El espía perfecto, el abogado sin ley y el juez intocable
Tres franceses emblemáticos rodean la captura y el juicio del terrorista Carlos
Tres hombres que no podrían ser más distintos entre sí y que, de alguna manera, representan las virtudes y contradicciones de Francia sostienen la red en que ha caído Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos, tras dos décadas de actividad terrorista. Uno lo apresó, el otro lo defenderá y el tercero será quien lo juzgue.Son el general Philippe Rondot, llamado el Lawrence de Arabia francés, un experimentado agente secreto especialista en el mundo árabe; el abogado Jacques Vergès, defensor de terroristas y nazis y el magistrado Jean-Louis Bruguière, que oculta tras su apariencia imperturbable una personalidad inasequible a las presiones y una carrera llena de casos ultrasensibles.
Philippe Rondot es un espía perfecto, un hombre al que nadie ha logrado fotografiar jamás, dentro de la mejor tradición de los maestros de espías. Rondot es una mezcla de militar, hombre-punta del mundo secreto y teórico sobre los países que su oficio le ha llevado a conocer. Hijo de un militar arabista, Rondot, igual que su padre, se graduó en la academia de Saint-Cyre ingresó en las fuerzas especiales en 1965.
Desde esa lejana fecha, Rondot ha trabajado siempre en la sombra. Habla alemán, inglés, español, rumano, ruso, árabe y varios dialectos. Su carrera ha transcurrido en el mundo islámico, como prueban sus ensayos sobre países árabes -sobre todo Siria- y sus artículos en prensa, especialmente en Le Monde Diplomatique. Es esa faceta la que le valió el apodo de Lawrence de Arabia francés.
La conexión siria de Rondot puede ser relevante en su papel en la detención de Carlos. Cabe preguntarse si los contactos del general francés en Damasco -el anterior santuario del venezolano- tuvieron algo que ver con su viaje a Sudán. Pero si este episodio pertenece aún a la especulación, otras hazañas de Rondot están comprobadas: su papel crucial en la liberación de los rehenes franceses de Beirut en 1986 y, especialmente, en la liberación de los familiares del general cristiano libanés Michel Aoun, secuestrados por algún grupo terrorista islámico. Rondot tiene ahora 58 años, dicen que es un hombre solitario y no se conoce su vida privada.
El abogado Jacques Vergés, Maître Vergès, es con mucho el más famoso de los tres franceses que comparten protagonismo con Carlos en su captura y juicio. "Mi ley es estar en contra de la ley. Mi moral es ir contra la moral", dijo en 1985, poco después de aceptar la defensa de Klaus Barbie, antiguo comandante de la Gestapo en Lyón.
En el juicio del nazi, celebrado en 1987, Vergès estuvo a punto de convertir a los acusadores en acusados al revivir el fenómeno del colaboracionismo e implicar a los altos mandos de la Resistencia en la traición al héroe Jean Moulin. Pese a las tácticas de Vergès, Barbie fue condenado y murió en la misma prisión en la que torturó a sus víctimas.
Jacques Vergès reúne en su persona las complejidades de la reciente historia de Francia. Nació en 1925 en Indochina, hijo de un diplomático francés y una mujer vietnamita, pero pasó su infancia en la isla de Reunión, donde su padre: fue destinado por casarse con una asiática.
A los 17 años, Vergès -un hombre bajito, de ojos rasgados e intensos, rostro siempre joven y energía en apariencia inagotable- se alistó en las Fuerzas Francesas Libres y luchó con De Gaulle. Desde 1946, militó en el PC y en grupos anticolonialistas.
Durante los años 50 hizo amistades importantes, entre ellas Pol Pot, el futuro tirano camboyano; Mao Zedong; Indira Gandhi y el pandit Nehru. En 1955 se graduó como abogado, una profesión que, según él, está llena de "charlatanes".
Sólo 18 meses más tarde, como abogado de los dirigentes del FLN argelino detenidos en Francia, Vergès logré dos de sus principales objetivos: hacerse un nombre y hostigar al sistema. Poco después se convirtió al islam y, tras la independencia argelina, fue asesor del presidente Ahmed Ben Bella hasta su derrocamiento. Mientras, continué su polémica y discutida carrera como defensor de diversos terroristas.
El episodio más misterioso de la vida de Vergès es su desaparición durante casi ocho años, entre 1970 y 1978. Él jamás ha aclarado ese periodo, aunque no faltan hipótesis. Según una de ellas, se unió a la guerrilla camboyana a petición de su amigo Pol Pot y, tras la victoria de los jemeres rojos en 1975, vivió de cerca los primeros y sangrientos años de su poder en Kampuchea. Según otro escenario, documentado por los archivos de la Seguridad del Estado de la RDA, Vergès tomó parte en la campaña terrorista que alcanzó su apogeo en los años en que estuvo desaparecido. Fue entonces cuando conoció a Carlos, a quien ahora defenderá.
El biógrafo de Vergès, el periodista francés Jean-Louis Remilleux, tituló un libro de conversaciones con él El puerco brillante, lo cual no parece molestarle. No se sabe quién paga sus honorarios en la defensa de terroristas, pero el bufete de Vergès tiene prácticamente el monopolio de la representación de Estados del África negra en contenciosos mercantiles internacionales. Más que suficiente para sostener su lujoso estilo de vida y sus trabajos vocacionales.
El rotundo rostro y la omnipresente pipa del juez Jean-Louis Bruguière recuerdan a esos jueces y comisarios escépticos, incorruptibles y franceses hasta la médula que interpretaba Jean Gabin. De 58 años, casado con una abogada y padre de dos hijos, Bruguière procede de una familia cuyos miembros han sido jueces desde hace generaciones.
Cuando se le encargó investigar la voladura de un avión de la compañía UTA sobre el Chad en 1989, logró que le cedieran un hangar del aeropuerto de Le Bourget y que todos los restos se llevaran ahí, donde fueron meticulosamente analizados.
El magistrado colecciona asuntos ultrasensibles: el juicio a los miembros del grupo Acción Directa, el asesinato del ex primer ministro iraní Chapur Bajtiar en París, los casos de terrorismo palestino y el tráfico de armas entre Libia y el IRA. Como le dijo Carlos en su primer encuentro, el juez "es una estrella".
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