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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El polvorín magrebí

VARIOS ESPAÑOLES han resultado muertos o heridos la pasada semana en Marruecos y Egipto. Se ha confirmado así, por la vía más sangrienta, lo que desde hace años llevan advirtiendo infructuosamente algunos diplomáticos y periodistas españoles: el norte de África es una zona particularmente sensible -y eventualmente peligrosa- para nuestro país. El silencio oficial que ha acompañado a estos hechos -ni una comparecencia del presidente del Gobierno, el ministro de la Presidencia o el titular de Exteriores- ha confirmado también lo que denunciaban esos especialistas de la diplomacia o la información: la España oficial -incluida la oposición- presta una atención muy escasa al polvorín que nuestro país tiene a apenas unas decenas de kilómetros de sus costas. Un polvorín hacia el que corre a toda velocidad la mecha encendida del islamismo político.En el mejor de los casos, la política de la España democrática hacia el norte de África ha sido defensiva. Evitar cualquier crispación en el contencioso de Ceuta y Melilla y garantizarse el suministro de gas argelino parecen haber sido los objetivos esenciales. No han faltado, ni faltan -y es preciso subrayarlo-, altos funcionarios en Madrid y diplomáticos sobre el terreno que hayan planteado la necesidad de una acción estratégica y táctica más global, pensada y coherente. Con escaso éxito.

Argelia está enfangada en una sangrienta guerra civil entre la junta militar y los rebeldes islamistas, y Marruecos intenta establecer toda suerte de cortafuegos para impedir que la plaga del partido de Dios penetre en su territorio. Más al Este, Egipto parece también hundirse lentamente en esa espiral de feroz represión y atentados xenófobos. Se trata, en particular en los dos primeros casos, de países que, por razones geográficas, económicas, históricas y culturales, España no debería haber desatendido nunca.

La mirada española hacia el Norte no debería estar basada en la ignorancia del Sur. Nuestra principal misión geoestratégica en el seno de la Unión Europea es la de ser puente con América Latina y con el Magreb. Con esta última región también habremos de ser escudo si es necesario. Nuestros socios europeos ya nos han asignado el oficio de gendarmes del estrecho de Gibraltar, sobre todo en lo que se refiere al control de la inmigración. Estas tareas deben estar coordinadas estrechamente con Francia. Y a París hay que decirle que el apoyo incondicional a la junta militar argelina es una política peligrosa y miope. La única política a medio y largo plazo frente a la oleada integrista que, tanto por razones de moral democrática como de mero interés, pueden y deben hacer los países europeos consiste en favorecer allí un desarrollo económico abierto al exterior y vinculado a la UE; un reparto más justo de la riqueza y un caminar perseverante por la vía de los derechos humanos y las libertades. que sea respetuoso con sus tradiciones culturales y religiosas.

Y a otros socios comunitarios alejados de esta frontera de inseguridad hay que explicarles que nuestra solidaridad en estabilizar la Europa ex comunista debe tener como contrapartida una mayor atención de todos ellos al Magreb. Si no se hubieran perdido las últimas décadas en la ayuda al desarrollo de estos países, posiblemente sería menor el peligro de que ejércitos de jóvenes desempleados y hostiles a Occidente se enrolen en el partido de Dios.

Urge que el Gobierno y los aspirantes al Gobierno incluyan entre sus prioridades una reflexión sobre el Magreb. Los acontecimientos de Marruecos y Argelia no afectan tan sólo a uno de los frentes más directos y calientes de la política exterior española. Afectan también a nuestra política interior. La inmigración, Ceuta y Melilla, el Sáhara occidental, el gas, la pesca, por citar algunas, son cuestiones que tienen que ver con la vida cotidiana de los españoles. La trágica muerte de unos compatriotas en vacaciones nos debe hacer mucho más conscientes de los peligros que acechan a nuestra seguridad a pocos kilómetros de nuestras costas. Nuestros medios para influir en los acontecimientos en el Magreb y el más lejano Egipto son muy limitados. Pero sí debemos tener conceptos claros de actuación que hoy parecen ausentes.

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