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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Soliloquio

EN SU soliloquio de Antena 3, Felipe González comenzó por resaltar el carácter "directo" de la comunicación que pretendía establecer con los ciudadanos. Comunicación directa significa: sin intermediarios; pero también: fijando los temas sobre los que se establece esa comunicación. Que el presidente del Gobierno tiene derecho, y en ocasiones la obligación, de dirigirse directamente a los ciudadanos es algo que no puede discutirse. El problema es que si la comparecencia se hace regular -una al mes-, pierde el carácter de comunicación presidencial y se aproxima más bien al de espacio propagandístico.Es absurdo atribuir esa facultad de comunicación directa exclusivamente al jefe del Estado y negársela al presidente del Gobierno. La primera vez que González utilizó tal posibilidad fue en marzo de 1984, con motivo de la tensión social provocada por la política de reconversión industrial. No hubiera sido imaginable una comparecencia del Rey en tal ocasión. Pero, por lo mismo, tampoco tiene fundamento la distinción que al respecto han establecido algunos entre los regímenes presidencialistas, únicos en los que esas comparecencias se rían legítimas, y los que no lo son. El equivalente español de las comparecencias del presidente de Estados Unidos no serían los mensajes del Rey, sino las comunicaciones del presidente del Gobierno.

El matiz de que tales comunicaciones sólo serían aceptables en la televisión pública, pero no en una cadena privada, tiene fundamento dado el sistema de concesión de licencias por el poder político. No se puede obviar que es el Gobierno quien autoriza la compraventa de acciones en los canales privados y Antena 3 está en pleno proceso de negociación de importantes paquetes accionariales. Sin embargo, el reproche que la oposición dirigió a González en 1984 fue precisamente que hubiera comparecido en un medio público, el cual debería haber ofrecido la misma oportunidad a los otros líderes políticos. Pero si se hubiera hecho así, ya no sería una comparecencia presidencial, sino otra cosa. Por tanto, lo discutible no son las comparecencias, sino su carácter de espacio permanente en un canal privado. Una cosa es que el presidente comparezca de manera excepcional ante un acontecimiento -incluso si es él mismo quien aprecia esa excepcionalidad- y otra hacerlo de manera regular, cada mes, al margen de que existan, o no, motivos de interés público.

Lo discutible no es, entonces, que el presidente responda a la demanda de una mayor presencia en los medios, sino la fórmula concreta elegida, que excluye la posibilidad de preguntas incómodas por parte de los periodistas o el público. Discutible, porque si el contenido es abiertamente propagandístico, es decir, electoral, deberá respetar las condiciones marcadas por la ley para la propaganda electoral, que está prohibida en los canales privados. El primer programa no ha despejado esas inquietudes: fue claramente propagandístico, e incluso con un toque marcadamente populista a propósito de la Operación Nécora. Por lo demás, González estuvo persuasivo y eficaz, algo que sus rivales políticos raramente consiguen cuando se trata, además de descalificar al Gobierno, de defender sus propias propuestas.

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