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Tabaco

Cierta representante de la autoridad sanitaria madrileña acaba de hacer una enérgica manifestación contra el hábito de fumar, y ha recomendado a los madrileños que no fumen, pues en caso contrario morirán sin remisión. El descarnado alegato adquirió caracteres apocalípticos, y muy arraigado debían de tener su vicio los fumadores que lo oyeran si no dejaron de fumar en el acto. Las premoniciones que divulgó la responsable de nuestra salud son estremecedoras: miles de ciudadanos van a morir este año por fumar, otros miles serán víctimas de graves trastornos o enfermedades incurables.Los datos no son nuevos. Ya la Organización Mundial de la Salud (OMS para los amigos) anunció que van a morir por fumar millones de europeos (la cifra habría de multiplicarse por el infinito si se contemplara el universo), y aunque no dijo entonces, ni aclara nunca, de qué se van a morir quienes no fuman -tampoco lo hace la autoridad sanitaria madrileña- parece evidente que un cataclismo se cierne sobré la humanidad fumadora.

Ningún responsable de la salud autonómica, nacional o mundial parece interesado, sin embargo, en saber qué diablos es lo que los fumadores fuman ni cuál es la razón de que, se vayan a morir en masa y de súbito cuando llevan 500 años dándole a la regalía y al coracero, a la melosa virginia y a la picadura rompepechos sin que pase nada. La historia universal (o la de España, o los cientos de semblanzas, ensayos, opúsculos que se han escrito sobre la Villa y Corte) no hablan en ningún caso de muertes masivas, ni siquiera significativas, o de colectividades diezmadas por el hábito de fumar. Tampoco los cronistas de Indias advirtieron que la población indígena del Nuevo Mundo fuera a desaparecer porque fumaba.

El padre Bartolomé de las Casas describe en sus relaciones aquellas inauditas costumbres que le causaron gran perplejidad: hombres y mujeres portando una especie de mosquetes diminutos llamados cohíbas, podrían ser tabacos, hechos de hojas y hierbas envueltas en cañuto, por uno de cuyos extremos hacían tizón y por el, otro sahumerio. Y su testimonio es que las fumaradas les quitaban la fatiga, y hasta les producían tal placer que llegaban a caer redondos, sumidos en la borrachera.

Los tabacos -podríanse denominar cohíbas- deberían ser los mismos ahora que entonces, pues no existe razón conocida para que los haya mudado la madre naturaleza, pero, siendo sus efectos en estos momentos radicalmente distintos, algo ha debido suceder. Muchos fumadores con experiencia de venturosos tiempos tabaqueros apenas reconocen al tabaco en los cigarrillos tan bien presentados y empaquetados que actualmente se ponen a la venta. Desde los tiempos del padre Las Casas hasta hace unas décadas -cinco siglos ininterrumpidos de humanidad fumadora, más los que colgaran en las Indias antes del Descubrimiento- eran características esenciales del tabaco: primero, sabía a tabaco; segundo, se apagaba en cuanto el fumador dejaba de aspirar el humo. Desde hace unas décadas, en cambio, los cigarrillos no tienen el paladar inconfundible del tabaco, y una vez encendidos no se apagan jamás.

Los envases de los cigarrillos tampoco aclaran nada, contraviniendo la ley, pues en todo producto que se dedique al consumo ha de constar su fórmula cuantitativa y cualitativa. Algunos paquetes indican blend, que es la palabra mágica para decirlo todo sin aclarar nada; otros añaden que los cigarrillos están hechos con los más selectos tabacos de Virginia, o de Vuelta Abajo, lo cual más parece publicidad que información. La Tabacalera aún es menos explícita, y en sus labores eminentemente populares -Ducados y Condal- ni siquiera dice que allí haya tabaco.

Los fumadores tienen el derecho inalienable a saber si fuman tabaco de Vuelta Abajo o de la vuelta de la esquina; si es mezcla, sus procedencias y proporciones; si lleva aditivos, colorantes y conservantes; si le han metido ignífugos para que prenda solo; la fecha de caducidad, y, desde luego, si ese especial al cuadrado que expenden envuelto en celofán es tabaco puro o vil sucedáneo, porque todo podría ocurrir.

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Las autoridades sanitarias están incurriendo en gravísima dejación de responsabilidades aterrorizando a los fumadores con sus macabras premoniciones, mientras permiten a los fabricantes de tabacos vender unos productos de incierta naturaleza y origen desconocido que, al parecer, matan. Quién sabe: a lo mejor estamos fumando estopa.

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