Una de ruidos
Cuando vuelves, después de una larga estancia, de una ciudad como Montreal, te das cuenta que los habitantes de las ciudades de esta Península tenemos un gusto enfermizo y neurótico por el ruido. Y es que resulta absolutamente imperdonable y bochornoso que nuestros adolescentes practiquen "la llamada de atención" mediante los tubos de escape de sus motocicletas. Curiosa forma de sentirse uno realizado e importante.Si por medio de la represión económica se ha conseguido que no se vea un motociclista sin su casco, ¿por qué no hacer lo mismo con la mascletá rodante? Y es que, al fin y al cabo, si uno no lleva casco el que se mata es uno, pero, con el ruido, a quien mata de los nervios es a los demás.
Si a lo dicho añadimos la manía hispana de poner alarmas a cualquier propiedad que uno tenga y que se conectan sólo con mirarlas, el gustazo que nos da tocar el pito y el deporte que practican los ayuntamientos levantando calles y aceras, definitivamente, vivir en algunas ciudades españolas es un asco. Es verdad, tenemos más dinero, pero cada vez somos más incivilizados.
No hemos sabido adaptar aquella vida mediterránea de antaño, fruto de la experiencia de generaciones y generaciones pasadas, al rápido y entontecedor desarrollo económico de ahora. ¡Bienvenido al caos y la falta de responsabilidad y de respeto!-
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