Dos hermanos, acusados de ser el Encapuchado de Opañel
El Encapuchado de Opañel ocultaba dos caras, la de los hermanos Luis y Arturo Borja Borja, de 31 y 29 años, respectivamente. La policía les detuvo, pistola en mano, el pasado miércoles a las cinco de la tarde en su populoso domicilio familiar del barrio de Pan Bendito. Era el punto final a una cadena de más de 18 atracos callejeros que sembraron el pánico entre los vecinos del tranquilo parque de Opañel, en Carabanchel. Pero el arresto también marcó el inicio del llanto de doña Emilia, la madre de los hermanos, que vio cómo los agentes se los arrancaban de los brazos."Mis hijos son inocentes. ¡Somos gente honrada, vendedores ambulantes! No hay derecho a que nos tiren la puerta y nos rompan la casa", clamaba ayer la mujer, sentada en un sillón de skay acompañada por su tatuada prole. Un grito que sonaba lejano en el barrio de Opañel, donde una de las víctimas, a la que el encapuchado robó una cartera y unas llaves, expresaba un hondo deseo: "¡Que se pudran en la cárcel!".
Los hermanos Borja iniciaron sus andanzas, según la Jefatura Superior de Policía, el 18 de junio, con una tacada de cuatro asaltos. Ambos conocían la zona por haber vivido en la cercana calle de Belmonte de Tajo.
El pan y la pistola
Para evitar ser reconocidos, uno se encapuchaba, el otro esperaba en un coche robado. Se intercambiaban los papeles. La hora de ataque: de cinco a nueve de la mañana. Momento perfecto para sorprender a sus víctimas, transeúntes, gente que como Magdaleno Fernández, que salía de la casa con el pan bajo el brazo para ir a trabajar de empleado de coches cama. Les amedrentaban con cuchillo o pistola. Más de una vez hicieron sentir el filo del metal. Una vez con el botín en la manos, se escabullían por las callejuelas.Los testimonios recogidos por la policía, aunque siempre hablaban de un asaltante alto y flaco, diferían en la estatura (Luis mide 1,70 y Arturo 1,60). Pero la pista que desenmascaró al doble encapuchado fue el coche. En sus atracos utilizaron un Ford Escort rojo, un Orión plateado y un Renault-8. Todos ellos fueron abandonados en Pan Bendito. Allí cayeron los hermanos, que se han declarado inocentes.
La noticia de la detención acompasó la respiración de un barrio en el que el encapuchado se había colado en el sueño de muchos ancianos. "Los que hay, que por la mañana salen con garrote por si son asaltados", comentaba Antonio, el dueño de un bar.
Y es que el paso del encapuchado no pasó desapercibido. Así, en el último tramo de la calle de Eusebio Morán, que desemboca en el parque, las víctimas se contaban por portales: 10, 11, 19, 21. Cada uno tenía su propia historia, jalonada de gritos, carreras y chirridos de ruedas. Siempre al amanecer, siempre en dirección a Pan Bendito.
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