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Tribuna
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Los obcecados

Aún ayer recibí un artículo sobre Cuba que es un cántico a los logros sociales de la revolución cubana y, sobre todo, cómo no, al maravilloso sistema de sanidad pública y gratuita que, según asegura su autor -un intelectual en otros asuntos al parecer muy avisado-, disfrutan los cubanos. Me recordó una carta que este periódico publicó en 1986, firmada por otro intelectual, que me acusaba poco menos que de ser el agente mejor pagado de la CIA por mis críticas al régimen de Gustav Husak, y por dudar de los logros socialistas, la justicia social y la satisfacción popular que,. según él, hacían de la Checoslovaquia comunista un Estado adorable. Hay obcecados en todas partes, pero en España parecen legión. Sobre todo cuando hablan de Cuba.Mientras, en la isla, el joven Armando cultiva desde hace meses su bronquitis crónica. Hace tiempo se le acabó un botecito de jarabe que le dio un turista a cambio de algún favor.'Y, pese a toses, fiebres y dolores, planea su larga excursión por mar hacia Florida y construye su balsa con dos llantas de camión y cuatro tablas atadas con cuerdas para intentar llegar a Estados Unidos y pasar el tiempo que haga falta en un campo de refugiados, en la cárcel o donde sea. Poco le importa mientras llegue. Se puede ahogar con toda su familia y lo sabe. Pero está decidido.

Pero en España siguen aún algunos empeñados en defender su último laboratorio social, su terrarium caribefio para experimentos con seres vivos. Como mucho, se avienen a que Castro ha podido cometer algún error en'su infinita preocupación por hacer felices a los cubanos.Pero si se le escapan, es porque la CIA y. el Pentágono han vuelto a la ofensiva en su obsesión por convertir Cuba de nuevo en el prostíbulo de la mafia norteamericana. Como antaño.

Y, sin embargo, la niña Iris, con apenas 15 años, sucumbiría en la envidia más corrosiva si supiera los regalos que hacía Lucky Luciano a sus meretrices en La Habana de los cuarenta. Ella se acuesta desde hace días con un cliente adulto español, viscoso y baboso, a cambio de 20 miserables dólares, un pedazo de jabón y una comida en un diplorestaurante. Y, pese a todo, Iris se sabe envidiada por miles de jovencitas y jovencitos en toda la isla. Es ésta la dignidad que ha acabado defendiendo Castro. Como la heroica independencia frente a la gran potencia del Norte. La misma soberanía que no le importó vender a otra potencia.mientras ésta existió y pagaba las facturas para que el experimento tuviera buen aspecto y estableciera filiales en Latinoamérica o África.

¡Qué bonita es Cuba! Desde el Floridíta al Hotel Nacional en el Vedado. Buenos daiquiris y aire acondicionado. Y de regreso a España, después de un acto de solidaridad "de por vida con Fidel", se compra uno la camiseta con el rostro del Che Guevara. Y desde las fiestas veraniegas en el Ampurdán se le dedica un cariñoso recuerdo al comandante, se defiende su obra que Miami quiere destruir y se recuerda la simpatiquísima velada con los trovadores oficiales Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. ¡Qué gran sensibilidad la de estos hombres de cultura!

Mientras, en Cuba, las alcantarillas rezuman en el interior de las oscuras covachas en que se han convertido las casas de La Habana vieja. Moscas, cucarachas, hambre, enfermedades y desesperación que están llevando a miles a la muerte. Y aquí, en España, los obcecados no dudan. La gloria de la revolución bien vale los sacrificios ajenos.

La política exterior de España tiene ahora la oportunidad -y necesidad imperiosa- de liberarse del último resto de influencia de estos trivializadores del crimen y de la catástrofe histórica que supone para Cuba la larga agonía de aquella dictadura de obcecados. No basta con desear una liquidación pacífica del actual régimen cubano. Hay que hacerles ver a los cubanos que se les ayuda en ello. En caso contrario, la percepción popular, aun si es errónea, de una complicidad con Castro puede dañar irreversiblemente el papel que le corresponde a España jugar en la reconstrucción de Cuba cuando acabe la pesadilla. Esto puede ser pronto. Y España no puede llegar tarde.

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