La segunda revolución japonesa
La crisis desata un cambio radical en la cara y el alma del Imperio del Sol Naciente
ENVIADO ESPECIAL, ¿Revolución en Japón? Sería la segunda en este siglo, y de signo contrario a la que impulsó al país hasta convertirle en una superpotencia económica. No es descabellado. No sólo porque el partido en el poder y el poder durante 38 años, el Liberal Democrático (PLD), tuviera el año pasado que someterse a una cura de oposición. Ni siquiera porque un socialista, Tomiichi Murayama, encabece hoy un Gobierno de coalición con el propio PLD y el pequeño grupo Sakigake en un antinatural pacto a la griega. Tampoco porque esté llamando abiertamente a las puertas del Consejo de Seguridad de la ONU o porque envíe tropas en misiones de paz a Camboya, Mozambique y Ruanda. Ni porque empiece a reconocer oficialmente las atrocidades cometidas antes y durante la II Guerra Mundial en la ocupación de diversos países asiáticos. Ni porque la recesión amenace al paraíso del pleno empleo. Ni porque el tejido social se deshilache. Por ninguno de estos motivos exclusivamente. Pero sí por todos ellos y algunos otros.
En el Ministerio de Asuntos Exteriores, los síntomas del cambio apenas son visibles. Sólo el titular del departamento y su número dos son caras nuevas tras el último relevo en el Gobierno, como señala con orgullo un alto funcionario con más de 30 años de experiencia diplomática. En Japón, la burocracia es todavía uno de los tres pilares en los que se apoya el Estado, junto a las grandes incorporaciones industriales y, hasta el año pasado, el PLD.
Engordado primero por el clientelismo y la corrupción, según el modelo del PRI mexicano; minado después por las deserciones múltiples de quienes querían poner fin a los escándalos incesantes; expulsado finalmente del poder tras las elecciones de julio de 1993 por el esfuerzo combinado de siete partidos (la mayoría de ellos, sus propios hijos rebeldes); acorralado por una ley electoral que finalmente logró edulcorar, y redimido por las diferencias en la coalición que encabezó hasta el pasado abril Morihiro Hosokawa, el PLD protagonizó un espectacular retorno al Gobierno en julio. Otro hijo del PLD, Tsumoto Hata, gozó del dudoso privilegio de dirigir el Gabinete más efímero de la moderna historia de Japón y de dar paso a una coalición en la que, por encima de su cabeza visible, el socialista Murayama, quien tiene la batuta es el hombre fuerte de los liberales, Yohei Kono, titular de Exteriores.
El poco envidiable récord de cuatro primeros ministros en apenas un año es ya de por sí, en un sistema político de tradición tan inmovilista como el japonés, síntoma no de inestabilidad, sino de revolución. Pero ¿qué revolución ha terminado dejando en el poder a quien lo tenía antes de que estallara? El PLD, los restos del PLD que no abandonaron el barco siguen ahí, en el puente de mando, estudiando cómo harán frente, tal vez el próximo año, a un desafío electoral que, de no cambiar mucho las cosas, les enfrentará a un partido nuevo o coalición electoral que muy probablemente estará constituido por los renovadores surgidos de sus propias filas más un puñado de desertores adicionales, algunos del PLD y otros socialistas. Estos últimos, en su suicida camino hacia el poder, perdieron primero su coherencia, están perdiendo ahora su esencia ideológica (les han bastado unas semanas en el Gobierno para aprobar lo que siempre condenaron) y pueden terminar poco menos que evaporados o reducidos a la marginación, aunque las últimas encuestas no les sean muy adversas.
Japón camina hacia un bipartidismo con dos grupos conservadores disputándose el poder y, tal vez, alternándose en él. El modelo más próximo es el norteamericano. El PLD quedaría a imagen y semejanza de los republicanos. Para los demócratas aún no hay ni siquiera nombre. Sólo muchas maniobras y componendas, en las que no se habla demasiado de ideología y sí mucho del reparto de cuotas de poder. El próximo otoño se culminará la redistribución de distritos, clave de la reforma electoral destinada a impedir los tradicionales trapicheos del PLD en el medio rural, hasta ahora su gran aliado y base de su poder.
Otro síntoma revolucionario se observa en la política exterior. Pese a que la actual coalición era, en principio, menos partidaria que la oposición de una mayor presencia internacional, el giro de los socialistas (que en su apostasía han llegado a no cuestionar siquiera el pacto militar con Estados Unidos) y el pragmatismo del PLD han hecho posible que el ministro de Exteriores y líder del PLD, Yohei Kono, haya viajado a Nueva York con la decisión de entrar en el Consejo de Seguridad de la ONU como miembro permanente y con derecho a veto. Londres se ha pronunciado a favor; Washington tiene algunas reservas; Pekín, de momento, calla y Pyongyang se opone. El camino parece expedito.
Japón aportó más de un billón y medio de pesetas a la guerra del Golfo. Dinero, sólo dinero: eso es lo que le reprocha Estados Unidos. Pero, como señala un veterano diplomático, la buena voluntad nipona se ha puesto ya sobradamente de manifiesto con la participación en misiones de paz de carácter humanitario (incluso hay ya un muerto, o mártir, en Camboya). Sin embargo, ni ahora, ni cuando entre a formar parte del exclusivo club de peces gordos de la ONU, Japón participará en misiones bélicas, aunque las apruebe el propio Consejo de Seguridad. La Constitución lo prohíbe terminantemente. Y, al menos de momento, nadie quiere cambiarla. Después de todo, se redactó bajo la ocupación del general Douglas McArthur y la pluma fue norteamericana, no japonesa.
