menos, hay un cristiano en la familia imperial: la esposa del príncipe Mikaza, tío de Akihito. Para Miura, "los emperadores están a la cabeza de la cultura invisible", aunque su importancia sólo se pone de manifiesto en momentos cruciales como "a la muerte de Hirohito, cuando dos millones de personas se concentraron espontáneamente ante palacio para expresar su dolor". Y añade: "Es como el aire, el agua o la comida. Sólo entendemos que son vitales cuando nos faltan". En su opinión, habría una gran resistencia popular si llegara a plantearse la eliminación de la institución monárquica.
Y es que, como señala un joven estudiante de la Universidad tokiota de Sofía, la tradición no se ve tanto en los signos externos, el teatro kabuki o los combates de sumo, sino más bien en la manera de ser y de pensar, en el inconsciente". Para muchos japoneses, el emperador forma parte de esa tradición profunda y consustancial a la identidad de una nación uniforme como pocas.
La monarquía se asocia mitológicamente al propio nacimiento de Japón. Amaterasu, la diosa del Sol, envió a uno de sus hijos para gobernar el mundo. El mundo era Japón. El hijo era Nimigui No Mikoto, el primer emperador. Hace de eso 2.650 años. Akihito es, según la tradición, su descendiente 124o por línea directa. Sin embargo, éste podría pasar por un sesudo profesor de botánica. Por algo tiene un jardín de bonsáis con 300 ejemplares de 90 especies diferentes, que hizo en su momento las delicias de Felipe González. O mejor de zoología, ya que es un reconocido ictiólogo y ha publicado 26 trabajos sobre los peces góbidos. O tal vez de economía o ciencias políticas, disciplinas ambas en las que tiene una sólida formación. Pero es el emperador y, por ello, casi por definición, un enigma, aunque parece que es el mismo el que intenta levantar un tanto el velo.
Como señala un diplomático japonés, "el ambiente de la casa imperial ha cambiado mucho, se ha abierto". Sus majestades invitan con cierta frecuencia a funcionarios y académicos a cenas privadas en las que se tratan los más diversos temas. Y añade: "Mi padre todavía se sorprende de que yo mismo haya. asistido a algunas de esas reuniones en palacio".
Presupuesto y discreción
Como un responsable de la Agencia Imperial señala con orgullo, tal vez para justificar un presupuesto anual de unos 20.000 millones de pesetas, Akihito y Michiko cursan anualmente centenares de telegramas de felicitación o condolencia, son anfitriones de decenas de invitaciones cenar o a tomar el té en palacio y han visitado 37 países como príncipes herederos y ocho como emperadores.Pero viven con discreción. Componen poemas tradicionales. Según Eikishi Hayashiya, embajador en Madrid de 1981 a 1984, Akihito incluso escribió una waka al regreso de su primer viaje a España, en 1953.
El emperador toca el violonchelo y la emperatriz, el piano. Y ambos, dice la biografía oficial, "disfrutan tocando ocasionalmente en un pequeño conjunto con sus amigos músicos". Una estampa entrañable que los mismos hagiégrafos completan recordando que Michiko amamantó a sus hijos e incluso les preparaba personalmente la merienda cuando iban a la escuela.
Akihito respeta la tradición, de la que es guardián. Como tenno, o señor celestial, oficia numerosas ceremonias sintoístas, aunque no es sumo sacerdote. Tampoco es constitucionalmente jefe de Estado, pero las funciones que ejerce, siempre siguiendo las instrucciones del Gobierno, se le parecen mucho. Ahora que la crisis anuncia tiempos duros, puede resultar más útil que nunca.
Para muchos, analistas, sin embargo, el cambio real sólo se producirá cuando llegue al trono un emperador nacido después de la II Guerra Mundial. Es decir, cuando el príncipe heredero Naruhito, de 34 años, tome el relevo.
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