El éxodo ruandés
El éxodo ruandés es la gota que colma el vaso de las catástrofes humanitarias. Los occidentales creíamos haberlo visto todo en un siglo cuyo resumen está más cerca de las tinieblas que de las luces. En los últimos 50 años hemos asistido descorazonados a múltiples tragedias que han desangrado países que tuvieron la mala suerte de caer en las redes voraces de las grandes potencias. Gracias a unos medios técnicos que permiten mostrar la muerte en directo, hoy podemos ser testigos pasivos sin necesidad de movemos de casa. Es absurdo debatir si se trata de la tragedia más dramática o no. Lo que es cierto es que se trata del espectáculo dantesco más televisado, radiado o fotografiado. Quienes deciden ahora apagar el fuego o, al menos, disminuir las consecuencias del drama ruandés fueron antes los que prendieron la mecha que ha hecho estallar el polvorín. Nunca se entenderá una crisis en el Tercer Mundo sin el aporte decisivo, en armas y tecnología de muerte del Primer Mundo. Definir el desastre ruandés como un mero enfrentamiento histórico entre dos etnias que se odian es un ejercicio intolerable de cinismo cuando se trata de la vida de millones de seres humanos. En la historia de Europa no están muy lejanos los desastres étnicos, las guerras de religión de cien años, las epidemias que diezmaban la población, e Incluso los genocidios de las minorías. La Europa desarrollada consiguió imponer unos principios de democracia, justicia y convivencia que han permitido el desarrollo de sus pueblos. Esos principios se convierten en papel mojado cuando se establecen relaciones con los países pobres del Tercer Mundo. Entonces se imponen las tesis de los intereses económicos y estratégicos por encima de monsergas democráticas y de respeto de los derechos humanos. Destruir para luego construir un régimen más afín es la regla de este juego macabro.-
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