La guerra terminó con las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, cuando decenas de personas se suicidaron ante el Palacio Imperial de Tokio al conocerse la rendición. Psicológicamente la herida sigue abierta, aunque, por primera vez desde 1945, se empieza a aceptar una parte de responsabilidad por las atrocidades cometidas durante la ocupación de China, Corea, Filipinas y otros países. Negar la matanza de Nanjing (al sureste de Pekín) le costó su puesto a un ministro. Las exigencias de reparaciones por colectivos como el de las esclavas sexuales coreanas del Ejército imperial han conducido ya a la aprobación de un presupuesto de unos 130.000 millones de pesetas "para promover la paz y amistad con Asia".
Un estudiante de 21 años de la universidad católica tokiota de Sofía asegura que esta parte de la historia se ha escamoteado de los libros de texto, pero, al igual que una compañera suya, admite que la guerra queda demasiado lejos y que la gran mayoría de la población no la vivió. Esta última relata, sin embargo, a modo de símbolo, que hace tan sólo unos días un antiguo compañero de trabajo le contó que, 49 años atrás, murieron sus padres y dos hermanos en el bombardeo de la capital. Cuando fue en busca de los cadáveres, un soldado que montaba guardia frente a un enorme montón de ceniza le preguntó cuántos parientes había perdido. Cuando lo supo, le entregó cuatro paletadas de ceniza. Sus cuatro muertos.
La mayoría de los japoneses, tal vez por ello, o pese a ello, se declara hoy profundamente pacifista. El país prácticamente no tiene Ejército, tan sólo las denominadas Fuerzas de Autodefensa y el pacto militar con EE UU apenas si es puesto en función.
El problema del trabajo
Guerra, política... los jóvenes casi no piensan en estas cosas. Bastante tienen ya con preocuparse por las tenebrosas perspectivas a las que se enfrentan cuando quieren entrar en el mercado de trabaja. Como Mika, de 23 años, que señala que hace tan sólo unos años llovían las ofertas de las grandes empresas para los recién graduados. "Ahora es al contrario, hay que buscar, y no es fácil encontrar. Y menos si eres una chica. Las mujeres somos quienes más agudamente estamos sufriendo la crisis". En efecto. A la hora de cerrar el grifo, el empleo juvenil y el femenino son los primeros afectados. En una sociedad tan machista como la japonesa esto es una auténtica tragedia para la mujer que cuando apenas ha comenzado a conquistar sus derechos se ve de nuevo relegada a la cocina. Y es que la recesión no perdona. Incluso, está quebrando el modelo japonés, basado en la promoción dentro de una sola empresa-familia, la fidelidad a ultranza y el culto a la veteranía.
En la planta de Nissan de Murayama, en las afueras de Tokio, donde, entre otros, se fabrica el modelo Micra, la recesión ha obligado a suprimir unos 2.000 empleos temporales y a que se trabaje tan sólo cuatro días a la semana, aunque de momento sin reducción de salario. La cadena de montaje, con muchos robots y pocos obreros, permite producir un vehículo cada 53 segundos. Pero no hay mercado para tanto, como reconoce uno de los directivos de la fábrica, Hiroshi lkeda. Tal vez el dios protector de Nissan, colocado en un altar sintoísta que ocupa un lugar de honor en la factoría, pueda hacer realidad la vuelta a la utopía del trabajo para todos.
Relaciones de pareja, en transición
La tasa oficial de paro apenas si alcanza al 3% de la población activa, pero criterios occidentales la situarían en torno al 7%, sobre todo si se considera que muchas empresas emblemáticas y grandes compañías se resisten a aplicar la medicina del despido masivo, que en Occidente es ya moneda corriente. El contrato social está en peligro. Y esta recesión no es como las anteriores, un bache en el camino. Los tiempos del crecimiento rápido tardarán en volver. Si es que vuelven.El problema puede terminar afectando incluso a la estructura social, porque en Japón no hay una auténtica cultura del ocio, las viviendas ni siquiera están fisicamente preparadas para una convivencia prolongada y las relaciones de pareja viven momentos de transición en los que se cuestionan abiertamente los papeles tradicionales, de forma incluso traumática. En otras palabras: muchos maridos y, sobre todo, muchas esposas, no aguantarían su mutua presencia, durante largos periodos de tiempo al día.
Más del 90% de los japoneses se considera de clase media, pero si la crisis recoge una copiosa cosecha de parados, esta sociedad de dinero abundante (más de 30.000 dólares de renta per cápita) pero de calidad de vida cuando menos discutible (viviendas minúsculas, tráfico infernal, precios por las nubes ... ) comenzará a sufrir conmociones para las que tal vez no está preparada. Con el riesgo de que se hagan ostensibles diferencias, ahora excepcionales, como que haya privilegiados que puedan comprar ternera de Kobe alimentada con cerveza (7.000 pesetas los 100 gramos) o paguen 40 millones de pesetas por hacerse socio de un club de golf mientras otros, todavía pocos, tienen que dormir en la calle. Como si Tokio fuera Nueva York. O Madrid.
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